Lisandra Pérez Coto - Periódico Girón.- “Hay que convocar a las amas de casa para que asuman mientras nosotros trabajamos”, me comentaba hace pocos días un entrevistado al hacer referencia a las estrategias de su organización para garantizar algunos de sus principales procesos.
La cuestión no es la fuente o lo desesperada que, en contexto, lucen varias de sus perspectivas. Ni siquiera que sea hombre y demuestre, además de desconocimiento, poquísima sensibilidad con quienes asumen, quizá, buena parte de las responsabilidades sin las cuales ejercer su cargo sería, cuanto menos, sumamente difícil.
El hecho resulta, una vez más, el estereotipo perpetuado que ubica las labores domésticas y de cuidados, protagonizadas casi de manera absoluta por las mujeres, en un área indefinida, para muchos una tarea menor o carente de valor, y por tanto, fuera de las lógicas económicas. Porque, ya lo decía la escritora y periodista sueca Katrine Marcal en su libro ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?, así como hay un “segundo sexo”, hay también una “segunda economía”.
Diversos estudios, encuestas y análisis revelan datos importantes acerca del uso del tiempo, y visibilizan la amplia diferencia entre hombres y mujeres al asumir las tareas domésticas (36,97 vs. 22,16 horas) y los cuidados para el hogar (8,29 vs. 3,38), cifras que hablan por sí solas y demuestran la urgencia de tomar medidas al respecto.
Por si fuera poco, el más reciente informe de desarrollo humano en Cuba, “Ascenso a la raíz. La perspectiva local del Desarrollo Humano en Cuba 2019”, ya dejaba claro desde su publicación en 2021 “la persistencia de estereotipos, roles de género y la configuración existente en las familias, naturalizando las actividades domésticas y de cuidado para las mujeres, como un deber y una responsabilidad gratuita. No se entiende todo esto como un trabajo sin remuneración que garantiza la reproducción y desarrollo de las fuerzas productivas”.
El documento, además de importantes aportes a la comprensión del asunto, incluyó como novedad la incorporación al análisis del Índice de Ingreso Ponderado, que incluye la participación del Trabajo no Remunerado de las mujeres sin ingreso propio y su relación con el Índice de Desarrollo Humano de los territorios cubanos, reconociendo así su valor como “elemento estabilizador de la economía”, favoreciendo un análisis más completo del ciclo económico y los resultados del mismo.
No obstante, restan deudas notables, si bien se han divulgado los datos, incluso en materia de políticas públicas, y hasta se han aprobado varios programas en los últimos años que dejan las puertas abiertas para comenzar a transformar estas desigualdades.
Lo enrevesado del asunto ocurre en su aplicación, que pasa en primera instancia por cómo son comprendidas, por la responsabilidad con que se asuman desde el Gobierno o las organizaciones implicadas, y en el tino de ubicar como líderes de las mismas a personas sensibilizadas y capaces de emprender, no como una tarea más, sino como el asunto de especial trascendencia que representa.
En Matanzas, por ejemplo, a dos años de la aprobación del Programa de Adelanto para la Mujer, apenas se han creado las consejerías municipales para la atención a víctimas de violencia de género, a pesar del amplio espectro y áreas que lo conforman, entre ellas varios acápites dirigidos al tema en cuestión.
Es inmenso el reto de impulsar transformaciones en medio de la crisis que enfrenta hoy el país; sin embargo, habría que empezar por deconstruir la manera en la que nos han enseñado a ver la productividad. Hacerlo sería reivindicar el tiempo invisibilizado de abuelas y madres durante décadas, sería reconocer que puertas adentro del hogar también se trabaja, se produce para la sostenibilidad de la vida humana. Una sociedad justa no puede ignorar esta realidad.
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