Eileen Sosin Martínez • 16 de febrero, 2017
LA HABANA. Mairim Rodríguez[*] se dedicaba a revisar Revolico y otros sitios web de clasificados, mirando “qué había por ahí de trabajo que una pueda hacer”. A poco se dio cuenta de que muchos estaban como ella, busca que te busca, y otros tantos, queriendo encontrar empleados para sus negocios particulares.
Entonces Mairim tuvo una idea: “en el cuentapropismo no hay una bolsa de empleo, que enlace a los dueños y a los contratados. Se me ocurrió poner un anuncio de gestión laboral, para conectar a las dos partes. Y un día me llamaron”.
Al principio todo fue empírico, hasta que consiguió armarse un sistema de empleomanía. Propietarios de restaurantes, peluquerías, casas de renta… la contactan cuando les hace falta personal con tales y más cuales requisitos. Por otro lado, quienes buscan opciones fuera del sector estatal también la llaman o le escriben por correo electrónico.
Ella elabora una ficha de cliente, donde recoge los datos fundamentales; luego cruza la información y se pacta una entrevista. Si empleado y empleador están de acuerdo, y en definitiva se logra la contratación, Mairim cobra cinco CUC a cada uno. Dado el ahorro de tiempo y energía que supone, el precio parece bastante justo.
“Empecé por una necesidad que detecté en el mercado. A mi casa llaman más de 20 personas por día, y mientras estoy hablando me dejan varios recados en la contestadora”, cuenta, y confirma el éxito de su iniciativa.
Mairim es técnica química, y después de comenzar con su agencia de empleo ha estudiado sobre temas jurídicos y económicos, para superarse. “De hecho, ahora estoy pasando un curso de gestión de la pequeña empresa”.
A pesar de su interés y de la probada utilidad de su emprendimiento, lo que ella hace no está permitido. Como una especie de salvavidas legal, sacó un permiso de Cobrador-pagador, y quiere presentar un “proyecto de nueva actividad” al Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, “a ver si lo aceptan”.
¿Hasta aquí nada más?
Cuando se habla de sector privado en Cuba, algunos funcionarios se ufanan de que en 2010 había 178 actividades aprobadas, y hoy suman más de doscientas. Doscientas una, para ser precisos. Varios economistas han advertido que aunque crezca el número, las licencias siguen siendo restringidas, porque se está regulando al revés.
O sea, lo que debería limitarse es justamente lo prohibido; una lista negra que defina: usted puede hacer todo, excepto esto, aquello y lo otro. “Menos marihuana y cajas de muerto, todo lo demás”, dice un vendedor del mercado negro, para establecer el rango de sus mercancías.
“Trabajar por cuenta propia en ocasiones despierta la imaginación de mucha gente, cansada de pasar más tiempo viajando para llegar al trabajo que en compañía de sus familiares”, comenta la investigadora Librada Taylor en su libro ¿Yo? ¡Cuentapropista!, publicado en 2013.
Y esa imaginación, la creatividad proverbial de los cubanos, desborda cualquier lista, no importa si tiene 201 o 500 oficios autorizados. “La norma no puede llegar a un punto tan específico, tú no puedes legislar lo que después la riqueza de la vida va a superar”, explica el abogado Ernán García[*].
Luego, veamos las licencias. Hay actividades decimonónicas, como Desmochador de palmas, Leñador, Trasquilador y Limpiabotas. Otras parecen salidas de una feria vernácula: Productor-vendedor de figuras de yeso, Productor-vendedor de piñatas, Dandy, Habanera, Vendedor de flores artificiales… Sería interesante que el Ministerio de Trabajo publicara la estadística de cuántas personas ejercen como Forrador de botones.
Sin desdorar a quienes realizan esas labores, estamos hablando de un país que gasta en educación alrededor del 25 por ciento del presupuesto estatal.
“El tipo de actividades aprobadas para el sector no estatal no se corresponde con el perfil descrito para la fuerza laboral cubana. La inmensa mayoría de las actividades incluida en la lista de autorizaciones se puede clasificar como de bajo valor agregado, donde el requerimiento de habilidades complejas es reducido”, resume el economista Ricardo Torres.
Sin embargo, se mueve… solo que tras bambalinas. Si existe demanda, va a aparecer la oferta. Por ejemplo: Cynthia Rodríguez[*] montó una “agencia de viajes” para los cubanos que vayan a otras provincias. Ella se encarga de comprar los pasajes, según la fecha ideal para el cliente, y si lo desean, también puede gestionar hospedaje y otros servicios en el destino. ¿Lo que ella hace es malo, acaso va contra los principios de la sociedad socialista? ¿Entonces por qué es ilegal, o, cuando menos, alegal?
En octubre pasado varios restaurantes habaneros recibieron inspecciones “especiales”. Las autoridades esgrimieron varios motivos, entre ellos, el funcionamiento como clubes o discotecas. Cuánto problema se hubiera evitado sencillamente con permitir los bares privados. ¿Que eso trae riesgos? De acuerdo: discutámoslo, pongamos las reglas, que se cobren impuestos… Pero insistir con las prohibiciones significa volver a botar el sofá.
“Pensemos en un caso absurdo —aduce el abogado—: si yo quiero ganarme la vida bailando con un solo pie encima de un árbol, y de pronto tengo un gran público que va a pagar por verme, ¿me vas a decir que no puedo hacerlo?”.
La categoría freelance, tan común en el mundo, no está reconocida en Cuba. Damián Fleites[*] es arquitecto y trabaja de forma individual, como él dice: “freelanceando”. “Claro, me gustaría que esto fuera oficial, ahí está la tranquilidad de uno, el poder ejercer la profesión sin miedo. Como yo, hay mucha gente que quiere formalizarse, tener un logo, un local, anunciarse, pagar impuestos…”.
Los beneficios de ensanchar las posibilidades de empleo resultan harto evidentes: transparencia, seguridad, mayores ingresos fiscales… De paso, se aprovecharía el principal activo con que cuenta el país: el nivel educacional de los cubanos.
Un 68 por ciento de las personas que se desempeñan en negocios privados no tenían vínculo laboral anterior. Entiéndase, estaban desempleados en su casa, o en la calle, “inventando”, “luchando”, hasta que vieron la oportunidad de trabajar por su cuenta. Otros tantos continúan “detrás del telón”, esperando el día cuando por fin los legalicen.
[*] Los nombres han sido cambiados a solicitud de los entrevistados
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