Aug 5 ·
Foto: tomada de El Independiente.com
Por Dr. Carlos Rodríguez Castellanos, vicepresidente de la Academia de Ciencias de Cuba
Según un reporte de la revista norteamericana Science, hasta el 15 de junio pasado 54 científicos norteamericanos del sector biomédico habían sido despedidos u obligados a renunciar por sus instituciones, supuestamente por no haber declarado su colaboración con China. La mayoría tenían proyectos financiados por el NIH (Instituto Nacional de Salud), la agencia del gobierno estadounidense que distribuye los fondos federales para las investigaciones biomédicas.
Al parecer, un 70 por ciento de esos investigadores también tenía proyectos financiados por instituciones del país asiático y el 54 por ciento estaba adscrito al programa chino “Mil talentos”, actividades completamente legales. No hay evidencias de transferencia efectiva de información protegida o sensible. Sólo en el siete por ciento de los casos el vínculo involucraba a una firma y apenas el cuatro por ciento tenía alguna patente no declarada en el exterior.
Esta es solo la punta del iceberg: un total de 399 científicos están siendo investigados a instancias del NIH, el 82 por ciento de ellos de origen asiático. Otros 121 son también “del interés” del Buró Federal de Investigaciones, mientras que 44 más han sido denunciados por sus propias instituciones.
Se trata de una auténtica persecución, que en otras circunstancias habría provocado fuertes reacciones en los medios. Sin embargo, hay pocas declaraciones públicas al respecto. Tanto los investigadores, como sus instituciones temen disgustar al poderoso NIH y verse privados de su financiamiento.
La inmunóloga Perlie Epling-Burnette, obligada a renunciar en diciembre pasado por el Centro de Cáncer Moffitt de la Universidad del Sur de La Florida, negó los cargos en su contra y lamentó el trato irrespetuoso recibido de un lugar donde trabajó más de 30 años. Ella considera que “mucha gente buena está siendo crucificada” bajo la presión del NIH.
Como si esto fuera poco, el 18 de junio pasado, los senadores Rob Portman, republicano de Ohio, y Tom Carper, demócrata por Delaware, junto con un grupo bipartidista de otros trece senadores, introdujeron al Senado el proyecto S.3997 denominado “Acta para la salvaguarda de la innovación americana”. Su propósito declarado es “fortalecer la seguridad e integridad de la empresa científica e investigativa de los Estados Unidos” y detener el “robo por parte de China y otros países de los frutos de la investigación financiada con fondos federales”, lo cual constituye una “amenaza para la seguridad y el bienestar de los norteamericanos”.
En un ambiente de histeria anti-china, el proyecto de ley propone conceder amplios poderes al Gobierno para negar visas a investigadores visitantes que tengan vínculos con gobiernos hostiles a los Estados Unidos, para limitar el acceso de extranjeros a actividades académicas dentro del país y para controlar la seguridad de los proyectos de investigación. Reduce el monto de los donativos extranjeros que las universidades están obligadas a reportar. Eleva a la categoría de delito, sancionable con penas de cárcel o fuertes multas, el incumplimiento del deber de informar los vínculos con instituciones extranjeras. Y, no faltaba más, requiere que otros países, que colaboren con los Estados Unidos, adopten normas similares.
En las universidades, las primeras reacciones públicas fueron cautelosas. En privado y desde el anonimato, algunos expresaron graves reservas y consideraron que el proyecto “viola la cultura de apertura, que es fundamental para la investigación académica” y “restringirá el intercambio de talentos y de ideas” (1)
Al parecer hubo negociaciones entre varias asociaciones universitarias y los congresistas, pero sin muchos resultados. El pasado 22 de julio,un sub-comité del Senado aprobó el proyecto de ley, con muy pocos cambios. Esto motivó una declaración conjunta y pública de la Asociación de Universidades Americanas, la Asociación de Universidades Públicas, la Asociación de Colegios Médicos Americanos y el Consejo Americano por la Educación, expresando claramente que sin cambios adicionales no podrán apoyar el proyecto.
Después de esta declaración, se iniciaron recriminaciones públicas mutuas. Existe la posibilidad de que expire el mandato del actual Congreso y los debates se extiendan a la próxima legislatura. Seguramente, muchos académicos norteamericanos tratarán de oponerse, pero esto implica riesgos, y no es evidente que tengan fuerza suficiente para contrarrestar la atmósfera prevaleciente. También habrá oportunistas que aprovechen para quitarse un poco de competencia china.
La historia no se repite, pero es imposible evitar el recuerdo del macartismo y su impacto en las universidades norteamericanas. Los círculos de poder de los Estados Unidos necesitan atribuir los éxitos de China, como en su tiempo lo hicieron con la URSS, no al esfuerzo y el talento de estos pueblos, sino al espionaje, el robo de información, la trampa. El que se oponga a esta visión o colabore con el nuevo enemigo, no es un buen patriota norteamericano y debe atenerse a las consecuencias.
Durante años, los Estados Unidos han exportado los valores de “la libre movilidad de los científicos”, “la Ciencia sin fronteras”, “la investigación como empresa internacional de búsqueda de la verdad”, “los científicos: ciudadanos del mundo”, “las mejores oportunidades al talento donde quiera que surja”, etc. En realidad, ellos han sido los grandes beneficiarios de esta “libertad”, que les ha ayudado a hacerse con gran parte de lo mejor del talento mundial. Ahora, parece que no les conviene tanto.
Los científicos cubanos somos testigos de que el gobierno norteamericano siempre ha subordinado esos valores a la política de bloqueo y subversión contra nuestro país. En no pocas ocasiones, para bochorno de honestos colegas norteamericanos, que han visto cómo se violan sus derechos y cómo sus organizaciones no gubernamentales no son tan independientes del gobierno como ellos pensaban. Nos solidarizamos con las personas injustamente afectadas por la nueva cacería de brujas.
Sabemos perfectamente que la nueva ley, si se aprueba, también podría ser utilizada contra nobles proyectos de colaboración entre científicos de ambos países. Pero ya nada de eso asusta. Nos mantenemos serenos, trabajando con el pueblo para recuperarnos de la pandemia y sus consecuencias. Porque quizás la ciencia no tenga fronteras, pero nosotros sí tenemos Patria: que comienza en Cuba y se extiende a toda la Humanidad.
[1] Jeffrey Mervis. Senate bill to curb foreign threats raises alarm. Science (2020), Vol. 368; №6498, p. 1415.
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