Eileen Sosin Martínez • Progreso Semanal
LA HABANA – “Olvídate, que yo no me muero de hambre”, es el lema de Yanet. Ni se había preocupado por no tener licencia para cocinar, hasta que un inspector le tocó a la puerta.
Ella disimuló, inventó que cocinaba para ayudar a algunas personas que se lo habían pedido. “Le di cinco dólares y se fue”, cuenta. Al tiempo llegó otro, aunque esta vez bastó con un plato de arroz con chuleta, vianda y ensalada.
Por fin se decidió a sacar el permiso, y ya llevaba como un mes de trámites, cuando congelaron las autorizaciones. “Mira, muchacha, si yo me puse… Fui para allá y les dije: ‘¿hasta cuándo es lo mío?’. Y además de eso…”, y frota el pulgar y el índice de la mano derecha, en un gesto que significa dinero. “Claro –agrega su esposo-, porque te enmarañan los papeles pa’ que tú tengas que ‘soltar’”.
Porque la palabra soborno es fea. Pero si además alguna sinonimia lleva a decir “regalo”, “ayudita” o “búsqueda”, no solo hay cohecho; también cinismo.
En la Cuba reciente, el enfrentamiento a la corrupción se ha concentrado en fugas millonarias, sobre todo en entidades estatales. Sin embargo, también existen “goteras”, peces chicos que se comen a otros peces chicos. El proceder cuestionable de algunos inspectores estatales ha sido detectado antes en la prensa nacional: una vez, otra, y otra más. Hasta hoy, parece un fenómeno bastante generalizado.
David, carretillero
“A nosotros hace rato están poniéndonos multas, porque tienes que moverte de lugar. Me quitaron los papeles después de varias multas, se los quitaron a todo el mundo (en un municipio de Mayabeque), pero seguimos vendiendo ‘por detrás’, porque una pila de gente vive de eso. Es un riesgo, pero qué voy a hacer. Hay que estar escondido, como si uno fuera un delincuente. Y yo no estoy vendiendo marihuana; estoy vendiendo viandas.
“Las multas las están poniendo cada uno o dos meses, son casi programadas. Los inspectores te ven todos los días en el mismo lugar, y tú a veces les regalas algo, otros les daban dinero: 50, 100 pesos, o una jaba con cosas, para ir aplazando la multa.
“No hay manera de defenderse, no tienes apoyo de nadie. Nosotros estuvimos pagando el sindicato, pero eso es por gusto, no pasó nada. Son la policía de los negocios, ellos mandan, y ¿quién contra ellos?”
Esteban, bodeguero
“Tenerlo todo exacto es muy difícil, tienes que vivir esclavo de cuadrar la bodega todos los días, y eso es imposible. En la inspección, según las deficiencias que te cojan, tú conversas con ellos, a ver cómo nos podemos entender como cubanos: se arreglan ellos y me arreglo yo.
“Antes llegaban y se les daba un poquito de aceite, un paquetico de café… Pero ya no quieren productos, quieren dinero. En dependencia de la inspección, unas valen más que otras. Hay dos que nunca fallan: en agosto, para cuando empieza la escuela tener la mochila de los niños; y en diciembre, por fin de año.
“Una vez me señalaron algunos problemas, yo propuse 20 CUC, y me dijeron que no: que eran 30.
“De verdad, esa gente es profesional, por eso ven los detalles que a veces tú ni piensas. Pero como persona… hasta ahora los que me han tocado a mí todos son buenas personas”.
Julia, ex-vendedora de libros
“Si (los inspectores) estaban cerca de allí las personas se avisaban, y todo el mundo recogía lo que no podían tener en la mesa. Otras veces venían de sorpresa, y era el corre-corre. Iban directo a los vendedores que tenían mercancías prohibidas: el acero quirúrgico, las cosas industriales…
“Una muchacha, me acuerdo, tuvo que dar una cadena que costaba siete dólares, y además dinero, tremendo abuso. Entre todas las mesas que tenían artículos no permitidos les daban algo.
“Eran dos mujeres, siempre las mismas. A ellas no les importa si tú lo vendes o no; no están en el tema de la sociedad, la legalidad en el país… No, no; ellas están resolviendo su problema económico, ¿entiendes? Es una cosa establecida que hay que darles algo, porque al que vende le hace falta seguir vendiendo, aunque sea ilegal”.
Gonzalo, carnicero
“Cuando vienen yo les doy los papeles de la empresa, y a la vez saco 10 fulas, cinco para cada uno.
“Pero entonces, por ejemplo, te cogen a ti botando escombros y te ponen una multa. Ellos siempre buscan la manera de meter una multica para justificar su trabajo, pero aquí vienen a ‘buscar’ nada más.
“El mes pasado fueron 10 fulas cada uno, y aquí somos 18 carnicerías y 20 y pico de bodegas; en una zona, no el municipio completo. Llevo de carnicero como 15 años, y siempre ha sido así. Yo he dado poco, porque soy hueso duro. Ya van tres inspecciones que me mandan a buscar y yo no voy, ni doy na’. Lo que pasa es que no puedo ser el líder”.
No maten al mensajero… o al inspector
Aunque varias instituciones disponen de inspectores (el Ministerio de Salud Pública, el de Finanzas y Precios, Planificación Física…), los que tienen mayor capacidad operativa pertenecen a la Dirección Integral de Supervisión (DIS), subordinada a los Consejos de Administración municipales y provinciales.
Mientras espero que el vicepresidente de un gobierno local autorice la entrevista con el director de la DIS, una funcionaria me comenta que las personas tienen muy mala opinión de los inspectores. “Mi salario tampoco me alcanza, pero no por eso tengo que ser corrupta”. Finalmente, no sucede la entrevista.
En otro municipio, una jefa de nivel intermedio accede a responder algunas preguntas. Un supervisor gana 385 pesos de sueldo básico, más 125 pesos de estimulación. Si alguien reclama la multa, y tiene razón, al inspector se le descuenta. Una ausencia injustificada les cuesta 62,50 pesos menos.
Antes de empezar a trabajar, un comité de expertos evalúa y filtra a los solicitantes. “Hay una serie de requisitos, porque se trata de un funcionario de gobierno, no puede ser cualquiera”, afirma la supervisora. Quienes cumplan las condiciones, pasan un curso de entre 45 días y seis meses. Luego, firmarán un Código de Ética.
Si bien se cumple la jornada de ocho horas, el trabajo puede durar hasta la noche, si hubiera fiestas populares; o incluir fines de semana, debido a las actividades veraniegas. Cuando hay ferias agropecuarias, los inspectores comienzan desde las 5:30 de la mañana.
Obviamente, nadie reacciona bien ante una multa. “La población es muy indisciplinada. Al cubano le preocupa qué va a comer, y se acabó; no le preocupa el parque, ni la pintura. Usted le pone 100 pesos al que pegó un pie en la pared, y se busca un problema”. El día anterior, un vendedor ilegal golpeó a un supervisor y salió corriendo. La jefa asegura que las agresiones físicas ocurren con frecuencia, incluso entre mujeres.
“Lo mismo te dicen horrores, que te dicen: ‘¿tú no me puedes ayudar?’ Y la respuesta es no, usted está ante un funcionario de gobierno”. Sin embargo, no se puede negar: “Todos los sectores son proclives a la corrupción. Cuando hay un caso, se toman medidas drásticas”.
En 2016 se cobraron 142 mil 500 multas, equivalentes a 22,8 millones de pesos. El antagonismo entre los inspectores y la gente difícilmente se resuelva pronto.
Aun sin corromperse, su trabajo puede resultar infame.
Por ejemplo, la supervisora me enseña el acta de una multa por 1500 pesos a una mujer que vendía jabas. Porque el Decreto-Ley No. 315 dice que sin licencia no se puede, y esa es la cantidad correspondiente a tal violación. Ahora pensemos en cuánto tendría que vender para completar esos 1500 pesos. “Parece injusto, pero el Decreto tipifica que está prohibido”.
Por supuesto que debe haber orden, pero la ley no basta para resolver el problema. Una ley que no tiene en cuenta la realidad termina siendo arbitraria, ridícula. Los inspectores atacan las consecuencias. Si se corrompen, también es síntoma de algo. Mientras, las causas permanecen igualitas.
* Los nombres han sido cambiados a solicitud de los entrevistados.
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