Estados Unidos que consolidó su posición de liderazgo al formar parte de los vencedores en las dos guerras mundiales y en la Guerra Fría, es eje de una paradoja política al renunciar a esa posición en el momento en que ningún adversario amenaza con desplazarlo. En términos de reales China y Rusia no desean competir, sino colaborar con Estados Unidos. La globalización impone la convergencia.
En alguna de sus acciones más positivas en los ámbitos internacionales, Estados Unidos fue el promotor de la creación de la ONU y de su antecesora la Sociedad de Naciones, pasando por los 14 Puntos de Wilson y la Carta del Atlántico, realizaciones decisivas para ordenar las relaciones internacionales cuyos efectos, aún vigentes, ofrecen las únicas garantías efectivas para la seguridad global.
Además de la ONU, su Carta y el Consejo de Seguridad que es una premisa de “gobierno mundial” sustentado por los “Cinco Grandes y un sistema de alianzas que abarca a todo el planeta, Estados Unidos ejerce una influencia política decisiva en los asuntos políticos mundiales que consolida económica y financieramente por intermedio de las organizaciones de Breton Woods, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y Organización Mundial de Comercio. A ello se suma el predominio de su industria cultural y de entretenimiento.
Para expandir su liderazgo a todos los ambientes internacionales, Estados Unidos favoreció la estructuración del sistema de agencias de la ONU: Tribunal Internacional de Justicia, UNESCO, FAO, UNICEF, OIT, y la Organización Mundial de la Salud (OMS), todas dependientes del financiamiento de Estados Unidos.
Al entramado civil se añaden la OTAN, la presencia naval en todos los mares y océanos, y no menos de 800 bases militares en casi 50 países y 114 en territorios estadounidenses de ultramar.
De cara a sus políticas hegemónicas, y a la utilidad política que percibe, por los cerca de mil millones que Estados Unidos aporta cada año para el financiamiento del sistema general de la ONU (25 por ciento), no constituyen un gasto sino una inversión altamente rentable cuyos resultados son tangibles.
Desde la llegada a la presidencia, por unas y otras razones, el presidente Donald Trump ha colisionado con las agencias de la ONU, y más recientemente, con la Organización Mundial de la Salud con la cual, sin argumentos probatorios y, apenas sin razonar, en medio de la crítica situación mundial creada por la pandemia COVID-19, rompió todos los vínculos.
Obviamente, para ejercer un liderazgo mundial y un poder hegemónico se necesitan instrumentos políticos y sociales, el mejor de ellos es la ONU y sus agencias que, entre otras cosas, son herramientas para ejercer influencias de todo tipo, especialmente políticas sociales. En las condiciones de la globalización estas entidades son imprescindibles.
No habría que ser muy sagaz para percatarse de que, al tomar distancia de las agencias de Naciones Unidas y separarse de la OMS, probablemente el presidente Trump se ha pegado el clásico tiro en el pie y su país pierda más de lo que gana.
La gran paradoja es que esos mecanismos que en parte constituyen el sostén de la influencia norteamericana en el mundo, están siendo desestimados por sus creadores. Al desmontar los elementos integrantes del sistema/mundo, y debilitar a la ONU, Estados Unidos puede estar cortando la rama que lo sostiene. Allá nos vemos.
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