En los dos últimos meses, los republicanos han aprobado o propuesto tres grandes iniciativas presupuestarias. Primero, promulgaron una rebaja de impuestos para los plutócratas, que les aportará enormes beneficios a los ricos al tiempo que ofrecerá unas cuantas migajas a las familias de a pie, migajas que desaparecerán al cabo de unos años, de modo que acabará convirtiéndose en una subida de impuestos para la clase media. Acto seguido firmaron un impasible acuerdo presupuestario que elevará el déficit a niveles solo vistos en tiempos de guerra o de recesiones graves. Por último, el Gobierno publicaba una propuesta de presupuesto de lo más mezquina que no solo castigaría a los vulnerables, sino también a la mayoría de las familias trabajadoras.
Ver todo esto debería provocar enojo; a mí, desde luego, me enfurece. Pero mi ira no va dirigida principalmente contra los republicanos; va dirigida contra quienes se lo permiten, los centristas profesionales, los expertos de doble cara y los medios informativos que pasaron años negándose a reconocer que el actual Partido Republicano es lo que tan claramente es.
Lo que no quiere decir que debiésemos dejar que los republicanos se fuesen de rositas. Sin duda, la historia estadounidense está llena de políticos y partidos que persiguieron lo que ahora denominaríamos fines perversos. Al fin y al cabo, el Partido Demócrata anterior a la Guerra Civil –que no comparte con los demócratas actuales más que el nombre– se dedicó en gran medida a la causa de mantener la esclavitud. Pero no se me ocurre ningún ejemplo anterior de partido que actuase con una mala fe tan constante, fingiendo preocuparse por cosas que no le interesaban, pretendiendo perseguir objetivos opuestos a sus intenciones reales.
Acuérdense, por ejemplo, de las sombrías advertencias de importantes republicanos acerca de los peligros de los déficits presupuestarios, y de Paul Ryan, presidente de la Cámara de Representantes, cuando declaraba que “nuestra aplastante carga de endeudamiento” provocaría una crisis económica. Después vino la oportunidad de aprobar una reducción de impuestos de 1,5 billones de dólares para los ricos, y de repente todas las preocupaciones sobre el déficit desaparecieron temporalmente. Ahora que la reducción de impuestos se ha convertido en ley, la retórica antidéficit ha vuelto, no como razón para replantearse esas bajadas de impuestos, sino como un motivo para recortar los cupones de alimentos y el Medicaid. Sabíamos que esto iba a ocurrir, pero no tan pronto.
A lo mejor recuerdan también que los republicanos se presentaron como defensores del Medicare y acusaron al Gobierno de Obama de planear un recorte de 500.000 millones de dólares del programa para pagar la Ley de Atención Sanitaria Asequible. Es verdad que la legislación pretendía conseguir ahorros sustanciales en el Medicare, por ejemplo, poniendo fin a los pagos en exceso a las empresas aseguradoras. Pero también lo pretendían las propuestas republicanas. Y Donald Trump, que durante la campaña prometió no recortar el Medicare ni el Medicaid, propone ahora un nuevo recorte de cientos de miles de millones más de dólares en el Medicare y unos recortes verdaderamente draconianos en el Medicaid.
¿Por qué se han convertido los republicanos tan abrumadoramente en el partido de la mala fe? (y no solo respecto a los presupuestos, desde luego; recuerden cuando estaban tan interesados en la moralidad sexual del presidente). La principal respuesta es que el verdadero programa político del partido, dictado por los intereses de un puñado de donantes ricos, sería muy impopular si los ciudadanos lo entendiesen. Por eso el partido tiene que mentir sistemáticamente acerca de sus prioridades e intenciones.
Sin embargo, sean cuales sean las razones de la mala fe del Partido Republicano, su realidad es evidente desde hace mucho tiempo. Pero los guardianes de nuestro discurso público se han mantenido durante años deliberadamente ciegos a esta realidad. Pensemos, por ejemplo, en el Comité por un Presupuesto Federal Responsable, una fundación que, para ser justos, puede constituir un recurso útil para el análisis de presupuestos. Aun así, no puedo olvidar que en 2010 el comité concedió a Paul Ryan un premio a la responsabilidad fiscal.
E incluso ahora, el comité se dedica a pontificar sobre la necesidad de reformar el “procedimiento presupuestario”. Seamos realistas, ¿vale? El problema no es el procedimiento, sino los republicanos. Por otra parte, muchos medios informativos –que, por cierto, han proporcionado a Ryan años de devota cobertura– tratan las acciones recientes del partido como si fuesen una especie de aberración, un alejamiento de los anteriores principios. No lo son. Los republicanos son como siempre han sido: nunca les han interesado los déficits; siempre han querido desmantelar el Medicare, no defenderlo. Simplemente no son quienes fingían ser.
Ahora bien, la razón de por qué muchos no afrontan la realidad de la mala fe republicana no es ningún misterio. Washington está llena de centristas profesionales, que construyen sus personajes públicos en torno a una imagen cuidadosamente cultivada de que se mantienen por encima del fragor partidista, lo que significa que no pueden admitir que, si bien hay políticos mentirosos en todas partes, un partido miente básicamente en todo. Los medios están intimidados por las acusaciones de sesgo progresista, lo que significa que intentan desesperadamente mostrar “equilibrio” culpando por igual a ambos partidos de los problemas.
Pero nuestro trabajo, independientemente de que seamos analistas políticos o periodistas, no es ser “equilibrados”, sino decir la verdad. Y si bien los demócratas no son ángeles, en este momento de la historia de Estados Unidos, la verdad tiene un sesgo progresista bien conocido.
PAUL KRUGMAN ES PREMIO NOBEL DE ECONOMÍA.
© THE NEW YORK TIMES COMPANY. 2018.
TRADUCCIÓN DE NEWS CLIPS.
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