La semana pasada el Panel intergubernamental sobre biodiversidad y servicios de ecosistemas (Ipbes, por sus siglas en inglés) dio a conocer cuatro importantes informes sobre el deterioro ambiental. Se trata de las evaluaciones más importantes sobre el estado del medio ambiente en los pasados 10 años y cubren las regiones de Asia-Pacífico, África, América y Europa-Asia central. Las noticias son alarmantes: la pérdida de biodiversidad está a la par del cambio climático como una de las amenazas más graves para la humanidad. Ambos problemas actúan en retroalimentación y se fortalecen mutuamente en un círculo vicioso.
Cada una de las megarregiones cubiertas por los equipos del Ipbes presenta señales de severos daños en todos los ecosistemas. La pérdida de biodiversidad está acompañada de un grave deterioro en la calidad de los suelos y de una marcada degradación en los acuíferos y cuerpos de agua. Por ejemplo, para África el Ipbes concluye que hacia finales de siglo se habrán extinguido la mitad de las especies de aves y mamíferos del continente debido al cambio climático. El informe señala que se han deteriorado más de 500 mil kilómetros cuadrados en el continente debido a la sobrexplotación, erosión, salinización y diversas formas de contaminación. Y se espera que la presión sobre el medio ambiente se intensifique, porque la población en África pasará de mil 250 a 2 mil 500 millones de personas.
En el continente americano, el informe del Ipbes concluye que en promedio la biodiversidad se ha reducido 31 por ciento en toda la región a lo largo de los pasados cinco siglos, pero el cambio climático va a empeorar la situación. Si las tendencias no cambian, para 2050 se habrá perdido otro 10 por ciento de especies. En general, las malas noticias se repiten una y otra vez para las cuatro regiones que cubren los informes del Ipbes. El mensaje general es que la destrucción ambiental provocada por la actividad económica alcanza dimensiones planetarias y pone en peligro la supervivencia de la especie humana.
Sin duda alguna estos estudios tienen una gran importancia para el diseño y aplicación de políticas. Pero es precisamente en la intersección entre actividad económica y daños ambientales donde se encuentra el punto más débil de los estudios del Ipbes.
En efecto, para los arquitectos de los diagnósticos del Ipbes el tema de los motores del deterioro ambiental es su talón de Aquiles. El equipo medular que realizó el estudio conocido como la Evaluación del milenio sobre los ecosistemas (dado a conocer en 2004) es el mismo que promovió la creación del Ipbes. Ya desde aquel trabajo habló de los motores del deterioro ambiental, pero se limitó a encontrarlos en el crecimiento económico y demográfico. Esto es problemático por varias razones.
Una de ellas es que desde hace más de 40 años la economía mundial viene sufriendo una caída en la tasa de crecimiento. En 1964 se expandió a una tasa de 6.7 por ciento, pero en 2015 el crecimiento se había reducido a 2.6 por ciento. A lo largo de esos 50 años la economía global ha sufrido cinco grandes recesiones y siempre la recuperación presentó tasas de crecimiento inferiores a las de la recuperación en la crisis anterior. A lo largo de todo el periodo se observa una tendencia constante hacia menores tasas de expansión. Y ahora viene la pregunta: ¿esa ralentización fue buena para el medio ambiente? La evidencia a nuestro alrededor es clara y los estudios del Ipbes lo constatan: el deterioro ambiental ha continuado intensificándose a lo largo de estos cinco decenios.
El tema del aumento de la población también amerita un análisis más cuidadoso. Y es que la tasa de crecimiento demográfico también ha manifestado una caída muy importante en los decenios anteriores, pasando de 2 a 1.1 por ciento entre 1963 y 2015. Claro que ahora el volumen de la población total hace que el incremento anual sea comparable al de hace 50 años, pero se espera una tasa de 0.5 por ciento en 2050. Hoy, quizás, los fenómenos demográficos más importantes son la urbanización y la migración. Más de la mitad de la población mundial vive ya en ciudades y la tasa de incremento de la población urbana es de 1.5 por ciento. Y ese proceso tiene fuertes implicaciones ambientales por la adopción de patrones de consumo que muchas veces son insostenibles.
Desgraciadamente, hoy los estudios del por ciento no contienen un capítulo dedicado a los motores de la degradación ambiental. Da la impresión de que se quieren evadir las preguntas clave, que se acercan a las definiciones de prioridades políticas. Por ejemplo, en materia de agricultura se dice que es necesario promover prácticas de agricultura sustentable, pero se hace a un lado el hecho de que la pequeña agricultura campesina ha estado bajo un terrible ataque desde hace décadas por los gobiernos neoliberales en el mundo entero. Se necesita ir más allá de las generalidades para abordar un análisis desagregado y con una mejor definición. Sólo así será posible desentrañar las fuerzas económicas que están detrás de la destrucción ambiental.
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