Durante dos siglos el sistema capitalista de una
nación poderosa y en expansión ha dirigido buena parte de sus empeños a dividir
a los trabajadores, abaratar la fuerza de trabajo y destruir a los sindicatos,
el uso común de rompehuelgas, reprimir a sangre y fuego sus más combativas
agrupaciones, cooptar y corromper muchas de sus esferas dirigentes y del
sindicalismo amarrillo, y lograr incluso que una parte de ellos apoyaran las
políticas imperiales.
Por otro lado, el movimiento sindical raramente es
considerado hoy como una voz de avanzada o como un aliado consistente de los
movimientos sociales progresistas.
ESTADO
ACTUAL GENERAL
El movimiento sindical en Estados Unidos está bajo
asedio, y así lo ha estado con particular dureza en los últimos 50 años. No obstante
y ante múltiples obstáculos y desventajas, hay varios desarrollos y hechos
recientes que muestran su vitalidad. Asimismo, el apoyo público a los
sindicatos aumentó a un punto alto del 68 por ciento el año pasado, lo cual
paradójicamente coincide con que la tasa real de afiliación a los sindicatos ha
continuado su descenso de setenta años.
Unos 165 millones de personas componen la
fuerza laboral de ese país de más de 330 millones de habitantes. Casi dos
tercios de ellos tienen algún grado de enseñanza superior básica.. Del total de
trabajadores estadounidenses solo algo más del 10% integra las filas
sindicales, o sea, unos 16,3 millones de trabajadores
Pertenecen a
un sinnúmero de organizaciones sindicales, muchas de base local o regional. Entre
las distintas formas de organización están los sindicatos gremiales o por
oficios, y los llamados sindicatos o uniones industriales o ramales. Varias
decenas tienen alcance a los largo del país. El Departamento de Trabajo identifica
30 que todavía tienen 100,000 miembros o más.
Se destacan los sindicatos de la minería, del acero, de la industria del
automóvil, los portuarios, de los trabajadores de las comunicaciones, la
hermandad de camioneros y conexos, de la industria de maquinaria y aeroespacial;
los trabajadores de la salud, los de empleados públicos, la asociación nacional
de educadores, etc.,
Mientras que
la patronal tiene la ventaja de tratar por separado dentro de una misma empresa
con diversos gremios de oficios, por el contrario los sindicatos industriales muchas
veces participan en negociaciones de contratos que abarcan múltiples
empleadores dentro de una rama de la economía o sector laboral.
Y en
conjunto, alrededor de dos tercios de los trabajadores de entre 18 a 64 años de
edad y cubiertos por un contrato sindical son mujeres y/o personas de color. O
sea, el 42 por ciento son mujeres y más de un tercio son trabajadores negros,
hispanos, asiáticos u otros no blancos.
Las
divisiones raciales profundas que afectan el país se manifiestan en el seno del
movimiento obrero. Los trabajadores en Estados Unidos siempre han estado
agrupados y estratificados según la raza, el origen étnico y el género, con los
sectores no blancos ocupando los niveles inferiores de esa estructura jerárquica.
A finales de
los años 1970s los salarios de la clase obrera se desvincularon de la
producción y se estancaron. Se estima que más de $47 millones de millones de
dólares de los salarios de la clase media y trabajadora se han extraído del 90%
inferior de los asalariados y se han redistribuido desde entonces al 1% de los
estratos sociales de mayores ingresos.
Durante la
pandemia, los accionistas de 22 de las principales empresas estadounidenses se
enriquecieron en $1,5 millones de millones de dólares, mientras que los
trabajadores de esas empresas recibieron menos del 2 % de ese beneficio.
Unos 53
millones de trabajadores de entre 18 y 64 años son considerados como de bajos salarios.
Casi
la mitad de ellos se agrupan o corresponden con diez ocupaciones, tales como
comercio al detalle, cocineros y preparación de alimentos, personal de limpieza
y trabajadores de la construcción. Más de la mitad de todos los nuevos puestos
de trabajo creados son en empleos de servicios con bajos sueldos.
Por otra
parte, según las estadísticas oficiales unos 6 millones se encontraban
desempleados en febrero 2022. Son estadísticas que bastante esconden la
realidad. Se consideran en esa condición solo aquellos quienes han estado
activamente buscando trabajo durante las anteriores cuatro semanas. O sea, las
cifras de desempleo generalmente reflejan tres o cuatro veces menos del número
real de desocupados.
El panorama de presenta más dramático cuando junto
a lo anterior consideramos que hay millones de personas que trabajan a tiempo
parcial pero desearían contar con trabajos a tiempo completo, así como el hecho
conocido de que la mayoría de los nuevos empleos que se crean pagan bajos
salarios.
El seguro de
desempleo de los Estados Unidos normalmente es una protección débil contra la
adversidad: muchos trabajadores no están cubiertos. Para una mayoría la pérdida
del empleo ocasiona también perder el derecho al seguro de salud.
Estados
Unidos es la única nación industrial avanzada que no tiene leyes nacionales que
garanticen la licencia de maternidad paga. También es la única economía
avanzada que no garantiza a los trabajadores vacaciones, pagadas o no, y el
único país altamente desarrollado (aparte de Corea del Sur) que no garantiza
días de enfermedad pagados.
A mediados de los años 1950s los sindicatos eran
relativamente poderosos y los salarios aumentaban a la par con la economía.
Pero previo al comienzo del decenio de 1970 se había producido el fin del
consenso de posguerra en las relaciones obrero-patronales, y además se imponían
con fuerza la globalización y las políticas neoliberales. Se acelera la
disminución de la membresía sindical: de un 35% hace 60 años a un 10% en la
actualidad; y a un mero 6% en sindicatos del sector privado. Menos del 1% de
los trabajadores agrícolas pertenecen a algún sindicato.
Desde la perspectiva de buena parte de la élite
capitalista, nuevas circunstancias económicas y la afectación de sus tasas de
ganancias exigían reajustes en los niveles de vida y acciones para limitar aún más
el poder del movimiento obrero organizado.
Los cambios en la economía – tales como la
creciente competencia global, la movilidad y recolocación geográfica del capital,
los cambios tecnológicos y la financiarización, la transición de la economía
manufacturera a una economía de servicios y el aumento de la contrata de
trabajadores temporales y contingentes -, han desempeñado un importante papel
en debilitar el movimiento obrero, reducir en más de un tercio en la membresía
sindical y han dado pie a tremendas desigualdades en el país.
Numerosos estudios han encontrado que una causa
importante de esa creciente desigualdad de ingresos en Estados Unidos es el
declive de los sindicatos. La única vez durante el siglo pasado en que la
desigualdad de ingresos se redujo sustancialmente fue entre 1940 y 1970, cuando
los sindicatos contaban con mayor poder y prominencia.
Por lo antes dicho y en lo que indicaremos en lo
adelante se explica en parte el deterioro que ha sufrido el movimiento obrero
organizado en ese país.
Contra el movimiento obrero y los trabajadores pesa
el fardo de todo un entramado de más de cinco décadas de políticas neoliberales
y antisindicales: restricciones de la intermediación sindical y en general de
las organizaciones obreras; legalización de trabajos precarizados y descenso de
los salarios públicos; marginación del mecanismo keynesiano de indexación de
salarios ligado a la productividad; creciente sustitución de la productividad
por la competitividad (como medidor de la efectividad de la dominación y
explotación capitalistas en los procesos productivos).
Asimismo, en los últimos decenios se manifiestan o
se agudizan varios factores y obstáculos para la organización de los
trabajadores, así como medidas para reducir derechos adquiridos en décadas
anteriores. Entre otros nos referimos a:
- La desaparición de empleos por el traslado
masivo de empresas y puestos de trabajo al exterior y debido al rápido avance
de los procesos de automatización; reducción de la afiliación sindical y el
correspondiente debilitamiento del poder de negociación colectiva y para
defender a nivel político sus derechos; la prevalencia de débiles u hostiles
leyes laborales, mientras que las agencias encargadas de hacer cumplir la
legislación laboral se muestran incompetentes o ven recortados los recursos que
se le asignan.
- Barreras de diverso tipo para la formación o el
accionar de los sindicatos, exclusión de acceso y hostilidad hacia los
organizadores en muchos centros laborales; divisiones al seno del movimiento,
una parte del cual todavía se organiza por gremios y por oficios –lo que
fragmenta o impide la negociación colectiva-; donde no pocas dirigencias son
cooptadas o se adscriben al concepto de identidad de intereses
obrero-patronales.
- Asignación de escasos recursos para nuevos
esfuerzos organizativos por parte de muchos sindicatos; en contraste con los
grandes recursos que las patronales dedican para influir en la política, sobre
el Congreso y las legislaturas estaduales,
- Repetidos dictámenes pro empresariales de la
Corte Suprema y en todo el sistema judicial, incluyendo darles el derecho a la
patronal de evadir el arbitraje en cortes cuando se violan derechos laborales
en sus empresas, etcétera.
La ejecución de políticas neoliberales se hizo más
evidente a partir de las administraciones de Nixon y Carter. Reagan recogió la
copia demócrata de la agenda neoliberal y le sacó provecho, reemplazando la
retórica del capitalismo con rostro humano por la verborrea arrogante y
farisaica del individualismo acentuado, según la cual son la codicia y el
interés propio los valores que hay que alimentar. El presidente Clinton acrecentó
las políticas económicas neoliberales de los años de Reagan. Tampoco los presidentes Bush, Obama ni Trump
se alejaron un ápice de las políticas neoliberales y anti obreras
acostumbradas.
Asimismo, ha habido una disminución de los
dispositivos de regulación laboral social recogidos en los estatutos del
trabajo o desregulación social de los mercados laborales, que corre pareja a la
flexibilización de las labores productivas.[1]
La ley que rige la organización colectiva y la
negociación entre los trabajadores tiene poco que ofrecer hoy día a quienes
pretende proteger. Por varias razones, la ley actual ofrece pocas esperanzas de
revertir la tendencia.
No obstante, según la Oficina de
Estadísticas Laborales de los EE.UU., los estadounidenses que pertenecen a
sindicatos en ese país ganan en promedio un 17 % más que sus colegas no
sindicalizados, con una mediana de $1144 en ganancias semanales, en comparación
con los $958 de los no sindicalizados. Tampoco son solo los salarios. Los
sindicatos ofrecen aprendizaje y capacitación continua, una carrera sin deudas,
una pensión, cierta seguridad en el lugar de trabajo y otras protecciones.
Por lo tanto, no sorprende que el
interés por los sindicatos aumenta y la aprobación de los mismos sea la más
alta desde 1965. Algunos legisladores han presentado proyectos de ley para
empoderar a los trabajadores.
Y, sin embargo, a pesar de este
hecho, los estadounidenses no se están inscribiendo para unirse a los
sindicatos a un ritmo apreciable. Todo lo contrario: menos estadounidenses que
nunca pertenecen a sindicatos, Muchos en Estados Unidos los han considerado una
institución moribunda.
El porcentaje de trabajadores
estadounidenses que tienen lo que podría llamarse un trabajo seguro, que
trabajan al menos 30 horas a la semana y ganan $40,000 al año con beneficios de
salud y un horario predecible, es menos de uno de cada tres, y para personas
sin título universitario es sólo uno de cada cinco.
Los ingresos hora promedio, luego
de ajustados con la inflación, se han mantenido estáticos, mientras que el
costo de la vida ha aumentado por sobre el crecimiento nominal de los salarios.
Un efecto en la reducción de los
niveles salariales es producido por el considerable arribo de inmigrantes y
mano de obra barata, la alta afluencia de mujeres al mercado de trabajo, las
debilidades del movimiento sindical y otras causas.
MUCHOS
REVESES LUEGO DE UNA RICA HISTORIA DE LUCHAS OBRERAS.
Estados Unidos ha sido testigo de una muy temprana
y copiosa historia de luchas de los obreros estadounidenses en condiciones muy
adversas, miles de acciones combativas, sobre todo en el siglo XIX y primeras
décadas del XX, o las llevadas a cabo posteriormente en condiciones del
macartismo, de la guerra fría y de la globalización neoliberal, buena parte de
las cuales no han sido reportadas por los medios de prensa.
La primera huelga que se registró en los EE. UU.
tuvo lugar en 1768 cuando los jornaleros sastres protestaron por la reducción
de su salario. Veintiséis años más tarde, en 1794, se formó The Federal Society
of Journeymen Cordwainers, lo que marcó el comienzo de una labor sostenida de organización
sindical entre los trabajadores estadounidenses.
Aun en la actualidad con un sindicalismo mermado,
cada mes miles o decenas de miles van a la huelga sin que sea relejado en los
medios.
Las reivindicaciones obtenidas y los avances
logrados han sido significativos, como muchos han sido los reveses. No existe
un record completo de los congresos, huelgas, motines, acciones de todo tipo,
organizadas o espontaneas, violentas y no violentas que tuvieron lugar a lo
largo del siglo XIX, en la medida que el país creía, y las ciudades devenían
sobrepobladas y complejas, con malas condiciones de trabajo, condiciones de
vida intolerables, con la economía en manos de banqueros, de especuladores,
casatenientes, mercaderes, respaldados por jueces y militares.
Incluso, en determinadas encrucijadas se
protagonizaron verdaderas batallas campales, como en el caso de los mineros y
otros que, para defender sus reivindicaciones, han debido enfrentar, con armas
e instrumentos de trabajo, a la guardia nacional y a todo el poder del Estado,
no pocas veces pagando con sus vidas, cuando desde Washington enviaban tropas
federales para controlar a los huelguistas, etc.
Es cierto que esas luchas, muy combativas en
ciertas etapas, y el grado de conciencia obrera se han mantenido
fundamentalmente en el plano de las demandas económicas y no han redundado en
la conformación de un partido obrero, séase laborista o socialdemócrata de base
obrera, ni el surgimiento propiamente de una conciencia política de clase. Las
razones de eso son muy complejas.
Su desarrollo se había visto retrasado o desviado
a raíz de distintas condiciones coyunturales, la existencia de fronteras
internas abiertas en constante desplazamiento y con nuevas oportunidades, el
continuo arribo de inmigrantes de distintos países, fragmentados por oficios y
por las distintas lenguas que hablaban; vulnerables a su falta de status legal;
y cuando ha existido la hegemonía
internacional del capital
estadounidense.
En la medida que el país se industrializaba la
explotación de sucesivas oleadas de inmigrantes devino un factor crucial. Esas
masas trabajadoras se formaron en un ambiente de vulnerabilidad y si acaso se
organizaban lo hacían separadamente, en gremios, no solo por oficios, sino
según sus idiomas o nacionalidades.
Paradójicamente, el país devenía marcado por la
xenofobia, el temor al extranjero y las amenazas del pensamiento radical
considerado de matriz europea, todo lo cual ha sido explotado con astucia por
la clase burguesa. Esos temores eran alentados por la pluralidad étnica, la
competencia entre distintos grupos de inmigrantes, la política patronal del
divide y vencerás, y una profunda y casi obsesiva necesidad de los inmigrantes
recién llegados de dar pruebas de su “americanismo”. En palabras de Howard
Parson: “en el grado en que los norteamericanos no se han sentido seguros de su
identidad nacional ellos han sido xenofóbicos”. [2]
Repetidamente esas luchas se vieron afectadas por
recelos y enfrentamientos entre trabajadores protestantes contra católicos,
entre “nativistas” contra inmigrantes, etc. Nuevas y nuevas divisiones étnicas y raciales socavaban la
unificación embrionaria de los trabajadores industriales sobre todo en el este
del país. Por desgracia las esperanzas que incluso los clásicos del marxismo
tuvieron de una transformación política cualitativa de la lucha de clases en
Estados Unidos quedaron siempre frustradas.
Desde mediados del siglo XIX y aun antes y durante
muchos decenios las agrupaciones obreras siempre fueron blanco de la actividad
represiva, de leyes que prácticamente impiden el trabajo sindical organizativo
y de un sistema judicial venal y pro corporativo. Ese es el país de las grandes
huelgas del 1º de mayo de 1886 a lo largo del país y de los choques violentos
subsiguientes y muertes en la plaza Haymarket de Chicago, de los que se derivó
el juicio y ejecución de varios de los ocho mártires condenados. Es el país que
electrocutó en 1927 a los obreros anarquistas de Boston, Nicola Sacco y
Bartolomeo Vanzetti, después de siete años de prisión y una campaña mundial en
su defensa.
Los éxitos organizativos en la década del ´30 y la
movilización en tiempo de guerra fortalecieron temporalmente la posición de los
trabajadores, pero en 1947, a instancias del empresariado el Congreso aprobó la
Ley Taft-Hartley, que estableció barreras para la formación de sindicatos,
expandió las prorrogativas de los patronos y permitió a los estados de la Unión
poner en vigencia provisiones de “derecho al trabajo” que excluyen la presencia
sindical de los centros laborales.
El movimiento laboral en su conjunto está
afectado, además, sobre todo en los últimos setenta y cinco, por la existencia
de una extensa aristocracia obrera, altos grados de corrupción en algunas
dirigencias sindicales y con una filosofía de colaboración plena
obrero-patronal que, en muchos casos, deviene en sindicalismo amarillo. La
mayoría de los sindicatos son enormemente vulnerables a la presión de los
políticos.
Al mismo tiempo, las décadas de 1950 y 1960
estuvieron marcadas por la complacencia entre muchos líderes y miembros
sindicales. A cambio de garantías de
disciplina industrial y estabilidad, muchos sindicatos ganaron aumentos
salariales sustanciales con ajustes por costo de vida, pensiones y generosos
beneficios de salud. Dispuestos a conformarse con un sistema de negociación
privado y despolitizado.
El sistema bipartidista capitalista estadounidense
también ha manipulado a las mil maravillas a las masas obreras y acentuado los
cismas culturales existentes en su seno.
Varias de las aristas principales que
históricamente han causado división en el movimiento obrero son consecuencia asimismo
de esa pluralidad de formas de organizarse, de las cuales se derivan
debilidades para defender derechos o lograr buenos contratos colectivos,
diversas actitudes respecto a emprender o no el trabajo para organizar a los no
afiliados, la inclusión o no los trabajadores temporales o de las minorías no
blancas y, en general, hacia la solidaridad inter sindical.
En el marco del auge
económico de la post guerra los temas laborales habían sido
institucionalizados, en parte sobre la base de la colaboración sindical durante
el esfuerzo bélico, la fusión en 1955 del CIO (Congreso de Organizaciones
Industriales) con la AFL (Federación Americana del Trabajo), y la depuración
McCartista de los comunistas.
Todo ello, junto a un
sofisticado aparato de represión, cooptación de dirigentes y división en sus
filas dieron al traste con la mayor parte del movimiento sindical independiente
y progresista, que acabó siendo marginado por el extendido concepto de la
identidad de intereses entre el trabajo y el capital.
Se imponía
mayoritariamente lo que algunos denominan sindicalismo empresarial, así como
una perspectiva corporativista, como base ideológica y funcional de una
estrategia de compromiso de clase con el empresariado mediante la cual los
sindicatos proveían paz social a cambio de una porción del ‘pastel económico’.
En ese contexto fue que el
movimiento obrero organizado cedió el
control de sus fondos de pensiones que son administrados por entidades
privadas, lo que es un hecho revelador de la naturaleza, la gravitación y el
dominio que ejerce el sector financiero. Muchos de esos fondos de pensiones y
aquellos donde se administran los ahorros de millones de trabajadores tanto del
sector privado como público – una inmensa cifra de dinero - han terminado
siendo invertidos en su casi totalidad en acciones de las corporaciones
capitalistas, y son una fuente clave del capital financiero y de las
operaciones en la bolsa de valores..
Como ya mencionamos, la
ofensiva patronal y conservadora contra el movimiento obrero, principalmente a
partir de los años 80s del pasado siglo, la globalización, la deslocalización
de los puestos de trabajo, la automatización y un complejo de factores han
llevado a la situación actual cuando menos del 10% de los trabajadores están
organizados en sindicatos. Pero aun así se abren horizontes y hoy día están
produciendo desarrollos interesantes.
[cont…]
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