Fuentes: Progreso semanal
Hace poco tiempo, conversando de manera muy privada con un afamado y cualificado médico, le preguntaba si era posible que personas con elevadas responsabilidades en el país podían conciliar el sueño en medio de tantos y acuciantes problemas por los que atraviesa la isla en estos tiempos de pandemia casi incontrolable y para colmos abrazados en un ambicioso plan de reformas de la economía y las finanzas en medio de una severa crisis en la alcancía nacional.
La interrogante no lo tomó por sorpresa. Apenas dudó en responder con pocas palabras, como ese diagnóstico confirmado a algún paciente al que se le invita a tomar asiento y prestar atención a la nueva mala y su esperanzador tratamiento:
-No dudo que deba tomar algún inductor al sueño.
A punto de alcanzar todo un año de incesante enfrentamiento al peligroso y letal virus que ha llegado con los más variopintos problemas para la sociedad, a cualquier ser humano se le puede interrumpir el descanso nocturno con la preocupación más insospechada.
La alimentación y el desabastecimiento pudieran compartir el podio de las desgracias ligeramente superadas por el impacto de la Covid-19 en el propósito de eliminarlo o cuando menos controlarlo.
No por gusto, antes de la llegada del virus, el tema comida ya era considerado como un problema de seguridad nacional no resuelto debido a errores o políticas desacertadas o a posposiciones y a un empeño gringo por complicar las cosas todavía más.
Nadie debe cuestionar que son momentos decisivos en la historia de la revolución cubana, que requieren de una elevada dosis de inteligencia y valor para poner en marcha nuevas fórmulas que permitan a la nave llegar a puerto seguro.
Y se dan algunos pasos como esas novedades que incentivan la insuficiente inversión extranjera, la producción agropecuaria, la posibilidad de exportación en pequeños negocios y el reconocimiento a esa actividad que han bautizado como formas no estatales de producción como para no llamarlas por su nombre de sector privado o cooperativista.
La llegada de Joe Biden a la Casa Blanca este 20 de enero y la consiguiente salida por puerta trasera del dañino Donald Trump, debe interpretarse como un resquicio para una más apacible y beneficiosa relación con nuestro vecino-enemigo histórico. La experiencia Obama debe servir para abrir nuevos horizontes básicamente en la economía con las reglas de juego ya establecidas por ambas partes que son harto conocidas.
Alguna vez tendremos que irnos todos a la cama con el estómago satisfecho prescindiendo de un inductor de sueños. De lo contrario, las pesadillas continuarán a plena luz del día.
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