28 de Enero de 2022
Karima Oliva Bello
Granma
Al cumplirse un aniversario más del natalicio de uno de los cubanos más universales de la historia, orgullo de la nación y de nuestro continente, su obra sigue siendo de gran vigencia, motivo de debate y fuente de interpretaciones diversas
Con los pobres de la tierra /
Quiero yo mi suerte echar: /
El arroyo de la sierra /
Me complace más que el mar.
José Martí
Al cumplirse un aniversario más del natalicio de uno de los cubanos más universales de la historia, orgullo de la nación y de nuestro continente, su obra sigue siendo de gran vigencia, motivo de debate y fuente de interpretaciones diversas.
Es entendible que aún estemos debatiendo sobre el legado de Martí, porque Martí se adelantó, por mucho, a la época que le tocó vivir. Como diría Fernando Martínez Heredia: «Martí no encuentra contemporáneo hasta que no aparece Ho Chi Minh, Mao Tse Tung, Fidel Castro, el Che Guevara… Eso son sus contemporáneos, fíjate qué adelantado es y eso es una cultura acumulada tremenda que tiene Cuba».
También es entendible que sigamos hablando del Apóstol porque estamos aún en la senda de profundizar la democracia socialista en Cuba (camino que no está exento de importantes contradicciones), y su proyecto de Patria sigue siendo una guía y auténtica fuente de inspiración en esa dirección.
Cuando se hace un análisis del contexto sociohistórico en el que Fidel Castro declara, en abril de 1961, el carácter socialista de la Revolución, se hace evidente que estaba siguiendo la única alternativa posible para concretar el proyecto martiano de una Cuba independiente «con todos y para el bien de todos».
Como apunta Pablo González Casanova, entrañable mexicano condecorado con la Orden José Martí: «toda la historia revolucionaria de Cuba, a través de su pueblo y su líder, y sus líderes, asume la herencia moral, ideológica y política, la herencia revolucionaria de Martí, considerada como un todo en que, para alcanzar los objetivos morales y revolucionarios, se revela necesario hacer la revolución y también el socialismo. Para alcanzar los objetivos morales de Martí no solo se necesita hacer la revolución, si se es coherente, sino que se tiene que hacer el socialismo».
No podemos contraponer el ideario martiano a la vía socialista que siguió la Revolución luego de llegar al poder en enero de 1959. Estaríamos desconociendo dos de los principios estructurantes de la vastísima obra de Martí por la libertad de Cuba: en primer lugar, su profunda identificación con los sectores más humildes, que expresa una auténtica preocupación por la justicia social; y, en segundo lugar, su clara postura antimperialista, en especial, su denuncia de las intenciones de Estados Unidos de dominar América Latina y su disposición explícita de hacer todo cuanto fuese necesario para impedirlo.
Si las luchas independentistas sentaron las bases para que se forjara el sentido de soberanía como una de las piedras angulares de la identidad nacional, el socialismo (la eliminación de la sociedad dividida en clases y de la explotación con base en el trabajo), creó las condiciones de posibilidad para el desarrollo del sentido de justicia social que distingue al imaginario de la nación.
Nunca hubiésemos experimentado lo que era ir todas/os juntas/os a las mismas escuelas sin las profundas transformaciones sociales que permitieron que, por primera vez, tuviéramos espacio las mujeres, los negros y los pobres. ¿Cómo hubiésemos tenido una Cuba para todas/os (entendiéndose «todas/os» desde la perspectiva de la justicia social, o sea, con la inclusión de los sectores históricamente explotados) sin el socialismo? ¿Cómo hubiésemos consolidado la soberanía nacional sin el socialismo? El socialismo le dio una base concreta, material, tangible al proyecto de nación soberana y justa, y a los modos de subjetivación que comenzaron a producirse desde entonces hasta la fecha.
Desde la primera mitad del siglo XX, el comunismo formaba parte de nuestro imaginario revolucionario, ligado orgánicamente a las ansias de liberación nacional en la perspectiva de algunos de los líderes más importantes de la época, como es el caso de Julio Antonio Mella.
Después de 1959, las transformaciones socialistas que se llevaron a cabo conmovieron radicalmente toda la estructura de la sociedad cubana, las formas de organización del trabajo, la dinámica de las actividades y de las relaciones sociales, la percepción del mundo y del lugar que se ocupa en él.
Cubanas y cubanos tienden a percibir, como naturales, determinados derechos efectivos garantizados por el socialismo. Sin embargo, no son derechos naturales ni tienen una esencia trascendente, son importantes conquistas sociales, cuyo carácter universal e inalienable se sostiene porque hemos defendido la continuidad de la transición socialista.
El marxismo, a la vez, se integró a lo mejor de la tradición del pensamiento social cubano y ha servido como un método potentísimo para pensar nuestra realidad y el mundo. Está presente en nuestra manera de enfocar la cuestión social, hagámoslo explícito o no. Es invaluable el arsenal de conocimientos que, desde este referente, junto a la integración de otras perspectivas, se ha producido en el campo de las ciencias humanísticas y sociales en Cuba.
Finalmente, el socialismo cubano no ha sido un remake del sistema soviético (al que ha sobrevivido por más de tres décadas), a pesar de que a menudo le atribuyan de manera arbitraria la etiqueta de estalinista. Ha estado determinado por nuestra situación geopolítica, nuestra historia, el pensamiento de nuestros héroes y mártires, el trabajo de nuestro pueblo, sus satisfacciones, sus dolores, sus convicciones, su fe, sus anhelos y sus desvelos. Ha estado signado por el pensamiento y la obra de Martí, de Fidel y el Che.
La formación de la identidad nacional es un proceso histórico multideterminado, complejo y contradictorio. El ideario socialista y el marxismo son parte de sus elementos constituyentes, a tal punto que para no pocas/os cubanas y cubanos, Cuba también significa socialismo. Pero no podemos decir que en Cuba todas/os abracemos la causa socialista.
Fernando Martínez Heredia era del criterio de que no debíamos conformarnos «con cosas superficiales (…), como llamarle anexionista a todos los que quisieran, por ejemplo, el retorno del capitalismo en Cuba. El retorno al capitalismo en Cuba no es (necesariamente) anexionismo, se puede ser nacionalista y burgués».
Sobre ello dijo luego: «Si el día de mañana tuviéramos problemas graves entre nosotros, algunos de los que se sienten nacionalistas de esta manera (soberanía y justicia social sin socialismo) terminarán frustrados y dirán: “Yo que quería que Cuba tuviera una buena democracia, que con el pluripartidismo salieran los mejores siempre y la administración fuera una maravilla, y miren las desgracias que nos han caído por lo que yo me creí”.
Y afirmó después: «¿Qué tienen que hacer los pueblos cuando tienen experiencia histórica? No volverse a equivocar».
Hoy, analizando Cuba desde una perspectiva sociohistórica y geopolítica, la necesidad de actualizar el consenso a favor del socialismo no resulta extemporánea, sería ingenuo pensar que podremos sostener la soberanía de la nación y la justicia social sin seguir defendiendo y construyendo la vía socialista. A esa realidad responde el Artículo 4 de nuestra Constitución, cuando declara el carácter irrevocable del socialismo. Este artículo es un recurso con el que cuentan, para defender sus intereses, todos los sectores sociales que verían amenazadas las conquistas históricas que los benefician si el capitalismo vuelve.
No podemos hablar del imperio sin hablar del imperialismo. Estados Unidos es una amenaza no porque tenga una cualidad esencialmente perversa como nación, es una amenaza mientras sea imperialista; de hecho, no es solo imperialista, es el centro de poder político y militar más importante del sistema mundo capitalista.
El capitalismo es hoy el verdadero riesgo para todos los sectores humildes del mundo, en especial, para los pueblos del sur global. Es el principal feminicida, es el principal destructor de la naturaleza, es el principal explotador de los trabajadores, es el principal colonialista y racista de la historia. Debiéramos preguntarnos, ¿Martí se opondría al feminicidio, a la explotación despiadada de mujeres y hombres con base en la precarización del trabajo después de tantos paquetazos neoliberales, se opondría a la destrucción masiva del medioambiente, al racismo, al neoliberalismo? Entonces, tal vez, ser coherentemente martiano en el XXI, también signifique ser anticapitalista.
Martínez Heredia afirmó: «El socialismo cubano es la realización en América de la postulación martiana de la liberación nacional con justicia social, y la demostración palpable de que solo uniendo ambas es posible triunfar, sostenerse y avanzar».
Porque, en definitiva, los ideales pueden ser muy elevados, pero las condiciones sociales, políticas e históricas, demuestran que, por la senda de la reinstauración capitalista, ya sea a través de la derecha o la vía socialdemócrata, la soberanía nacional y la justicia social estarían fuertemente amenazadas, y con ellas, las posibilidades de expresarse en el imaginario de la nación, más que como frustración o convicción del pueblo de salir de nuevo a conquistarlas, lo que, esta vez, en condiciones inmensamente más difíciles.
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