Escrito por Ortelio González Martínez (Granma), con foto del autor
Economia
Con 61 años de edad bien disimulados, Carlos Blanco Sánchez, el hombre que rige los destinos de la Empresa Agropecuaria La Cuba desde hace más de dos décadas, debe estar entre los más longevos directores del país; al menos entre las entidades agrícolas no hay quien le dispute el trono.
Su modestia lo lleva a anteponer el nosotros al yo, aunque algunos se empeñen en tildarlo de caprichoso. Tal vez sea la raíz gallega heredada de sus progenitores; tal vez, la filosofía propia de haber dirigido a colectivos obreros durante muchos años: «solo con bondad no se puede gobernar una empresa, pero uno debe tener oídos para todos y paciencia», afirma.
La frase carga mucho de verdad. Te das cuenta cuando, junto a él, te adentras en La Cuba y oyes un Carlitos por aquí, un Carlitos por allá. Al parecer lo quieren, lo respetan. Escucha y se deja escuchar: «de las personas más humildes se aprenden grandes lecciones».
Sin chovinismo en el decir, alrededor de él gira cuanto se mueve en las 12 000 hectáreas (incluidas las tres CPA y la CCS de la zona) de ese emporio productivo, pero repite una y otra vez que los principales protagonistas son los más de 2 000 trabajadores, y suma a los subdirectores, jefes de colectivos y todo el que tiene el encargo de que La Cuba funcione bien. «Ellos también andan pie en tierra, en lucha por la misma causa: producir alimentos y demostrar que la empresa estatal socialista puede ser eficiente.»
Y hace el recuento de cuando a alguien se le ocurrió aplicar nuevas estructuras y él se negó rotundamente. «Si con la actual somos eficientes, para qué hacer cambios», fue su respuesta.
Es la filosofía que defiende: desde 1995 hasta ahora jamás hubo pérdidas, ni cuando el huracán Ike, ni el Paloma, ambos en 2008, ni nunca. Por eso cuando llegaron las revisiones, las nuevas estructuras, él fue tajante: «no hay razón para cambiar nada. Ningún director de equipo mueve la alineación ganadora», ilustra en lenguaje beisbolero.
La Cuba es fuente de los recuerdos más gratos. Tal vez sea la razón por la que sale de la ciudad con los primeros cantíos de los gallos y bien temprano hace su entrada al mar de sembradíos en esa vasta llanura de suelos ferralíticos rojos, en el centro-este de la provincia.
Quien intente llegar a la empresa desde Ciego de Ávila, puede hacerlo solo por dos vías. Él suele escoger una y otra, indistintamente, en dependencia del plan que traiga en la mente. Mientras conduce, observa y fisgonea como gato montés. Es difícil que algo escape a su olfato, a su mirada. «Son muchos años de trabajo en el mismo oficio, en el mismo lugar. Amo estas tierras. Las conozco como la palma de mi mano. Llegué siendo ingeniero agrónomo; inicialmente trabajé como técnico en sanidad vegetal y, después, fui jefe de granja, subdirector de producción hasta llegar a ser el director de la empresa desde hace 23 años.»
En ese tiempo ha pasado por «las verdes y las maduras», como suele decir. «Para qué acordarme de aquellos años difíciles de la década del '90, cuando Alfredo Jordán Morales —fallecido en 2005—, entonces ministro de la Agricultura, me habló de la disminución del combustible, los pesticidas, herbicidas, aceites; en pocas palabras, me dijo que todo iba a escasear, que tendría menos recursos, pero no podíamos detenernos, porque de nuestro sacrificio dependía la comida del pueblo.
«Imagínese, desde hacía tiempo enviábamos productos del agro, sobre todo plátano, a casi todas las provincias cubanas.
«El compromiso era bien serio y no podíamos incumplir. Fue así que comenzamos con la electrificación de las estaciones de bombeo y el mejoramiento en la eficiencia de las técnicas de riego, como el microjet, el goteo y las máquinas de pivote central. Hoy seguimos con la introducción de nuevas tecnologías para aumentar la producción.
«En la última década hemos entregado más de 415 000 toneladas de alimentos, el equivalente a más de nueve millones de quintales, una cifra respetable. La Cuba, sola, produce más alimento que algunos municipios del país.
«La empresa sigue creciendo. Con el plan de desarrollo Tres Marías ingresaron a nuestro patrimonio más de 2 600 hectáreas de marabú en tierras que el Minaz tenía abandonadas. Y ahí comenzó la otra lucha: liberarlas de esa planta y sembrarlas para que fueran útiles. Hoy, con falta de buldócer y todo, limpiamos unas 1 000 hectáreas que están destinadas a la producción de granos, en lo fundamental frijol, en rotación con maíz.
«En solo tres años, ese programa aportó más de 2 000 toneladas de frijol, maíz y calabaza. Seguiremos avanzando a partir del completamiento de nuevas tecnologías que están por llegar.»
En varios escenarios, el doctor Sergio Rodríguez Morales, director del Instituto Nacional de Investigaciones en Viandas Tropicales (Inivit), se ha referido a La Cuba como polígono de pruebas de nuevos clones y semillas.
«Tenemos excelentes relaciones con varios institutos de investigaciones del país, en especial con los de la Agricultura. En estas tierras hemos probado más de 100 clones de boniato, 50 de yuca, ocho de malanga y más de 20 variedades de frijol, en busca de mayores potenciales productivos.»
Aparejado a los éxitos en su entidad, fue creciendo su aval político: miembro del Comité Municipal del Partido en el municipio de Baraguá, del Comité Provincial en Ciego de Ávila, de la Asamblea Provincial del Poder Popular durante cinco años, diputado a la VII Legislatura del Parlamento cubano, delegado al V, VI y VII congresos del Partido, participante en el Congreso Mundial de Agricultura de Conservación, en la ciudad de Rosario, Argentina, Hijo ilustre de Ciego de Ávila, todo ello sin desatender los sembrados de su vida.
Cuando le pregunto por sus aventuras, los ojos adquieren una redondez inusual (deja ver una sonrisa): «Si publican eso... Una vez se me ocurrió montarme en uno de esos aviones que venían a fumigar, le pedí al piloto... y ¡cataplún! No quiero acordarme de aquello. No nos pasó nada, pero todavía siento cosquillas cuando me monto en uno de esos aviones grandes, porque no hay quien me haga volar en los otros.»
Él jamás ha pensado cómo imaginaría una empresa La Cuba ineficiente. Le insisto y a regañadientes comenta: «Eso, jamás. Habría que aplicar incorrectamente las técnicas de dirección y cometer muchos errores; habría que desentenderse de los trabajadores, la fuerza motriz; no desarrollarse, tener miedo a los cambios, paralizar las inversiones, no aplicar la ciencia y la técnica. En fin, no sería La Cuba ni yo estaría dirigiéndola.»
—¿Por lo que oigo, La Cuba es el paraíso terrenal?
—No, no, ¡qué vaaaa! Con lo que tenemos todavía podemos producir más alimentos. También existen problemas con las viviendas de los trabajadores. No hemos podido paliar todas las necesidades de casas, pero este año debemos terminar 40 y para el próximo unas 100.
Y como sabe que no es el único Carlos, ni el único Blanco, prefiere que cuando no esté en este mundo terrenal lo recuerden como Carlitos, el de La Cuba. Así de sencillo, porque desde pequeño, sus viejos, que todavía viven, le enseñaron el libreto de la humildad y la modestia —modestia de verdad, no hipocresía—.
( Tomado del Invasor)
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