Por Pau Solanilla. EsGlobal
Categoría: Cuba desigualdad Economía Política y sociedad
La mirada hacia la isla y su potencial futuro tiene que ser amplia, global y estratégica.
Cuba está de moda y vuelve a centrar la atención del mundo político y económico internacional, sobre todo gracias al proceso de deshielo de las relaciones entre EE UU y la isla. Tras los históricos encuentros entre Raúl Castro y Barack Obama, el simbólico viaje del presidente estadounidense a Cuba el 21 de marzo de 2016, o el concierto de los míticos e incombustibles Rolling Stones en La Habana, el país inauguró una nueva etapa en las relaciones bilaterales entre los otrora enemigos, así como de las relaciones de Cuba con el resto del mundo. El país está en ebullición, y el interés por la perla del Caribese ha multiplicado en los últimos meses. Encontrar hoy cama en un hotel de la isla, ya sea para hacer turismo o para organizar viajes de exploración de negocios, es una misión cada vez más difícil.
¿Qué tiene este pequeño país caribeño que genera recurrentemente tanto interés? Más allá de su historia reciente y de la demostrada resiliencia frente al vecino norteamericano, que hace correr ríos de tinta y agita pasiones a favor y en contra, Cuba está inmersa en un importante proceso de cambio. Por un lado, tiene que acometer el relevo generacional de su dirigencia por motivos biológicos. Los líderes de la Revolución van a dar paso a una nueva generación, que previsiblemente dará paso a una dirección más colegiada que continúe con la tarea de mantener los principios fundamentales del sistema, y quizás, la apertura de nuevos espacios y formas políticas más plurales. Por otro lado, nadie discute en la isla la necesidad de modernizar y actualizar las bases económicas del país, aunque genera un gran debate interno el cuándo y cómo. Un amplio debate que se estructura en torno a los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución para el período 2016-2021, y del que el propio Presidente del país Raúl Castro proclamó ante la Asamblea Nacional el 8 de julio de 2016 la importancia e irreversibilidad de ese proceso: “proseguiremos la actualización de nuestro modelo económico al ritmo que definamos soberanamente, forjando el consenso y la unidad de los cubanos en la construcción del socialismo”. Ya se pueden percibir importantes cambios en los últimos años que están generando nuevas dinámicas internas y externas, aunque no exentas de tensiones y contradicciones, pero Cuba sigue siendo Cuba, y las formas y los tiempos cubanos son los que son.
La isla siempre ha sido un enclave económico de una relevancia inversamente proporcional a su tamaño. Ya en la época colonial, en los siglos XVIII y XIX, Cuba era considerada la “llave del nuevo mundo” y la principal abastecedora de azúcar para el mercado global de la época. El monopolio comercial español era disputado por otras potencias como la inglesa, y posteriormente Estados Unidos. La pérdida en 1898 de las últimas posesiones coloniales españolas de ultramar, y especialmente Cuba, causó un profundo shock en la sociedad española de la época, y está considerado como uno le los periodos más negros de la historia contemporánea de España. Cuba sigue siendo hoy objeto de deseo de propios y extraños, a pesar de que el mercado cubano es relativamente pequeño –algo más de once millones de habitantes–, con una población de bajos ingresos y un crecimiento económico bajo. Según los datos oficiales, 2014 cerró con un crecimiento real del PIB de 1%, con un descenso del 4,2% de la exportación de bienes y servicios y la reducción de ingresos en las exportaciones tradicionales como el azúcar o la exportación de los productos derivados del petróleo, destinados principalmente a los países del ALBA. Aunque los datos de 2015 mostraron, según el Ministerio de Economía, un crecimiento del PIB de un 4%, las previsiones para 2016 anunciaban un crecimiento del 2% que fue rebajado posteriormente por el propio Gobierno cubano al 1%. Una desaceleración provocada principalmente por un contexto económico internacional volátil, y por la crisis de su gran socio comercial, Venezuela, proveedor de crudo a precio reducido y principal cliente de servicios profesionales.
A pesar de la coyuntura económica de la isla y la imperiosa necesidad de modernizar su economía, la mirada hacia la Cuba de hoy y sus posibilidades de futuro debe ser amplia, global y estratégica. El pequeño país caribeño podría convertirse en pocos años en una historia de éxito y generar un círculo virtuoso de crecimiento y desarrollo si consigue transitar de manera adecuada por el camino de las actualizaciones económicas, según el léxico institucional local. Esa actualización requiere derribar algunos muros, esto es, introducir criterios de eficacia y eficiencia en sus empresas, dar incentivos, autonomía y capacidad de iniciativa en la gestión a los cuadros de sus organismos e instituciones, y remover parte del enorme aparato burocrático estatal que retrasa y desalienta tanto la inversión como el desarrollo del sector de los emprendedores.
La actual estructura productiva cubana se caracteriza por una insuficiencia crónica en muchos sectores económicos, como la producción agropecuaria y agroindustrial, que hace que la isla tenga que importar el 70% de los productos que consume, lo que equivale a unos 2.000 millones de dólares anuales. La baja producción y ausencia de incentivos para los productores agrarios, que tienen que entregar sus productos al Estado a precios preestablecidos, hace poco eficiente el sistema de producción y distribución. La industria azucarera, apenas genera hoy el 0,7% del PIB, cuando en la década de los 50 generaba el 25% del PIB. Por su parte, la industria manufacturera no ha conseguido despegar de un 14,4% del PIB, y otros sectores intensivos en mano de obra y generadores de servicios auxiliares como la construcción apenas contribuyen con un 4,9% del PIB, cuando el país cuenta con un déficit crónico de infraestructuras y viviendas.
Pero a pesar de todos esos desequilibrios, Cuba tiene unos activos nada despreciables que la hacen única en la región y que pueden constituir una de las pistas de despegue de su economía para los próximos años. Además del sector turístico, verdadera locomotora económica del país, con 3,5 millones de turistas en 2015, los sectores de salud y educación generan respectivamente un 17,1% y 8,3 % del PIB, lo que constituye unas sólidas bases en el terreno del desarrollo humano y sitúa a Cuba en la cuarta posición en América Latina en el Índice de Desarrollo Humano tras Chile, Argentina y Uruguay.
Además, el país tiene un extraordinario potencial en el terreno del capital humano, en el que el ingenio y la creatividad de los cubanos puede predecir un brillante provenir si es capaz de desplegar una estrategia integral en el desarrollo y exportación de servicios profesionales. Entre ellos destacan nuevos nichos de mercado como el outsourcing, que gracias a la digitalización de la economía global, generaría no solo empleo cualificado, sino más ingresos para los trabajadores y para el Estado, el verdadero Talón de Aquiles de la economía cubana. La isla está en disposición de atraer el interés de los inversores extranjeros gracias a un mercado industrial y de consumo casi virgen, una posición geoestratégica envidiable y una población altamente cualificada y formada.
Muchos consideran, sin embargo, que ese proceso no es posible si no se produce un cambio de régimen. No es previsible que el sistema de economía planificada socialista colapse en el corto plazo a pesar de sus problemas, o se abra de forma inmediata a un sistema de mercado libre como conocemos en otras latitudes. El éxito de su nueva transición dependerá en gran medida de su capacidad de generar un círculo virtuoso de crecimiento que genere prosperidad para el pueblo cubano, removiendo las obsoletas bases de un sistema económico de otros tiempos. El país podría transitar hacia un modelo económico actualizado sin renunciar a sus principios fundamentales, esto es, la igualdad y la redistribución de la riqueza, modernizando sus empresas públicas y permitiendo que se libere todo el caudal de creatividad que radica en la isla. Para ello, tiene que modernizar el amplio sector cooperativo del país, permitir y potenciar la emergencia de las pequeñas y medianas empresas y los cuentapropistas con facilidades e instrumentos financieros para su desarrollo.
Hasta la fecha, Cuba tenía restringidos los mecanismos de financiación internacional, pero se ha abierto una nueva ventana de oportunidad con la negociación con el Club de París para la reestructuración de su deuda externa en la que los acreedores aceptaron condonar los intereses acumulados por un valor total de 8.500 millones de dólares. Todo ello, y la colaboración con instituciones financieras como CAF, Banco de Desarrollo de América Latina, de la que Cuba entrará a formar parte en breve, así como otras instituciones y fondos dispuestos a apoyar el desarrollo económico y social de la isla, pueden permitir al país financiar parte de su modernización y desarrollo económico. Y es que uno de los destinos ineludibles del país caribeño será su incorporación en las instituciones financieras internacionales a medida que se normalicen sus relaciones con EE UU y poder atacar otro de sus grandes retos, la eliminación del actual sistema cambiario que distorsiona su economía.
Las autoridades cubanas han optado por una opción gradual manteniendo la esencia socialista en el modelo económico, pero abriéndose a la inversión extranjera en todos los sectores con excepción de los servicios de salud y educación a la población y de las instituciones de las Fuerzas Armadas. La aprobación de la Ley 118 “Ley para la inversión extranjera” y la publicación de la Cartera de oportunidades de inversión extranjera, promocionada por el Ministerio del Comercio Exterior y la Inversión Extranjera (MINCEX) permite a los inversores entrar en el país en tres formatos diferentes: la empresa mixta, el Contrato de asociación económica internacional, o la Empresa de capital totalmente extranjero, cada una de ellas con interesantes condiciones y concesiones.
Cuba tiene que aprovechar su momentum. De la habilidad de conciliar las dinámicas externas e internas dependerá el éxito de su futuro político, económico y social. Los cubanos quieren y necesitan cambios, pero no quieren un Big Bang que los lleve por un camino de incertidumbre, penurias y conflicto.
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