Cuando en el siglo XVIII se adoptaron la Declaración de Independencia, los Artículos de la Confederación, los Artículos de El Federalista y la Constitución en Estados Unidos, no existían los partidos políticos y el proceso no era conducido por profesionales de la política, sino por una de las más lúcidas vanguardias revolucionarias del Nuevo Mundo.
Después de rechazar la postulación para un tercer mandato, George Washington se dirigió a sus compatriotas para precisar metas y advertir riesgos. Respecto a los partidos políticos: dejó dicho: “El espíritu de partido trabaja constantemente en confundir los consejos públicos y debilitar la administración pública. Agita a la comunidad con celos infundados y alarmas falsas; excita la animosidad de unos contra otros y da motivos para los tumultos e insurrecciones. Abre el camino a la corrupción y al influjo extranjero…”.
Como muchas veces ocurre el consejo del líder de la revolución no fue escuchado. En 1790 se fundó el Partido Demócrata y en 1854 el Republicano, aunque han existido otros partidos, ninguno ha desempeñado un papel decisivo en la política estadounidenses donde el bipartidismo es la regla.
Los documentos mencionados que constituyen la base del sistema político estadounidenses y son ejes del pensamiento político occidental avanzado, fueron creados en el siglo XVIII cuando los Estados Unidos estaban formados por 13 ex colonias, abarcan unos 2.000.000 de km², y eran habitados por alrededor de 2 500.000 personas, mayoritariamente colonos europeos y unos 500.000 esclavos africanos.
Aunque los líderes de aquella Revolución fueron profundamente anti monárquicos y liberales, acaudalados y cultos, su horizonte político estuvo condicionado por la época en que vivieron, a pesar de lo cual figuran entre los políticos más innovadores de todos los tiempos.
Condujeron la primera revolución anticolonial, crearon la primera república democrática moderna y redactaron la primera Constitución, ejerciendo una positiva influencia sobre la política mundial.
Tal vez, en los esfuerzos por preservar aquel legado, los Estados Unidos se ha abstenido de modernizar algunas de sus instituciones y prácticas que probablemente deberían haber adaptado a los nuevos tiempos y al espectacular desarrollo del país. Así ocurre por ejemplo con el sistema electoral que otorga preeminencia al Colegio Electoral sobre el voto popular, la Segunda Enmienda que permite la tenencia de armas y según se ha evidenciado, el juicio de responsabilidad o impeachment, realizado por el Senado.
En 1791 cuando se adoptaron las 10 primeras Enmiendas, entre ellas la Segunda, que legalizó la tenencia de armas por personas que vivían aisladas y en ambientes hostiles y los rifles eran de avancarga, usaban pólvora negra, carecían de órganos de puntería, disparaban proyectiles redondos y ninguna arma alcanzaba los 100 metros, tenía sentido. Lo que tal vez no lo tiene es trasladar la normativa a épocas cuando las necesidades de entonces han dejado de existir y las armas son extremadamente letales.
En aquella época, cuando no existían partidos políticos, los senadores respondían a los intereses de sus estados y de sus electores y no a maquinarias partidistas, el Senado podía oficiar como tribunal cosa que actualmente no procede porque las facciones dominan la escena y la disciplina partidista se impone a la razón, la justicia y al interés nacional.
En cuanto al segundo proceso judicial contra Donald Trump, el ex presidente perdió dos veces. Primero cuando fue enjuiciado por la cámara de Representantes que por 232 votos a favor y 197 en contra decidió enjuiciarlo y luego en el Senado cuando 57 senadores votaron por la condena y 43 contra ella. Aunque, obviamente culpable, Trump fue exonerado por un tecnicismo introducido en la Constitución hace más de 200 años y que hoy está claramente obsoleto.
El Senado es un órgano político caracterizado por el partidismo, lo cual anula su capacidad para actuar como tribunal. La mayoría guiada por la disciplina partidista y no la imparcialidad se impusieron.
Trump no ganó, perdió la justicia. Allá nos vemos.
La Habana, 17 de febrero de 2020
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