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Juan M Ferran Oliva agosto 25 de 2020
Al despertar del 15 de julio de 1789,
intrigado por el estruendo, Luis XVI preguntó al duque de
Rochefoucauld si se trataba de una rebelión. La respuesta fue:
No, Sire, es una revolución.
El concepto de revolución política es objeto
de debates. Sus sinónimos son infinitos y se comportan como árboles que no
dejan ver el bosque[1].
En mi inmodesto criterio una revolución es un punto de inflexión histórico que
da paso a un nuevo estadio. Es un salto en la evolución y ha de cumplir dos premisas:
·
Tomar el poder político
·
Transformar positivamente el modelo
económico.
Una revolución es un momento en la historia.
No es permanente[2] pero puede
requerir varios años y etapas para materializarse. La
Francesa, tomada como paradigma, sufrió un largo proceso que abarcó dictaduras, imperios e incluso el
retorno a la monarquía. Finamente se impuso su propósito inicial de anular los
privilegios de sangre.
La Revolución Rusa sustituyó el poder burgués[3]. Cumplió
en lo político pero no en lo económico. Quienes no seguían su pretendido
socialismo científico eran tildados de revisionistas o algo peor. A la larga
estalló.
La Revolución cubana fue su calco y corrió una
suerte análoga. Tuvo como objetivo inicial derrocar una dictadura sangrienta y
llevar a cabo los cambios previstos en La
Historia de Absolverá. Enfrentó al poderoso vecino que la explotaba al
tiempo que la URSS le ofrecía una tabla de salvación. El enemigo de mi enemigo es mi amigo. No sé si fue este el
principio que rigió aquellas decisiones. Algunos dirigentes tenían conceptos
radicales apriorísticos, pero no todos. Comoquiera adoptamos apasionadamente, y
yo el primero, una ideología que nos
pareció redentora. Fue como incubar un huevo infértil. La Revolución cubana
quedó inconclusa al igual que la 8ª
Sinfonía de Schubert.
Los distintos modos de producción se caracterizaron por el salto de la
productividad respecto a los sustituidos. El esclavismo superó a la comunidad
primitiva y fue mejorado por el feudalismo y éste por el capitalismo. Hasta el
presente ninguno de los pretendidos socialismos ha mejorado la productividad
capitalista. En consecuencia cabe afirmar que no ha existido aún un modo
socialista de producción. El
modelo soviético tuvo esa intención pero falló. Fue adoptado por todas las economías centralmente planificadas. Así
las llamó la Organización de Naciones
Unidas para diferenciarlas de las economías
de mercado. En términos menos eufemísticos eran, respectivamente,
comunistas y capitalistas. Terrorismo es
el nuevo sambenito en boga.
Socialismo es una
etiqueta atractiva. La adoptan Estados y organizaciones políticas. Es una
desiderata. Hoy en día, tácitamente, se acepta que son socialistas aquellos países o movimientos que centran al ser humano como objetivo. Su
antítesis es el neoliberalismo.
China, Viet Nam, Laos, Cuba y Corea del
Norte, mantienen formalmente el modelo
de partido único. Hay diferencias acentuadas entre ellos. En los tres primeros el mercado
tiene carta abierta; ignoro como aplican el centralismo democrático. El
comunismo dinástico de Corea del Norte es incomprensible. Rusia, que es un país
capitalista, adopta posiciones progresistas. Al igual que China incurre en
pecados de centralización. Pero esa es
otra historia.
En Cuba, tras echar al capitalismo por la
borda, se pensó que el socialismo consistía en la estatalización. Craso error. A
partir de ese momento se produjo la evolución de un ensueño desvanecido en el entorno de
1990. Quedamos marcados por años de aversión al mercado, preeminencia de los
estímulos morales, menosprecio de los mecanismos financieros, desarrollo de
gestas faraónicas, voluntarismo y gatillo alegre en los gastos sin
contrapartida productiva. Todo en medio del gran apoyo de la URSS. La
pertenencia al CAME reafirmó nuestra condición de exportador de materias
primas.
El Período Especial intentó de reparar lo insalvable. Le siguieron
años de curso sinusoide en los que fue aplicado cierto grado de
descentralización, posiblemente a desgano.
Todos estos antecedentes han dejado como
herencia una entelequia burocrática.
La Revolución cubana cumplió con la premisa de eliminar el poder burgués, pero el aspecto
económico quedó como asignatura pendiente Es lo que justifica que se hable
de continuidad como tarea de la nueva generación en el poder.
El país sobrevivió y ello es un logro, pero no
suficiente. En términos concretos hay dos triunfos prominentes posteriores a
1990. Uno es la transformación de la estructura externa del intercambio
exterior que sustituyó la exportación de mercancías con la de invisibles (turismo,
remesas, servicios al exterior). Otro es la extracción de petróleo equivalente
a casi la mitad de las necesidades nacionales.
Obama optó por los guantes de seda en su afán
por deshacerse del mal ejemplo cubano. Su sucesor Trump se empeña en desarmar
todo lo que hizo y espoleado por su afán reeleccionista aguijonea cada vez más
el bloqueo. Antes de sus pujos estimé[4],
tentativamente, que en el año 2017 y
quizás en 2018, dicha inmoral medida pudiera estar afectando al PIB cubano en alrededor
de un 2%. Las nuevas vueltas al
torniquete lo habrán elevado.
Y en eso llegó la pandemia. Sus efectos son varios.
Se reduce nuestra capacidad de importación y se afectan las fuentes externas de
mercado y capital. Además hay costos adicionales en la Salud Pública.
Los grandes problemas exigen grandes
soluciones. Quizás la pandemia sea la gota que rebose la copa y los precipite.
Creo en quienes dirigen el Estado. Su tarea no
es fácil pero cuentan con una preparación que no tuvieron los fundadores. Además
disponen de las experiencias positivas y negativas acumuladas y, según parece,
actúan en forma colegiada. Su condición de continuadores implica que deben rematar
lo que quedó inconcluso. Se trata de concretar
y aplicar un modelo de economía viable. Ha de ser genuinamente cubano, mantener la soberanía política, tener al ser
humano como objetivo, superar el subdesarrollo y respetar la
Naturaleza. Todo ello –conditio sine qua non- con la mayor democracia posible. Nada
fácil, pero es el camino Cuando se alcance, póngasele el
ismo que corresponda.
Fin
[1] Sinónimos de revolución: conmoción, sacudida, trastorno, cambio,
convulsión, transformación, novedad, renovación, mutación, perturbación,
sublevación, agitación, sedición, rebeldía, insurrección, amotinamiento,
asonada, disturbio, revuelta, algarada, insubordinación, alteración, anarquía,
levantamiento, rebelión, desorden, cataclismo, giro, rotación, vuelta,
revuelta, órbita
[2] Revolución permanente es un término casuístico empleado originalmente
por Marx y Engels. Calificaban de reformista la oleada de revoluciones
burguesas de 1848 que liquidaron la Restauración absolutista. Constituyeron un
preludio de la revolución proletaria que no
ocurrió. Trotsky utilizó el termino en otro sentido. Consideraba que la
revolución socialista iniciada en un solo país no era un fin sino un eslabón de
la cadena internacional y en ello estriba el concepto de permanente. Ver El
Manifiesto Comunista de Marx y Engels, y El 18 Brumario de Luis Bonaparte, de Marx.
También La Revolución Permanente de León Trotsky,
[3] Teniendo al socialismo como eslabón pre comunista
[4] Ferran, Juan M. Las cifra claras y el chocolate espeso. SINE DIE 67 de
septiembre 23 de 2019
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