La última sesión de la Asamblea Nacional me dejó mas dudas que certezas. Se analizan por enésima vez los problemas que nos aquejan pero no se formulan soluciones ni se muestra un plan. Se habla de hacer las cosas diferentes pero continúan los mismos discursos. Se alerta sobre la urgencia del momento pero el tiempo sigue siendo una variable subvalorada a la hora de la toma de decisiones. Se discute la implementación de medidas económicas aprobadas en congresos, lineamientos y conceptualizaciones pero se habla de la necesidad de CONSENSO para seguir avanzando. ¿Consenso con quién? ¿Hay alguien dentro de las instituciones que se opone al curso económico que intentó seguir este país desde el 2011? ¿Por qué lo hace cuando, como todo lo que se aprueba en Cuba, se adoptó por UNANIMIDAD? ¿Cuáles son sus motivos? ¿O debe usarse INTERESES, bendita categoría de las ciencias políticas?
Y así de repente en estas meditaciones sosegadas y posteriores a una asamblea aparece la palabra “política”. Y llega, no puede ser de otra manera, porque político es el momento que vivimos. Como empresario cubano, quisiera desplegarme en propuestas técnicas, en diagnósticos, en recomendaciones prácticas para superar esta crisis. Lo he hecho en otros momentos y lo han hecho otros mil veces más capaces que yo. Gente en las instituciones y gente al margen de ellas. Pero tanto “titubeo”, tanto “regresar a donde ya estuvimos”, tanta superficialidad en el análisis me confirma que el problema nacional que vivimos no es de diagnóstico. El problema es de voluntad. Voluntad para hacer cumplir lo aprobado, voluntad para arriesgar, voluntad para asumir las responsabilidades, voluntad para cumplir el papel que nos toca jugar.
Hay algo que tengo bien claro: Ni la empresa estatal, ni la privada, ni las cooperativas, ni la inversión extranjera avanzarán si los análisis y visiones que se aplican son los que predominaron en la sesión de hace una semana.
Yo creo en la regulación de los mercados, en la justicia social, en la responsabilidad del Estado y del ciudadano pero detesto el pretendido análisis económico lleno de vacíos, de medias verdades y de facilismos. Este no nos llevará a ningún lugar que no conozcamos ya.
Yo entiendo, porque la tengo en mi casa (parte del pueblo soy) la mirada de nuestros ancianos cuando ven el país en el que viven. Ellos no quieren escuchar hablar de oferta y demanda, apenas entienden las leyes del mercado porque intentaron construir y vivieron en un país diferente. Comprendo el malestar de la gente que sostiene a este país desde un aula, un hospital, una institución pública necesaria para el buen funcionamiento de la vida. Pero lo justo para con ellos, lo verdaderamente revolucionario no es otra cosa que asumir la responsabilidad y hacer lo que en verdad hay que hacer. Construir un espantapájaros para darle candela en una hoguera no bajará un centavo el dólar, no pondrá comida en nuestros platos ni medicinas en nuestros hospitales. Solo lo hará una economía moderna, eficiente, debidamente regulada y con competidores en igualdad de condiciones.
Las nubes en el aire se mueven para conformar, todo indica, una tormenta perfecta para el mercado y para el sector privado. Un vez más, de nuevo. Hay quienes claman por “ofensivas revolucionarias” o “procesos de rectificación de errores”. La última reunión del poder legislativo ha dejado pista abierta para que en la cercana modificación del Decreto Ley de las Mipymes se escriba en piedra el desastre. No ganará la población vulnerable, ni nuestros viejos, ni la independencia, ni la soberanía, ni el país. Perderemos todos.
Colaboración de Humberto Pérez González y Joaquín Benavides.
Cuba hoy necesita libertad. Se niegan a ello y sin ella no van a resolver ningún tema. Ninguno.
ResponderEliminarEl penúltimo párrafo de éste artículo me ha estremecido,me ha conmovido simplemente porque me considero revolucionario,sensible,ser humano q es la condición indispensable para serlo
ResponderEliminar