Cuando la Empresa de Ómnibus Nacionales anunció el pasado 18 de septiembre en Cienfuegos que viajaría a los municipios, no escuché ni una sola opinión negativa al respecto. Ante la pausa en septiembre del transporte nacional debido al rebrote de COVID-19, la estrategia se tornó ganar-ganar tanto para la población —con viaje seguro— como para la empresa, pues las yutones activas neutralizaron aquello de que “barco parado no gana flete”.
Digamos que fue una muestra de creatividad —esa que nos ha pedido una y otra vez la máxima dirección del país— en medio de un escenario económico muy difícil. De iniciativas como esta necesitamos, y necesitaremos, para rebasar el trago amargo que ha significado la pandemia para la salud de la gente, y la economía.
En el caso de Cuba, por ejemplo, del más reciente Consejo de Ministros emergió el dato — en la voz del viceprimer ministro y titular de economía y planificación Alejandro Gil Fernández— de aproximadamente mil millones de pesos en gastos de respaldo al enfrentamiento de la enfermedad.
La cifra, elocuente para medir el impacto de la contingencia sanitaria, se inscribe en un contexto de negocios particulares paralizados (sobre todo arrendadores para el turismo, entre otras actividades), con la consiguiente huella en impuestos dejados de captar para oxigenar el presupuesto; una actividad turística igualmente resentida desde marzo, y no pocas vueltas de tuerca al bloqueo económico por parte del gobierno norteamericano.
Otro elemento, la productividad del trabajo, incide igualmente en el panorama aquí descrito. A nivel mundial, un dato esclarece las afectaciones en materia de empleo, al estimar la Organización Internacional del Trabajo (OIT) un descenso del 8,6 por ciento de las horas de trabajo en el cuarto trimestre de 2020.
Cuba no queda exenta de esa realidad. Datos informados el pasado junio por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, daban cuenta de un número superior a las 138 mil personas interruptas durante la pandemia, tras aplicar en los centros laborales medidas para evitar el contagio. Y aunque varias provincias han cambiado de fase, y ha retornado al empleo buena parte de los trabajadores, otro aspecto un tanto más subjetivo, pero real, conspira contra la productividad: el número de horas dedicadas a la búsqueda de productos de primera necesidad.
Mientras un año atrás comprar no suponía dilema alguno, hoy las colas absorben más tiempo del acostumbrado para adquirir mercancías imprescindibles, y tengamos en cuenta que nuestros comercios expenden en el horario laboral tradicional. De hecho, los estragos de la pandemia en el comercio no son exclusivos de nuestro entorno vital. Prensa Latina informó recientemente que el comercio mundial de bienes cayó 14,3 por ciento de marzo a junio.
En el caso de Cuba, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, CEPAL estima por ejemplo un descenso en la actividad importadora del 41 por ciento en el lapso temporal de enero a mayo. La propia CEPAL, en el informe “Los efectos del COVID-19 sobre el comercio internacional y la logística”, refleja la caída de las importaciones en todos los países caribeños y latinoamericanos, y marca la merma de un 17 por ciento promedio para la región.
El economista cubano José Luis Rodríguez, por otra parte, refleja en el “Resumen sobre la evolución de la economía mundial. Primer semestre de 2020”, el aumento desde fines de 2019 de precios por tonelada de productos básicos “como el arroz (en un 8,3 %), el trigo (en un 15,2) y el frijol de soya (en un 3,6 %)”, ilustra el experto.
Ante tal panorama, con estos datos sobre la mesa, no queda otro remedio que organizarnos con milimétrica precisión. A nivel macro el país ya definió la Estrategia de Desarrollo Económico y Social. Pero en cada localidad, allí donde coexistimos todos, sobre la marcha deben pulirse decisiones — como la implementada con las yutones, por ejemplo— para optimizar cada recurso.
Imprescindible también el control como vía para evitar casos de desvío o malversación, publicados diariamente en el noticiero estelar de televisión, que lastran la economía en empresas y el acceso de la población a productos de primera necesidad. Por cierto, ante la inevitable escasez, estrategias para enfrentar acaparadores bajo ningún concepto deben languidecer, pues si bien un vasto surtido sería la vacuna definitiva contra coleros, otros tratamientos preventivos como la organización de las colas en cada establecimiento, sí dan resultado.
El control de precios tampoco debe mermar. Tras una campaña de frío marcada por la baja disponibilidad de combustible (otra huella siniestra del bloqueo), algunos productos del campo apuntan a las nubes. De ahí la necesidad de una comercialización estatal efectiva y de penalizar, sin mano temblorosa, a quien especule con la necesidad ajena. Esto último cae, como anillo al dedo, para revendedores de champú, jabón, detergente o aceite, productos que aún esquivan el umbral del control, y van a parar a las redes sociales. Lo hemos visto en recientes reportes en nuestras pantallas, a las ocho de la noche.
Han pasado casi ocho meses de una pandemia que contrae la economía mundial. Aún no se vislumbra el final de la contingencia sanitaria. Si bien actúa nuestra economía en un escenario mundial de crisis, en nuestras manos descansan pequeños paliativos: la factura en tiempo y forma, el control de inventarios, el respeto al consumidor, la racionalidad en los gastos, el respeto a las partidas presupuestarias, la distribución efectiva, el ahorro…entre otros muchos “poquitos” necesarios para la salud económica en tiempos de pandemia.
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