Gisselle Morales Rodríguez • 21 de octubre, 2017
Una pared de tablas de palma y una meseta. Solo eso le quedó en pie a la casa de Iris Leidy Cedeño; el resto —es decir, otras paredes de tabla de palma y algunos tabiques de cartón— se vino abajo desde que el huracán Irma comenzó a pasearse por la costa norte de Cuba. Para cuando se estacionó frente a las costas de Yaguajay, con su ojo de arpía a unos 30 kilómetros mar afuera, ya de la casa de Iris Leidy no quedaba ni títere con cabeza.
“Me refugié con mi niño en la panadería, y desde allí pude ver cómo el viento arrancaba las matas de raíz y los techos de los vecinos, que salían volando con angulares y todo”, describe.
Del azote de Irma hace más de un mes, pero en la vivienda de Iris Leidy aún quedan huellas de las últimas ráfagas: las tablas mezcladas en el piso con pedazos de cartón y algunas planchas de zinc atoradas entre las vigas de madera que fueron del techo. Un amasijo tan inextricable que Iris Leidy y su muchacho de 14 años no saben cómo entrarle.
El suyo es un caso en medio de las 453 afectaciones reportadas hasta el momento en el consejo popular Aracelio Iglesias y es, a su vez, apenas una gota en el maremágnum de las 10 070 que se contabilizan en el municipio de Yaguajay, según datos publicados por la prensa local.
De la magnitud de la cifra, que puede incluso aumentar si continúan cayendo los diluvios que mantienen con el credo en la boca a la zona norte de Sancti Spíritus, se infieren dos realidades igualmente preocupantes: que no hacía falta un huracán para saber que el fondo habitacional de Yaguajay calificaba de regular a malo y —aquí viene lo peor— que para restañar los daños se necesitan más que planes de contingencias y las llamadas “facilidades temporales”.
“Una facilidad temporal es una construcción que se hace para resolver en el momento, ya sea con recursos propios o con módulos que el gobierno les reparte gratuitamente a las familias que los requieren porque sufrieron derrumbes totales; lo elemental para no dormir a la intemperie”.
Sixto Leiva Dávila, jefe del puesto de dirección de la zona de defensa de Aracelio Iglesias define el concepto como si lo estuviera leyendo en un diccionario.
En Aracelio Iglesias, una comunidad que todos llaman Nela por esa obstinación tan propia de los pueblos de aferrarse a sus nombres originales, cualquier vecino explica y hasta pone ejemplos de viviendas que han sido levantadas con las mismas tablas y planchas de zinc que el ciclón había desparramado y de otras en las que, para desgracia de sus dueños, no había quedado ni donde amarrar la chiva.
“Para esos casos —comenta Sixto— están entrando al punto de venta de materiales los módulos de facilidades temporales”.
Cada módulo incluye cemento, planchas de fibrocemento, cartón, puntillas, áridos…, y su finalidad es apuntalar una pared aquí, levantar un muro allá, techar lo imprescindible.
Con estos módulos gratuitos en la zona de Nela han resuelto alrededor de 20 familias, un número que, si bien no es muy significativo comparado con las más de 400 afectaciones, puede clasificar como esperanzador al confrontarlo con los 53 derrumbes totales.
“A decir verdad, yo no pensé que los materiales llegarían tan rápido”, admite Elia Rosa Delgado, especialista de la Dirección Municipal de la Vivienda de Yaguajay que integra la comisión encargada de distribuir los recursos en Nela, responsabilidad que comparte con representantes del Banco, Trabajo y Seguridad Social, Comercio, Planificación Física y Finanzas y Precios.
“No es solo repartir —aclara Sixto—, hay que verificar bien, controlar que las afectaciones sean las que dice la persona y, en correspondencia con eso, garantizar que se le dé el recurso que le toca. No más, porque no se puede derrochar ni una puntilla, pero tampoco menos, porque la necesidad es mucha”.
Y la necesidad no es solo de recursos, sino también de mano de obra. De ahí que el gobierno municipal le haya encargado a los organismos y empresas que sus trabajadores se suban la manga al codo y ayuden a levantar las facilidades temporales.
Satisfecha con el resultado de esa iniciativa se declara Daisy Valenzuela, quien pudo enderezar un poco lo suyo gracias al esfuerzo de los ocho campesinos de la cooperativa que trabajaban en su vivienda a lomo partido y no le pedían ni café.
Pero, al final, una facilidad temporal es eso y nada más: no una casa segura, no una solución definitiva; apenas una curita, un parche cosido con cariño, un cataplasma sobre la infección. Una facilidad temporal es, como saben todos los damnificados, un pan para hoy.
El 9 de septiembre de 2017 el fondo habitacional de Yaguajay no se encontraba ni mejor ni peor que el fondo habitacional del resto de las ciudades y poblados que el huracán zarandeó.
Más de 14 600 viviendas arrasadas y daños en alrededor de 158 500 en toda Cuba, según información emitida por el Consejo de Defensa Nacional, son cifras que colocan al país en la encrucijada de la solución definitiva: ¿construir para los damnificados por un plan estatal o incluir las casas en el programa de edificación por esfuerzo propio con un descuento del 50 por ciento?
Por un lado, la opción del plan estatal implicaría aumentar —exponencialmente— un programa que en la actualidad se ha contraído al mínimo posible, debido en lo fundamental a la enorme carga que supone para las arcas del Estado; por otra parte, la construcción por esfuerzo propio de un número tan elevado de inmuebles dispararía —también exponencialmente— la demanda de materiales en una industria como la cubana, que no se caracteriza por su eficiencia.
Y en el ojo mismo del huracán, la gente que antes de Irma tenía sus casas al borde del derrumbe. Esa realidad, tan inquietante como las rachas de 200 kilómetros por hora, ya debería ser una pista.
Foto de portada: En poblados de Yaguajay hubo viviendas que prácticamente colapsaron, tras el azote del huracán Irma, en Sancti Spíritus, Cuba, el 10 de septiembre de 2017 / ACN Foto / Oscar Alfonso Sosa.
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