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"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

martes, 17 de noviembre de 2015

¿Cultura del trabajo o cultura de crisis en Cuba? Entrevista a Pablo Rodríguez y Comentario

Enviado por Redacción Temas el Vie, 11/13/2015 - 18:11

El antropólogo Pablo Rodríguez Ruiz es especialista en estudios sobre cultura del trabajo, racialidad, desigualdad y pobreza en Cuba. Sus investigaciones han dado cuenta del impacto de la marginalidad y la exclusión en la vida cotidiana de sectores y comunidades de la sociedad habanera y cubana. Temas como la crisis social, micro-resistencias, rebusque, criminología, sitúan sus indagaciones en espacios de alta contradicción y vulnerabilidad social. El estudio de la cultura del trabajo como categoría integradora de prácticas de reproducción, conforman en Rodríguez una visión compleja de las reformas en Cuba. El trabajo es un “hecho social total”, vértice analítico entre estilos de vida cotidiana y políticas públicas del macro-sistema.

Pablo Rodríguez es Jefe del Departamento de Etnología del Instituto Cubano de Antropología, y entre sus numerosas publicaciones se destacan los libros Los marginales de Alturas del Mirador. Un estudio de caso, y como coautor de la monografía Las relaciones raciales en Cuba. Estudios contemporáneos.
En esta ocasión comparte algunas de sus consideraciones sobre la cultura del trabajo en Cuba, y su repercusión en sectores estatales y de la vida cotidiana.
Daniel Álvarez Durán (D.A.D.): A menudo se comenta que a través del trabajo apenas se puede mantener a la familia y menos aún pensar en tener un proyecto de vida a corto plazo. En Cuba se vive el día a día. ¿Qué opinión le merecen estos comentarios?
Pablo Rodríguez (P.R.): Vivimos en una sociedad que ha perdido la medida en muchas cosas, y encontrarla va a ser uno de los retos más grandes que tiene por delante. Una de las expresiones está en esa frase cuyo profundo significado no ha sido abordado. Eso es una realidad.
En nuestras circunstancias, la vida cotidiana no tiene que ver, o tiene que ver muy poco, con el trabajo de las gentes. Y el trabajo es lo que los antropólogos llaman un hecho social total. Desde él se estructura la vida de las personas, una gran parte de las subjetividades, los proyectos de vida y una porción sustancial de todo el entramado social. Una sociedad en la que el trabajo se enfrenta a relaciones de cambio muy desventajosas, en la que este pierde valor y significados en la vida cotidiana de las personas, está viviendo una profunda crisis material y espiritual. Eso está en la esencia misma de esa frase que hemos escuchado y sentido durante tanto tiempo.
¿Cómo la gente ha ido lidiando con esta realidad? Primero, escalonando, restringiendo su consumo. Esto encierra un panorama en el que es posible registrar múltiples estrategias. La base de muchas de ellas es jerarquizar el consumo en función de la capacidad de acceso. Así se va reduciendo el acceso a cosas elementales en función de los ingresos, incluso llegan a desarrollar dinámicas de consumo selectivo y escalonado, en ocasiones preservando determinados productos para los más vulnerables y necesitados. Todo eso incorpora conflictos y tensiones a la vida y las relaciones familiares que no siempre tienen soluciones deseadas. Así, ese hecho, expresado de forma tan simple, ha ido favoreciendo la creación de un escenario en el que el aumento del valor simbólico y real del mundo de las cosas, en ocasiones las más elementales e imprescindibles, contribuye a disminuir, a devaluar, proporcionalmente el mundo de los hombres.
El otro momento, visto en un plano muy general, del modo en que la gente ha lidiado con estas realidades, se puede resumir en lo que he dado en llamar cultura del rebusque, que se ha expandido en nuestro modo de vida. En gran medida, esta incluye una multitud de tácticas basadas, en esencia, en el aprovechamiento de la oportunidad de tiempo, lugar y conocimiento del terreno, para sacar ventaja y obtener ingresos alternativos. Muchas de estas prácticas, que fueron en algún momento coyunturales y de sobrevivencia, por lo prolongado de la crisis, se fueron normalizando como modo de hacer y actuar.
D.A.D.: ¿En qué circunstancias el sujeto cotidiano, trabajador, comienza a aceptar como naturales las contradicciones devenidas de su salario? ¿Cómo opera, en términos generales, la mentalidad de la resistencia?
P.R.: Aunque esto tiene sus antecedentes en todo el proceso histórico de la Revolución, podemos partir de la década de los 80, una etapa de relativo bienestar, debido a las condiciones de intercambio con la Unión Soviética, el sobreprecio del azúcar y otras facilidades. Ello permitió consolidar un sistema de redistribución más o menos equitativo, pero en el fondo todo aquello era en cierto sentido artificial.
Esa relativa abundancia sirvió para consolidar, a nivel de las estructuras y las representaciones sociales, un modelo de distribución dentro del cual se inscribe la cuestión del salario. Un modelo de distribución va más allá del salario porque incluye desde la configuración de los sistemas administrativos hasta la forma de estructurarse el poder, y el modo en que se configuran las representaciones del país en su conjunto. Pero todo eso se vino abajo con la crisis de los 90.
Como mecanismo de distribución, el salario en general se trataba de hacer corresponder con la fórmula socialista “de cada cual según su capacidad; a cada cual según su trabajo”. En esto radica uno de los problemas fundamentales de todos los proyectos socialistas que la humanidad ha experimentado. La cuestión está en quién y cómo determina lo que debe recibir cada cual según su trabajo. En la práctica, ello termina en manos de tecnócratas y burócratas que, a partir del conocimiento acunado la tratan de aplicar, en el mejor de los casos con buenas intenciones, pero termina siendo una consigna vacía que reproduce, a la larga, formas de enajenación.
La única solución para resolver esta contradicción del salario es dándole participación directa en la ganancia y las condiciones de producción a los colectivos laborales. O sea, creando las condiciones, de derecho, para que el que pone en funcionamiento los medios de producción participe de al menos una parte de la ganancia y tenga poder de decisión sobre lo que produce y sus formas de realización. En las condiciones de Cuba, esto permitiría, sin renunciar a la propiedad social, equilibrar el sistema, gestar criterios nuevos de justicia social y recuperar el valor del trabajo. Se trata de que, además del salario —que en fin de cuentas entra en los costos de producción—, el trabajador recibiría una parte de los resultados de la producción una vez realizada, que es fin último de la misma. Los ingresos se pondrían en función de la eficiencia económica alcanzada y los resultados de producción y la vida de las gentes y sus proyectos se acercarían más a estas condiciones. Ello necesariamente tendría implicaciones hasta en el orden social y político de la sociedad.
Es una vía conflictiva y compleja, donde los menos eficientes irán quedando en el camino; donde determinados espacios de poder necesariamente se tendrán que redistribuir, pero no veo otro camino para alcanzar el equilibrio y conservar el socialismo.
Hay un dato estadístico: en Cuba la población gasta hasta 70% de los ingresos en alimentos. Hay una vieja ley del siglo xix que se conoce como Ley de Engels, que establece la relación entre gasto de la población en alimentos y otros gastos como uno de los elementos para medir índice de pobreza. Esa cifra de 70% no existía en Cuba ni en el año 1953. Los grupos más vulnerables gastaban 56% en alimentos, según las encuestas de la época. No obstante, eso da la medida de hasta qué punto es tensa la relación trabajo-salario, y de sus consecuencias en la desvalorización del trabajo.
Una sociedad donde el trabajo se desvaloriza, se está autodestruyendo, y es un gran riesgo. Se ha dicho que el salario no se puede subir si no hay producción, pero si no lo subimos tampoco aumenta la producción; estamos en una paradoja. Hay que salir de esta aparente paradoja: que los que producen obtengan una parte de la ganancia, si no el ciclo seguirá repitiéndose.
Es una medida que implica desplazar parte del poder hacia las bases, una medida que genera otra forma de distribución, desigual en algunos aspectos y que puede provocar otras inequidades. Esta es la vía que veo posible y que permitiría ir saliendo desde un proyecto socialista. El socialismo no es un problema ético o político, independientemente de la importancia de los factores políticos; es, sobre todo, un fenómeno de relaciones de producción. Si no se pretende que la acumulación privada barra con lo que se ha hecho de socialismo, hay que hacer protagonista realmente al colectivo laboral, poner a funcionar a las empresas como tales; o sea, que puedan decidir sobre su presupuesto, sobre las producciones e inversiones. Habría que abandonar el modelo actual tan costoso, donde todas las decisiones se toman a años luz de distancia de donde se están desarrollando los acontecimientos. El responsable de este fenómeno debe ser el colectivo de trabajo porque de ello depende su vida y su bienestar. Mientras eso no suceda, vamos a seguir teniendo una clase obrera dormida.
Habrá sectores que no podrán resistir y a esos habrá que ayudarlos. Hay que hacer una revolución dentro de la Revolución, que rompa con el actual modelo administrativo.
Es una realidad en la que la gente lleva treinta años viviendo. Este tiempo abarca ya una generación. Aquello que se hizo como estrategia de vida para la sobrevivencia, en el momento, se convierte en pauta cultural. Es lo que yo llamo cultura del rebusque, con una complejidad humana y social muy grande. Ello ha contribuido también a normalizar la situación, junto a una serie de elementos de enajenación que se inscriben en las conductas y van haciendo llevaderas las cosas, pero que complejizan los procesos de organización de la producción.
D.A.D.: ¿Cómo se comprende que un trabajador o un grupo de ellos produzca más que otros y, sin embargo, ambos reciban ingresos similares (lo que usted ha llamado una “igualdad sustancialmente desigual”)?
P.R.: Esto apunta más a la estructuración del sistema y a la concepción de la igualdad como elemento funcional de este. Nuestros sociólogos lo han visto como distribución de recursos, dentro de las políticas sociales. Pero este elemento de distribución olvida un hecho básico: antes de distribuir hay que producir. El sistema económico se convierte así en infuncional; si se distribuye a partir de criterios aparentemente iguales, pero no se tiene en cuenta las condiciones desiguales de apropiación , entonces se somete a los que más producen a condiciones de igualdad con los que menos producen. Eso crea una especie de desestímulo o espiral hacia abajo en la producción. Si tú eres eficiente y yo soy ineficiente, pero yo tengo acceso a lo mismo que tú con menos esfuerzo, a la larga estaré contribuyendo a generalizar la ley del menor esfuerzo, y eso se reflejará en todo el sistema social, en la abulia generalizada que se ve, en la indiferencia, la desconexión, en la realidad cotidiana de la producción. Es parte de esa lógica porque se somete a condiciones iguales a elementos desiguales.
Todo ello sin contar el hecho de que las subvenciones a productos básicos y el derecho a disfrutar de bienes universales como la educación y la salud, los disfrutan por igual los que nada aportan, una especie de subvención de la vagancia que en nada estimula al trabajador.
O sea, la distribución igualitaria de determinados bienes, algunos de los cuales son incuestionables por lo que aportan en dignidad humana y creación de capacidades y potencialidades, tiene por base una apropiación desigual de los recursos que se distribuyen. Si a esto se suma que las condiciones de ingresos derivados del trabajo se estandarizan y no reflejan de ningún modo esas desigualdades de aporte, es posible comprender cómo el sistema no estimula a los más eficientes, sino que los somete a una igualdad injusta en las condiciones del ser humano actual.
En una economía social se produce un proceso mediante el cual aquellos sectores, ramas y empresas de alta rentabilidad y consecuentemente que más plusvalía aportan a la comunidad compensan el gasto de los menos productivos. Se produce así un equilibrio o equidad sustentada sobre bases de una desigual apropiación. Ello, cuando se extiende y generaliza —y no cuando se produce por excepción o coyuntura—, puede conducir a que la economía se mueva por una especie de ley de la guerrilla en la que la capacidad de movimientos la determinan los más lentos.
¿Qué hace la gente? Desconectarse, o proyecta su esfuerzo hacia otros elementos que a veces son disfuncionales a lo que se aspira con los sistemas productivos. Por ejemplo: el portero del hotel que mira su trabajo como un negocio privado. Eso explica la frase que alguien me dijo en una entrevista: “A mí me pagan por trabajar o yo pago por trabajar”, aludiendo a lo que debía entregar de la propina para su distribución entre los trabajadores que no recibían propinas y para las donaciones a los hospitales de niños con cáncer. Cuando él sumaba todo eso, era mucho más que lo que le pagaban como salario. O como el barman que pagaba al funcionario del hotel para que por la noche fregara, como si fuera su negocio.
Entonces es una igualdad que se ha construido sobre la base de la voluntad política, pero que en el fondo es desigual. No se ha asumido la desigualdad como un elemento natural de las propias condiciones de producción. La utopía de la igualdad puede terminar deformando la realidad. Para mantener esta igualdad aparente se aplican mecanismos y políticas que se tornan profundamente injustas e incluso explotadoras, o al menos bastante inequitativas.
De esta lógica surgen las agencias empleadoras, en medio de una situación también deformada como es la doble moneda, con dos tasas de cambio distintas. Una tasa de cambio para las relaciones económicas con el Estado y otra con las personas. Eso se convierte en un mecanismo de captación de una cantidad inmensa de plusvalía. En estas condiciones de relaciones deformadas, atípicas, estas agencias se convierten en representantes de los trabajadores y cobran en divisas directamente al empresario extranjero y pagan en una relación 1x1 en pesos cubanos (CUP). Ese trabajador sale al mercado segmentado y paga 24 CUP por 1 CUC. Esa relación completamente deformada se convierte en un mecanismo de explotación de los trabajadores. Esa misma lógica se aplica a las contrataciones de personal de salud en el extranjero —no sé si será la misma en el escenario de la nueva Ley de Inversión Extranjera. Voy a ilustrar con un ejemplo.
En los hoteles de propiedad extranjera, los empleadores desembolsan en moneda convertible el salario de los empleados a la agencia empleadora y esta le paga al trabajador en pesos cubanos. Así, los 600 dólares que el capitalista paga a un trabajador se convierten en unos 450 pesos —que al cambio de 24x1 son unos 18,75 pesos convertibles—, más 10 CUC que recibe por concepto de compensación de gastos destinados al aseo personal, lo que suma unos 28,75 CUC. Si esta cantidad se resta a los 600 que recibió la oficina empleadora y se deduce 15% a la diferencia por concepto de ganancia de esta oficina y gastos de operaciones, se obtiene que la comunidad recibe, aproximadamente, 485,56 CUC por cada trabajador, que al año suman unos 5 826,75 CUC. Solo por el mecanismo virtual de las dos tasas de cambio.
La cifra anterior (5 826,75 CUC) es 3,48 veces más alta que el gasto per cápita del Estado en 2006[1]  en educación (478,42), salud pública (322,89), defensa y orden interior (171,10), seguridad social (317,64), vivienda y servicios comunales (131,06), cultura y arte (79,63), ciencia y técnica (26,60), deportes (37,81) y asistencia social (108,02). Tal aporte es en moneda libremente convertible. Si se convierte esta cifra a pesos cubanos (multiplicándola por 24), la proporción se eleva a 83,58 veces. Si se extiende la relación a los aproximadamente 260 trabajadores del hotel, se obtiene una cantidad que cubriría esos bienes para 905 personas en moneda convertible o 21 731 en moneda nacional.
Tal cifra no es despreciable. Cubriría los gastos per cápita de los 10 725 jubilados, los 5 354 estudiantes y las 3 304 personas que, según el censo de 2002, no hacen nada en el municipio de La Habana Vieja, o 72,5% de la población menor de 14 años y mayor de 60 del propio municipio, o una pensión media de 191,83 pesos cubanos para 15 795 jubilados durante todo un año.
Son dos tasas de cambio, pero el trabajador en su vida cotidiana se enfrenta a una sola, la de 25x1. Esto encierra en sí mismo grandes contradicciones para él como sujeto, que se incrementan cuando debe enfrentarse a un mercado segmentado, en el que muchos productos de la red de divisas están sobrevaluados por un impuesto de circulación que llega a ser de 270%.
D.A.D.: En Cuba existen aproximadamente 3 519 empresas estatales, una parte de las cuales, según declaraciones recientes del gobierno cubano, aún son irrentables; es decir, gastan más de lo que ingresan y aportan menos al presupuesto nacional. ¿Cuáles han sido los mecanismos y las lógicas de una economía social para equilibrar, hasta el momento, esta anomia económica?
P.R.: Al querer mantener determinados elementos de igualdad y no tener de dónde sacar, llega el momento que te conviertes en una especie de especulador global, lo que luego se manifestará en la actitud de las personas. A mí un vendedor de cebollas me dio una excelente lección de economía: yo le dije: “¡8 pesos por una cebolla! Eso es muy caro”. A lo que él me contestó: “¿Pero cuánto yo pago por un jabón?”. Lo que quiere decir que en la economía y en la sociedad todo está vinculado, interrelacionado. Aparentemente los mercados están segmentados, pero solo en apariencia porque el sujeto es el mismo que actúa en ambos y va a determinar que un segmento se mire en el otro.
Para buscar recursos que hagan sostenible lo alcanzado, que además es motivo de legitimidad política, se ha tenido que acudir a las superganancias en al menos un segmento del mercado. Sobre todo en el que opera con divisas. Mucho de lo que en él se vende está gravado con un alto impuesto de circulación entre 240 y 270%. Los productos reyes en estas tiendas son el jabón, el aceite y el pollo. Son de sobrevivencia y están cargados además con 240%. Esa noción de la ganancia de monopolio se ha expandido a muchos en el sector del comercio privado. Un negocio que no deje 100% de ganancia es un mal negocio. Es lo que subyace en la frase del vendedor de cebollas. Frente a esto está el trabajador, el que tiene que salir a obtener lo que necesita después de haber entregado horas de su vida en la producción. Puedes comprender cuantas implicaciones ello tiene para su vida y su cultura del hacer.
Por ejemplo, el trabajador del turismo, que ya entregó a la bolsa empleadora 450 CUC y al que le pagaron 400 CUP, pero además le dieron 10 CUC para su aseo personal y algo que le tocó de la propina indirecta, cuando sale al mercado paga 240% de impuesto por el aceite que consume. O sea, le está devolviendo al Estado nuevamente 240% por cada producto que compra. Ahora bien, esto es para el que recibe divisas. Para el que no, es peor todavía, porque para acceder al aceite tiene que dividir por 25 el valor de la moneda de su remuneración y luego pagar 240% más. Así, la doble moneda que apareció como necesidad para un Estado con una economía en crisis, se ha convertido en un mecanismo de succionar plusvalía y es lo que probablemente lo ha mantenido en estos años. Si esta realidad no es transformada podría resultar en un modelo explotador.
Los costos de reproducción de la fuerza de trabajo aquí son muy bajos, la inversión en fuerza de trabajo es mínima. Ello puede llegar a tener consecuencias muy serias.
Por ejemplo, un día me encontré en la basura un folleto con el balance económico del hotel Chateau Miramar. Me puse a registrarlo porque a veces uno no cuenta con esa información, y descubrí que cuando se multiplica 24 pesos por 1 CUC, lo que gastaba el hotel en el almuerzo de los trabajadores era dos veces lo que pagaba en salario. Porque el almuerzo lo paga en divisas y el salario en moneda nacional —estoy hablando de un hotel con administración cubana. Y después lo vemos reflejado en la ley: los 15 CUC para almuerzo que reciben muchos trabajadores después que se cerraron los comedores de centros de trabajo, es a veces más de lo que gana el trabajador por concepto de salario. Esto da la medida de hasta qué punto el costo de reproducción de la fuerza de trabajo es bajo.
Ante esta realidad, no se puede olvidar que esta es una ecuación de dos términos. Si se piensa y actúa en uno solo de los términos el desequilibrio puede ser grande y costoso. El trabajo es parte fundamental de esa ecuación. Incluso, cada dólar con que se importa el producto que después se vende tiene un contenido en trabajo. Es resultado de una cierta cantidad de trabajo social. El arroz que se subvenciona, es el resultado del trabajo de las personas. Esos ocho mil millones que entran por los médicos, es resultado del trabajo de los médicos. Entonces cuando se establece esa ecuación de costos, pero no se pone también la otra mercancía básica que es la fuerza de trabajo, lo que se crea es un mecanismo de deformación que a la larga resulta antisistémico.
D.A.D.: Cuba vive una crisis estructural sostenida por más de dos décadas, para ser conservadores, y uno de los elementos claves que la ha propiciado son las relaciones específicas y naturalizadas con la “propiedad social sobre los medios fundamentales de producción”. ¿Dónde se encuentra el nudo de este algoritmo?
P.R.: Mira, no creo que el elemento clave de la crisis sea la propiedad social. Por esa vía la solución sería la propiedad privada y la vuelta al capitalismo. Hay en el socialismo una proyección ética y humana que vale la pena seguir intentando. En que disfrutemos de una libertad que emane de las condiciones de producción y reproducción de la propia vida.
Todo el mundo habla de la propiedad social como una especie de mito. El socialismo pretende estructurarse sobre la base de la propiedad social, pero lo que se ha experimentado no sobrepasa la propiedad del Estado. El Estado es el sujeto de la propiedad, de la apropiación y la distribución. Esto da lugar a la estructuración de un grupo de personas, bastante reducido, hacia el cual fluyen todos esos recursos y que deciden su redistribución. Ello tiene sus implicaciones humanas.
La concentración y centralización de funciones limita las capacidades y posibilidades de decisión, y con ello la gente pierde responsabilidad por lo que hace. Genera un inmovilismo que se detiene a esperar lo que le dictan de arriba. Las instituciones sufren una especie de corrupción cuando centran su accionar en responder a las exigencias y demandas de arriba, y llegan a funcionar más para sí mismas que para el servicio público para el que fueron diseñadas. El monopolio de los recursos, su concentración en unas pocas manos con capacidad casi absoluta de disponer de los mismos, conlleva la monopolización de la verdad y lo simbólico. Concentra también la información y la capacidad de enjuiciamiento. Llega el momento en que los que se sitúan en esas posiciones devienen una especie de intocables. Así, es posible entender la deificación y el culto a la personalidad más como un resultado de las circunstancias que de la actitud o las predisposiciones personales de los líderes.
La verdadera socialización solo podría entenderse como socialización de las condiciones inmediatas. Se ha convertido en un mito ideológico, porque el obrero participa, pero en la agenda que pone el Estado, con las condiciones del Estado, y como resultado el obrero no obtiene nada directamente, sino indirectamente lo que le llega por las políticas sociales universales. Desde aquí se pueden explicar algunas de las contradicciones del sujeto cubano. Si la socialización no se aproxima a las condiciones de vida y trabajo de las gentes y su entorno de producción y de vida, el socialismo seguirá siendo una utopía. Ello pasa por que los resultados de la socialización sea una parte sentida, tocada de lo mío y lo nuestro. Ello debe ser tenido como un derecho con capacidad de ser reclamado y no una dádiva o un premio que se otorga por los que mandan.
En los Lineamientos[2] muchas de estas cosas no se avizoran. Quizás con la intención de poner orden, enfatizan más en la autoridad del mando y los organizadores de la producción. A la larga, ello puede generar un empoderamiento aún mayor de la burocracia y los tecnócratas. Ello conduce a desplazar al sujeto popular como autor y actor principal de las transformaciones.
[1]. Anuario Estadístico de Cuba 2006, ONE, 2007, tabla V-4 y tabla II-1. Disponible en http://www.one.cu/aec2006.htm.
[2]. Partido Comunista de Cuba, Lineamientos de la política económica y social del Partido y la Revolución, Resolución del VI Congreso del PCC, junio de 2011, disponible en www.congresopcc.cip.
Autor: 
Redacción Temas

Comentarios a “¿Cultura del trabajo o cultura de crisis en Cuba? Entrevista a Pablo Rodríguez”



Estoy seguro de que los lectores aplaudiríamos que nuestras publicaciones académicas dieran mayor y más frecuente espacio al uso de la entrevista a especialistas en determinadas áreas.
Sí, porque la entrevista impone las agendas temáticas desde el punto de vista del público lector y, por tal razón, muchos temas que fueron en su momento distraídos del discurso o “trasladados para otro momento” en la producción de los diferentes autores, sencillamente se abordan de una vez ante la interpelación más o menos incisiva de quien entrevista. Virtud adicional es la economía argumental de las respuestas de las entrevistas en general, la síntesis a la que obliga la conversación,[1] algo que el lector finalmente agradece. Aquí se nos presenta la que el sociólogo Daniel Álvarez Durán le realizó al antropólogo Pablo Rodríguez, investigador auxiliar del Instituto Cubano de Antropología, sobre un tema tan importante como pasado por alto: la cultura del trabajo y los impactos que ha recibido de la realidad económica y social del presente y del pasado reciente y ya no tan reciente.
El diálogo comienza poniendo sobre el tapete un hecho incontrovertible: los cubanos vivimos al día, lo cual todos entendemos que significa funcionar económica, social y culturalmente al impacto de la cotidianidad. Pablo define el resultado cultural de esta característica como el rebusque y lo ejemplifica en el texto, como hemos visto. Realmente, el rebusque o la existencia sometida a la coyuntura es una respuesta popular histórica que recupera una marca de siglos: la existencia en precariedad.
Vivir al día es ahora y lo fue en el pasado la forma natural de vivir de los cubanos y es la de mucha gente, tal vez de la mayoría en todo el mundo. Quizás la gran conquista de la Revolución cubana fue haber sobrepasado la presión de precariedad de vivir al día durante una buena cantidad de tiempo —desde la primera mitad de los 70 hasta finales de los 80— y haber construido un espacio común en el recuerdo de varias generaciones que pudieron de algún modo disfrutar esa excepcionalidad para un país del Tercer mundo, por decirlo de algún modo.
Quizá el rebusque del que habla Pablo sea en parte recuperación de la memoria histórica y eso es un componente de naturaleza trágica, pues se trataba de dejar esos recursos en el pasado; pero la construcción del llamado rebusque no es una peculiaridad cultural de los 90 y los 2000, es un renacer —tal vez, eso sí, con nuevas expresiones, porque los tiempos y los sujetos de propiedad cambian— de la marca de la existencia en precariedad que nos acompaña desde hace siglos, como ya dije. En fin, el rebusque es la “actualización” de una marca cultural histórica. Esto añade una peculiaridad del aspecto crisis dentro del reajuste cubano que comenzó en los 90 y no parece terminar: coexistir con los elementos que perviven de la crisis en sí misma y pugnar con la memoria de un momento diferente que fue también resultado de la Revolución.
Precisamente la entrevista continúa con el surgimiento de lo que el entrevistador llama la mentalidad de la resistencia, entendida como la capacidad de aceptar lo cotidiano y contradictorio como lo natural.
Aquí —y vamos a ver eso más de una vez— Pablo supera la pregunta y señala brillantemente la necesidad de modificar la condición salarista de la participación laboral cubana en los espacios económicos estatales, de cumplir con el principio de realización de la propiedad social sobre los medios de producción y lo que a este comentarista le parece trascendental: la necesidad de superar el viejo modelo de distribución, pensado y puesto en práctica de forma burocrática, centralizada y enajenante. Me permito añadirle otro calificativo: antisocialista.
Hacer del colectivo el elemento protagónico de las relaciones de trabajo en el socialismo y convertirlo en la máxima autoridad en los espacios laborales no sería más que cumplir con el programa de la izquierda revolucionaria y con el único proyecto que puede sostener a la Revolución. Otros elementos de la respuesta de Pablo quedan para la polémica en otros ámbitos.
Uno de esos aspectos (que solo menciono) es la idea del intercambio artificial entre Cuba y la URSS y el sobreprecio del azúcar. Solo voy a decir que el azúcar tenía el precio justo de intercambio entre iguales.[2] Otro aspecto polémico es afirmar, como hace Pablo, que el socialismo no es un problema ético o político, sino de relaciones de producción. El lector se percata de que se trata de un tema de énfasis, pero siempre habrá que reforzar la idea de que el socialismo es, al mismo tiempo y con igual intensidad, un tema económico, político, ético, de relaciones de producción, de trabajo y de todo lo que sea y se inscriba en lo que el socialismo es, más que todo y sobre todo: una nueva pauta civilizatoria. La observación vale a partir de que el largo catauro de errores en su construcción ha residido muchas veces en particularizar algún aspecto sin considerar el equilibrio e interdependencia con los demás.
 Así, otro tema digno de retomar es la idea de una clase obrera dormida que desliza Pablo en su respuesta. La historia de la clase obrera en la segunda mitad del siglo xx va por un camino muy contradictorio porque, por un lado, se autodestruyó como clase al hacerse propietaria colectiva de los medios de producción —idea marxista fundacional del proyecto— y, por otro, al no cumplirse el principio de realización de la propiedad social sobre los medios de producción, continúa reproduciéndose en condiciones de alienación, lo cual contradice el mismo proyecto fundacional mencionado; pero sucede además que ya esa clase ha devenido un conglomerado social de origen y raigambre obrera, más que en una clase como tal, que además de los operarios (mucho más calificados y educados que cuando se tipificó a la clase obrera), incluye la capa de los intelectuales y técnicos, los trabajadores del agro de diferentes categorías y otros trabajadores de los servicios y nuevos sectores. Quizá esa es la contradicción fundamental con lo que se pudiera llamar el principio de regulación general del socialismo: que las mayorías se autogerencien socialmente en un proceso ininterrumpido de extinción del Estado como instituto, cuyo incumplimiento aborta el proyecto como un todo, como ha demostrado la historia.
Coincido con Pablo en lo esencial, aunque las formas de darle solución, como él bien aclara no sean sencillas y demanden muchos experimentos y debates de todo tipo. Este comentarista no conoce evidencias que hablen de ese conglomerado obrero como una masa adocenada o dormida. Cree, sin embargo que su proyecto de base —la socialización creciente del saber, el poder y la propiedad— está más vivo y es más necesario que nunca y reclama una teoría y una praxis política digna del papel que les reservó el devenir humano a los que viven de su trabajo.
La entrevista sigue creciendo en complejidad e interés y así aparece el controvertido tema de la igualdad: el igualitarismo por un lado y la equidad y la justicia social por otro, puestos a confrontar, un viejo dilema nunca bien resuelto. La coincidencia de este comentarista con Pablo es total: claro que es necesario construir otra cultura de la igualdad, otra forma y otra moral de distribución que no se oriente más a lo que necesito que a lo que merezco; pero eso pasa por la recomposición de la concurrencia económica, que puede entenderse como la forma socialista de mercado que actuaría de consuno con la planificación. Esto es algo tan perentorio como el cumplimiento del principio de realización de la propiedad social sobre los medios de producción.
Por otro lado está la ayuda o el apoyo —la solidaridad orgánica, como dijera Durkheim— a las personas con desventajas de arrancada, que entraría por otros canales con una contabilidad más precisa y auditable y no saldría de cuotas de emoción más o menos fortuitas, sino de un consenso social orientado hacia la eliminación paulatina, pero decidida, de muchas asimetrías injustas —muchas veces heredadas— a las que es imprescindible cortarle su cordón de alimentación energética de forma que no se reproduzcan contra la voluntad de todo el mundo, hasta del propio y supuestamente beneficiado. Aquí entran los temas de género, de color de piel, las minusvalías, las peculiaridades territoriales y otros temas que ilustran la complejidad de la tarea de plantearse una sociedad con justicia social como parte de su diseño.
Quiero detenerme en un evidente descuido de Pablo en medio de ideas tan interesantes a las que nos tiene acostumbrados. En sus respuestas, utiliza el término plusvalía como plusvalor. Aquí hay un problema de concepto; la plusvalía no es un robo ni un truco ni una mala administración; es la ley de funcionamiento del sistema capitalista, que alimenta la acumulación por parte del sujeto de la propiedad privada y así reproduce las condiciones de explotación de los trabajadores. El Estado socialista, cuando aplica un modelo de distribución incorrecto reproduce la alienación, porque no empodera, y reproduce la subordinación, pero no explota porque la apropiación no es privada. Si alguien roba o desvía recursos esto no cambia nada; es como si te asaltaran por la calle.
Pero, tras otras preguntas que le permiten a Pablo dar una argumentación más completa de sus ideas, todo termina como empezó: en el rol que tiene que asumir el sujeto popular y en el carácter estratégico del cumplimiento de ese papel. Ante esta posición, el comentarista solo puede reclamar su puesto en la fila de los que lo demandan.
En esa cuerda, la conclusión final de esta entrevista la uso también como final de este comentario, pues creo que debe ser estudiada y generalizada como un apotegma de nuestros tiempos: “Si la socialización no se aproxima a las condiciones de vida y trabajo de las gentes y su entorno de producción y de vida, el socialismo seguirá siendo una utopía. Ello pasa porque los resultados de la socialización sea una parte sentida, tocada de lo mío y lo nuestro. Ello debe ser tenido como un derecho con capacidad de ser reclamado y no una dádiva o un premio que se otorga por los que mandan”.
[1] Recuérdese que toda entrevista es una conversación simulada.
[2] Con ese dinero del sobreprecio Cuba hacía una “sobrecompra” de equipos gastadores de petróleo y de tecnología poco competitiva que otros no compraban. Eran otras condiciones de intercambio, basadas en un plataforma de desarrollo común. Pudo no tener éxito o no ser capaz de desentenderse del capitalismo —lo cual no se percibía tan imposible como ahora—, pero no era artificial, porque lo natural no puede ser el intercambio desigual. Hoy se exportan equipos en los que el control remoto o el cable de alimentación es más importante que el equipo. ¿Eso no es artificial para obligar a gastar en un equipo nuevo cuando la falta de un aditamento imposibilita darle el uso que todavía conserva? Sin embargo, todo eso se adquiere por medio del “muy natural” intercambio capitalista.

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