SINE DIE 93
SD2
juan m ferran oliva DICIEMBRE 31 DE 2019
Mis memorias de Manga Larga
dormitan bajo el polvo. Las sacudo para recrear parte de aquella jornada
durante una Zafra del Pueblo. Creo
que fue la de 1965. En un lugar perdido
de la costa norte camagüeyana estuvimos 45
días incluyendo la Cuaresma. Lo preciso porque surgió la duda de
cosechar o no el Viernes Santo. Según los lugareños ese día salía sangre de las
cañas. Lamentablemente éramos ateos y hubimos de ir al corte. No teníamos creyentes
y si alguno había lo callaba.
El trabajo voluntario en el campo se convirtió en un ritual. Cumplimos con él
como devotos revolucionarios. Era como la misa dominical para un católico, el
Ramadán para un mahometano, el Sabbat para un hebreo o el despojo para un
santero.
Conformábamos los Equipos de
Investigaciones que agrupaban a los estudiantes de Economía en sus primeras
promociones de la Universidad de La Habana. Divididos en dos grupos de varones
cumplimos con el sagrado e improductivo deber de cortar caña. No sé a qué se dedicaron en tal ocasión las
féminas, posiblemente a otros trabajos voluntarios para cumplir con la liturgia
al uso. Dichos Equipos fueron creados por Fidel. Y lo digo sin intenciones de culto post mortem, algo habitual en
estos tiempos y, en ocasiones, traído por los pelos.
Recién llegados fuimos a un pueblo
cercano, a pie. Un compañero hipocondriaco se emocionó al pasar por el puesto
de socorro y entró para que le aplicaran un colirio. Mis botas me lastimaron y
me vi impedido de ir al campo en los días siguientes. Me ubicaron de pinche de
cocina. Nunca he pasado más allá del huevo frito pero me especialicé en
ensaladas. Echaba las hierbas en un caldero junto con el aceite, el vinagre y
la sal y batía. La metodología resultó. El
cocinero no quería dejarme ir. Me consideró creativo. Pero en cuanto me curé marché al corte. Era un problema d’honore, como diría un siciliano. Valga aclarar que el trabajo en
la cocina era más fatigante que el del campo.
Como buen aficionado llevé mi
cámara. Tomé numerosas fotos y organicé un álbum que poco a poco fue escamoteado
por los retratados. Por cierto, el responsable del grupo era Zayden Rafael, que
fue fotógrafo profesional. Su amigo Héctor Gasca también lo integraba. Este
último un día salió al extranjero y decidió prolongar su estancia. De vez en
cuando viene a Cuba de visita y alega a sus empleadores de la mafia miamense
que fue a Santo Domingo de vacaciones. No miente, se refiere al pueblo homónimo
cercano a Santa Clara.
En una ocasión un compañero
receptor de SINE DIE, cuyo nombre omito,
fue picado por un alacrán. Guardó cama varios días, alejado de la mocha.
Según versiones apócrifas organizó una cría y los alquilaba. Calumnias, por
supuesto. Es artemiseño, no fenicio.
Dormíamos en hamacas. Curiosamente
todos los días una gallina desconocida ponía un huevo bajo la mía. En ocasiones
tendía un poco hacia el costado y ello originó un conflicto territorial. Mi
vecino era el fenecido Santiago. Apelé al ius
romano alegando que me pertenecía todo lo que estaba debajo de mi, hasta el
averno, o por encima, hasta el topus uranos. Terminamos alternando
en el disfrute ovíparo que nos proporcionaba la gentil concubina del gallo.
En una ocasión nos visitó un
jerarca de la FEU. Nos compulsó a ser más productivos y se preocupó por
nuestras condiciones de vida. Continúa siendo la misma muela politiquera. El repertorio no ha cambiado. Entonces Larrinaga
acuñó su patética sentencia: El tándem devora la caña y la caña devora a
los hombres. Aclaro que el
dicente fue condiscípulo de Fidel en Santiago y en la Universidad habanera.
Tiene más de 90 años y una vasta cultura. Es negro absoluto y el único de su
raza en el plantel. Puede que los
hermanos de La Salle lo utilizaron
como muestra integracionista. Pero una golondrina no hace verano.
La división social del trabajo nos
reconocía macheteros sólo como convención ocasional y protocolar. Nuestra productividad era ínfima. Si alguno
hubiese destacado en tan noble empeño debería haberse decidido por ser cañero
antes que economista.
Un día llegó la correspondencia.
Otro compañero había pedido a su esposa un calzado adecuado. La encomienda fue
cumplida pero él no la recibió con agrado y se deshizo en imprecaciones de
carretero: Eran unos zapatos de dos tonos.
Este mismo personaje en una ocasión olvidó el reloj y el apetito y
continuó en el corte a la hora de almuerzo, en solitario. Alarmados por su
ausencia decidimos salir a buscarlo. Lo encontramos y cerca de él una yegua a
la posteriormente bautizamos como Blancaherrada.
Es de suponer las bromas que corrieron. No hubo tal. El aludido tenía poco
sentido del humor y amenazó a quienes lo chancearan. Una vez de regreso en La
Habana, algunos burlones le enviaron cariñosos telegramas firmados supuestamente
por la yegüita.
Llegado el momento del ansiado
retorno nos dirigimos a la estación ferroviaria de Morón. Uno de nosotros,
famoso por sus crisis de ansiedad, pidió al jefe de tránsito que adelantara la
salida del tren. Le costó algún trabajo pues era gago. Más tarde ingresó en un
organismo cuyo nombre me reservo, por discreción. Cambió su oficio en
perspectiva por el de un James Bond
tropical. Quizás todos salieron ganando.
Hubo muchas otras incidencias, por
supuesto. No las evoco o no las conozco. Baste con esta muestra para nutrir
nostalgias.
Algunos de los aludidos ya no
existen. Si en algo los he incomodado pueden reclamármelo en la otra vida, que
dicen que es mejor. A quienes aún viven les recuerdo que cualquier tiempo
pasado fue peor. Ojala el próximo 2020 que empieza mañana, podamos decir lo
mismo.
A TODOS FELIZ AÑO NUEVO
Fin
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