Por Jorge Gómez Barata
Una de dos: El presidente Donald Trump nunca tuvo coronavirus o no está establecido. Ambas situaciones no pueden ser verdad. Al descartar que el mandatario haya mentido sobre su enfermedad, lo cual implicaría a autoridades médicas que difícilmente se prestarían a la farsa, es preciso asumir que estamos en presencia de un ejercicio de manipulación política.
Al respecto sobresalen varias evidencias: el coronavirus es altamente contagioso y letal, lo cual se corrobora con casi un millón de muertes, nadie sana en tres días y los afectados necesitan restablecerse para recuperar su capacidad de trabajo, suelen padecer secuelas prolongadas y en muchos casos, graves. En el hospital Walter Reed, hay médicos, no magos y Donald Trump no es un super humano.
El hecho de que la enfermedad se incube durante varios días y que los infestados puedan ser asintomáticos, aumenta la peligrosidad porque, aunque no la padezca, las personas transmiten el virus. De hecho, los actores más peligrosos de este drama son precisamente los asintomáticos.
En todos los casos, excepto en el de Donald Trump, los enfermos se recluyen y sus contactos previos, y los contactos de los contactos, se aíslan e investigan. En algunos protocolos, cuando los pacientes cuentan con condiciones para aislarse en su hogar y recibir asistencia médica, se permite el regreso al domicilio, lo cual no significa que estén de “alta”.
Esto es lo que parece haber ocurrido con Trump, con la particularidad de que el caballero, vive y trabaja en el 1600 de la Avenida Pensilvania, es decir en la Casa Blanca de Washington, donde comparte labores con otras 400 personas.
Según la narrativa oficial, Hope Hicks, asesora presidencial, pudo haber sido la “paciente cero” de la Casa Blanca que adquirió el virus de la COVID-19, infectó a Trump que, a su vez, puede haberlo propagado entre los asistentes a un acto en los jardines de la Casa Blanca el 26 de septiembre, en el cual no se observaron las normas de distanciamiento social y uso de mascarillas.
Más tarde el martes 29, el Presidente, varios miembros de su familia y alrededor de veinte altos funcionarios de su administración, algunos de los cuales estuvieron en el evento del jardín, viajaron a Cleveland en el Air Force One, sin apenas adoptar precauciones. Debido a la notoriedad de las personas involucradas en ambos eventos, todas extensamente relacionadas, en alrededor de una semana, calculando diez contactos por cada uno, además de sus familias, la cadena de contagios puede haberse acercado al millar de personas.
La potencialidad de los contagiados para contaminar y transmitir la enfermedad alude al aire que respiran, los objetos que utilizan y las superficies que tocan, los autos y teléfonos móviles que utilizan, los bolígrafos con que escriben y los objetos que tocan, los cuales se convierten en fuente de contagio. Esto ocurre, incluso después de haber recibido altas médicas.
De existir rigor epidemiológico no solo el presidente Donald Trump, todos los contactos y los contactos de los contactos, por su propia seguridad y la seguridad de los Estados Unidos, debieron haber sido aislados y la Casa Blanca fumigada. Están a tiempo. Allá nos vemos.
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