En Cuba, la apertura de la economía a los negocios privados permitió el florecimiento de una clase holgada, que empieza a llamar la atención en un país donde los signos externos de riqueza estuvieron reservados por años a un puñado de privilegiados.
Eddy Relova, de 23 años, exhibe una gorra de béisbol y una gruesa cadena de oro en el cuello, mientras está cómodamente instalado en el "paladar" de un elegante barrio de La Habana, con su pareja Valentina y su bebé de nueve meses.
En este pequeño restaurante privado donde se paga en CUC, el peso convertible reservado a las billeteras más abultadas en la isla, el joven explica que no podría pagarse esta comida si no vendiera joyas fuera del sistema estatal, que todavía concentra el 80% de la actividad económica del país.
"El trabajo estatal no te da para poder ir a ningún lugar", asegura Relova, que antes de dedicarse a su ocupación actual, se ganaba al vida con el "trapicheo de la calle" (compraventa de cualquier mercadería).
Hasta hace poco, solo una pequeña élite compuesta por militares, dirigentes de empresas estatales, trabajadores del turismo o artistas, podían permitirse el lujo de ostentar sus riquezas, como un automóvil o ropa de marca.
Pero hoy una nueva clase adinerada frecuenta los restaurantes y bares en boga en los barrios "chic" de la capital cubana, destacándose entre elegantes diplomáticos y hombres de negocios.
Esto "se ha visto mucho más claro en los últimos cuatro o cinco años, se disparó con la apertura al 'cuentapropismo' (trabajo privado)", explica a la AFP la sicóloga Daybell Pañellas, autora de múltiples estudios sobre ese tema.
"Cada día vemos mas cubanos consumiendo (...). Hay mas personas que ejercen actividades económicas por su cuenta e imagino que eso les da la posibilidad de poder consumir en lugares como este", declara Ernesto Blanco, de 47 años y propietario de "La Fontana", restaurante de moda en el oeste de La Habana que recibió recientemente a la cantante Rihanna.
Con su apertura sin precedentes a la iniciativa privada, las reformas lanzadas por Raúl Castro en 2008 han permitido que algunos cubanos aumenten sus ingresos.
Según estimados, alrededor de 500.000 isleños trabajan actualmente en unos 200 oficios por "cuenta propia", que entregan una parte significativa de sus ingresos al fisco.
Entre ellos, son los dueños de restaurantes, mecánicos, propietarios de casas de alquiler y emprendedores del sector de la construcción los que obtienen los mayores ingresos, agrega Pañellas.
"El hecho de tener tu propio negocio te hace tener una entrada muy diferente del cubano normal (promedio). El restaurante nos ha permitido vivir mucho más confortablemente", afirma Blanco.
Sin embargo, prefiere no dar detalles sobre sus ingresos, pues el pudor sigue siendo la norma en el país de la igualdad social.
Raúl, taxista privado de 36 años, admite que ese trabajo "mejoró un poco la vida", le "permite consumir cosas un poco más caras" y viajar más.
Sentado en un "paladar" junto con su esposa, cuyos movimientos hacen tintinar sus múltiples pulseras de oro, el taxista también se resiste a ahondar en su nivel de vida.
"En Cuba, ser rico no es el modelo, y en la población se sigue estigmatizando tener dinero", con la notable excepción de los artistas, sostiene Pañellas.
Por ejemplo, apunta la experta, algunos esperan que caiga la noche para sacar sus compras del baúl del auto, para no exponerse a la envidia de sus vecinos o a los pedidos que la vergüenza hace difícil rechazar.
La falta de estadísticas hace difícil definir el perfil de los "nuevos ricos", toda vez que junto con los "cuentapropistas" comienzan a aparecer los ases del mercado negro, los exiliados que regresan (como los autorizados por el gobierno en 2013) y los cubanos que se benefician de sustanciales envíos de dinero desde el exterior.
Aunque su alcance es limitado y sus niveles de riqueza están aún lejos de los estándares de los más ricos en América Latina, la llegada de esta nueva clase plantea la cuestión de una eventual crisis de valores en esta isla comunista, donde el salario promedio no supera los 20 dólares al mes.
"Nosotros no hemos perdido todavía nuestra solidaridad, nuestros valores sociales, pero (al mismo tiempo) mas personas también constatan que sin dinero, hay muchos accesos que están limitados (...). Esto es ambivalente", admite Pañellas.
José Raúl Colomé, propietario del restaurante privado "Starbien", ubicado en el barrio del Vedado, próximo al centro de La Habana, y que recibe diariamente a 120 clientes, se juega la carta de la solidaridad vecinal para evitar enemistades y la codicia.
"Lo que hacemos es ayudar a los vecinos en la medida de lo posible, de manera que el impacto no sea negativo", explica el hombre a la AFP.
Y a los eventuales pedigüeños, Colomé dice que les propone un trabajo... cuando es posible.
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