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"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

viernes, 7 de agosto de 2020

Libro "Economía para no dejarse engañar por los Economistas" (XI)


Por Juan Torres
¿Es bueno o malo que haya impuestos?

Seguramente, la polémica sobre la bondad o maldad de los impuestos es una de las más intensas en los últimos años. Los economistas y políticos liberales han hecho de la bajada de impuestos su bandera principal, como dejó claro uno de los principales inspiradores, si no el principal, del neoliberalismo de nuestros días, Milton Friedman. A él se le atribuye una frase que, tal y como se dice hoy día en el mundo de las redes sociales, se ha hecho viral: «Estoy a favor de reducir impuestos bajo cualquier circunstancia y con cualquier excusa, por cualquier razón, en cualquier momento en que sea posible». Tradicionalmente, se había asociado el rechazo a los impuestos con las corrientes políticas de derecha, pero el influjo del pensamiento liberal ha sido tan grande que hasta dirigentes progresistas como Rodríguez Zapatero llegan a decir que «bajar los impuestos es de izquierdas».

En el relato económico dominante hoy día no cabe duda de que los impuestos son algo así como los malos de la película. Aunque hay que reconocer que ese rechazo viene de antiguo. Lao-Tse llegaba a decir que «las personas se mueren de hambre porque el Estado las machaca con sus impuestos», y Winston Churchill dijo que «no existe tal cosa como un buen impuesto».

La aversión a los impuestos por las corrientes más liberales es tan visceral que resulta imposible combatirla a través de argumentos. A los impuestos se los demoniza como un mal per se, por definición, puesto que no hay manera de demostrar que sean ciertos los males que afirman que llevan consigo.

Normalmente,  en  contra  de  los  impuestos  se  argumenta  que desincentivan el empleo y el crecimiento de la economía y de la productividad, y también que la redistribución que producen es al final más costosa para la sociedad que el daño, en forma de pobreza o exclusión social, que se quiere evitar.

Sin embargo, con los datos que proporciona la OCDE, es muy fácil comprobar que los países pertenecientes a esa organización que tienen el tipo marginal del impuesto sobre la renta más elevado (Suecia, los Países Bajos, Alemania, Dinamarca, el Reino Unido, Japón, Suiza, Noruega o Francia, entre otros) son los que tienen el producto interior bruto per cápita más alto. Obviamente, eso no quiere decir que para que haya más PIB per cápita sea necesario que los impuestos sean más elevados, sino que, en contra del argumentario liberal, no es cierto que tipos impositivos más elevados frenen el crecimiento de la economía.58

Y exactamente lo mismo ocurre cuando se comparan esos tipos impositivos más altos con las tasas de paro. La tesis liberal según la cual unos impuestos elevados destruyen empleo no se puede corroborar en la realidad.Tampoco se puede probar que unos altos impuestos frenen la productividad. Peter H. Lindert, autor de una de las obras de referencia sobre los efectos del incremento del gasto público y de los impuestos en la historia económica contemporánea, lo dice taxativamente: «Es bien conocido que altos impuestos y transferencias reducen la productividad. Bien conocido, pero sin apoyo de la estadística ni de la historia»; y este mismo autor ha demostrado con multitud de evidencias empíricas que «los costes sociales netos de las transferencias sociales y de los impuestos que las financian son esencialmente cero».59

Posiblemente, el economista que más fama ha alcanzado en los últimos decenios como combatiente de los impuestos es el estadounidense Arthur Laffer. Se cuenta que fue en una simple servilleta donde dibujó el diagrama al que recurren quienes defienden que de ninguna manera conviene subir los impuestos. Según Laffer, la recaudación impositiva sube cuando aumentan los impuestos, pero hasta un determinado nivel, superado el cual la recaudación baja, ya que entonces habrá muchos sujetos a los que, en su opinión, ya no les compensará seguir trabajando y dejarán de cotizar.

Lo curioso es que los defensores de la tesis de Laffer como argumento contra los impuestos la toman sólo en uno de sus sentidos. Lo que se deduce de su propuesta es, efectivamente, que a partir de un determinado nivel de tasa impositiva habrá sujetos a quienes no compensará trabajar o producir, de modo que bajará la actividad y la recaudación. Y, por el contrario, que las rebajas impositivas aumentan los recursos en manos de hogares y empresas, aumentando gracias a ello el empleo, la actividad y los ingresos fiscales. Pero esto es una conclusión que no se puede deducir de la propuesta de Laffer. Este economista dibujó una curva en forma de «U» invertida, para señalar, como he dicho, que la recaudación deja de crecer cuando se llega a un nivel impositivo máximo u óptimo, pero si esa curva refleja de verdad lo que pasa con los impuestos y su recaudación, también indica que la recaudación baja cada vez más a medida que la tasa se reduce por debajo del nivel óptimo. ¿Y cuál es ese nivel óptimo para el conjunto de la población? La respuesta es fácil: no hay manera de saberlo.

Los partidarios de Laffer hacen trampa: recurren sólo a una mitad de la famosa «U» invertida, la que les conviene para reclamar que no suban los impuestos,  sin  mencionar  que  la  otra  parte,  la  que  refleja  lo  que  ocurre cuando bajan, desmiente su tesis.

Incluso si se acepta una tesis tan discutible como la de Laffer para reflejar cómo evoluciona la recaudación cuando varían los tipos impositivos, lo cierto es que la conclusión que puede sacarse de ella no es unilateral (ni lo es el sentido de que sea bueno o malo subir los impuestos ni bajarlos). Por el contrario, es necesario determinar con exactitud en qué situación se encuentra la economía y qué factores van a condicionar el comportamiento de los diferentes sujetos. Ni se puede decir que una bajada de impuestos va a reducir o  aumentar  en  cualquier  caso  la  recaudación  ni  que  una  subida  va  a aumentarla o bajarla.

De hecho, la experiencia nos dice que los grupos que obtienen más ingresos, cuando llegan a niveles cada vez más elevados de renta, no renuncian  a  obtenerla,  sino  que  se  organizan  para  conseguir  que  la imposición baje y recurren a la multitud de vías de que disponen para evitar pagar impuestos. Lo que hacen los titulares de las rentas más elevadas en España, sin ir más lejos, no es desanimarse y dejar de trabajar o de dirigir sus negocios, sino recurrir a instrumentos fiscales como las sicav (sociedades de inversión de capital variable), que son, en teoría, sociedades de inversión que permiten diferir el pago de impuestos y aprovecharse de algunas exenciones fiscales, pero que, en la práctica, se utilizan para que los grandes patrimonios eludan la carga fiscal que normalmente debería corresponderle.

La discusión sobre si es bueno o malo que haya impuestos o que sean más o menos elevados tiene que ver, por tanto, con otras consideraciones.

Como hemos dicho, la mayoría de los economistas liberales critican el establecimiento de los impuestos como un mal en sí mismo, como instrumentos cuyo único fin es engordar un aparato estatal que vive y crece sólo por sí y para sí mismo. Milton Friedman lo decía con toda claridad: «¿Es acaso posible reducir el tamaño del gobierno? Creo que hay una sola manera de  lograrlo:  de  la  misma  manera  que  los  padres  controlan  a  los  hijos botarates, reduciéndoles su estipendio. En el caso del gobierno, eso equivale a reducir los impuestos».

Pero lo cierto es que los impuestos sirven para financiar actividades que proporcionan bienes y servicios (sanidad, educación, pensiones, cuidados, infraestructuras, seguridad, etc.) a una parte de la población que, de no ser por esa provisión pública, no podría acceder a ellos. Por tanto, no parece lógico plantear la cuestión en términos de si los impuestos son buenos o malos, sino de si se desea que el sector público provea esos bienes y servicios para garantizar que acceden a ellos todas las personas y no sólo quienes tengan ingresos suficientes.

Por  otro  lado,  hay  que  tener  en  cuenta  que  los  impuestos  no  se establecen sólo con finalidad recaudatoria, o para financiar la provisión de bienes o servicios que el mercado no puede garantizar a toda la población. También se establecen como instrumentos para incentivar o desincentivar determinadas actividades, concretamente, encareciendo las que la sociedad considera más negativas o indeseables (como aquellas que ocasionan daños a la salud, al medio ambiente o al funcionamiento de la vida económica). Y también en ese caso el debate es puramente político, en el sentido de que se trata  de  dilucidar  si  la  población  quiere  evitar  esas  actividades encareciéndolas por vía de impuestos o prefiere simplemente perseguirlas legalmente o dejar que se produzcan en aras de la libertad particular de quienes desean llevarlas a cabo en contra del bienestar, la salud o la seguridad general. Por tanto, se puede estar más o menos a favor o en contra de los impuestos en general, pero por razones ideológicas, no estrictamente económicas.

Los impuestos también pueden establecerse con el propósito de redistribuir la renta, tratando de conseguir que una desigual distribución originaria del ingreso o la riqueza no se reproduzca y crezca indefinidamente, sino que se reduzca para permitir que los seres humanos puedan tener las mismas oportunidades a la hora de utilizar y disfrutar de los recursos. En este caso, resulta de nuevo evidente que habrá diferentes posturas en conflicto que lógicamente se manifestarán en posiciones diferentes según el coste/beneficio que cada decisión redistributiva suponga para cada una. Pero no menos evidente es que este conflicto y la forma en que se resuelva es una cuestión puramente normativa, que tiene que ver con las preferencias y con la ética que guía el comportamiento y las decisiones de cada persona, y que no se puede establecer una verdad económica, un criterio objetivo indiscutible, al respecto.

Por último, cabe preguntarse si es bueno o malo que haya impuestos utilizados como instrumento de estabilización económica, es decir, como inyección de rentas cuando éstas bajan en épocas en que disminuye el ingreso en la economía, o como disminución de rentas cuando demasiados ingresos en  manos  de  los  sujetos  puede  producir  efectos  indeseables  sobre  la economía. Pero tampoco en este sentido hay razones objetivas para decir que bajar los impuestos es lo que conviene siempre, porque la evidencia empírica nos indica justamente lo contrario.

Como ya hemos explicado, la política fiscal puede tener un efecto estabilizador en la economía, ya que cuando aumenta el gasto público se produce   un   efecto   expansivo   que   termina   generando   finalmente   un incremento en la renta nacional bastante mayor que el inicial, gracias al llamado efecto multiplicador. Y, al revés, cuando se recorta el gasto público se produce un descenso final en la renta nacional mayor que el inicial del gasto.

Decimos que ese efecto es estabilizador porque ayuda a combatir la caída de la actividad cuando la economía va mal (aumentando en ese caso el gasto público) y porque permite frenar un exceso de demanda cuando ésta es mayor que la oferta y eso produce subidas indeseadas en los precios. Si la economía va mal, la mejora; y si va «demasiado» bien, puede enfriarla para evitar males mayores.

Pero es lógico plantear que ese efecto no tiene por qué producirse sólo a través de incrementos del gasto público. Los liberales, siempre opuestos al intervencionismo estatal y a la expansión del sector público como proveedor de bienes y servicios (porque consideran que lo hace peor que la iniciativa privada), defienden que, en todo caso, si hubiera que ayudar a que aumente la renta, lo mejor sería que se disminuyeran los impuestos, y no que se aumentara el gasto público.

Los economistas liberales afirman que de esa manera se puede conseguir que haya más actividad, más empleo y mayor productividad, pero, como hemos señalado más arriba, no es de ninguna manera seguro que eso vaya a ser así, sino que incluso podemos afirmar que a lo largo de la historia ha ocurrido justo lo contrario. Un análisis bastante elemental de lo que sucede cuando se genera gasto y cuando se reduce un impuesto permite comprender muy fácilmente cuál es el método más efectivo para aumentar la renta final.

Cuando  el  sector  público  aumenta  el  gasto  en  cien  euros, inmediatamente aumenta la renta de los sujetos por esa misma cantidad. Y, como ya dijimos, a partir de esos cien euros se van produciendo sucesivos gastos en la economía cuya magnitud depende de la propensión marginal al consumo que exista. Si suponemos que ésta es 0,8 (es decir, que de cada nuevo euro se consume 0,8 euros y se ahorran 0,2 euros), el gasto sucesivo que se genera cuando se produce el gasto público inicial de cien euros será, en primer lugar de 80 euros, luego de 64 (0,8 × 80), después de 51,2 (0,8 × 64),  y  así  sucesivamente,  dando  lugar,  como  sabemos,  a  un  renta  final bastante mayor de los 100 euros iniciales. Será la suma de los sucesivos aumentos: 100 + 80 + 64 + 51,2 +…

Sin embargo, cuando el gobierno acuerda una reducción de cien euros en los impuestos, lo que ocurre es que la renta nacional aumenta en esa misma cantidad, siendo así que una parte de esa nueva renta se consume y otra se ahorra. Si suponemos que la propensión marginal a ahorrar es la misma (0,8) resulta que la bajada de impuestos aumenta la renta en cien, y de ese nuevo incremento, por tanto, se destinan al consumo ochenta euros (100
× 0,8). Y el proceso del efecto multiplicador comienza entonces con esos ochenta euros de primer gasto y no con cien euros, como ocurría cuando lo que se produce es un aumento del gasto.60

Y es evidente que esta última suma siempre será menor que la correspondiente al gasto, lo que significa que una disminución de los impuestos también tiene efecto multiplicador, pero menor que el del gasto público. Es decir, que incrementar este último es más efectivo si lo que se busca es aumentar la renta. Y exactamente lo mismo se puede decir si lo que se busca es enfriar la economía recortando la renta inicial.

Sin embargo, dicho esto hay que recordar que el efecto multiplicador del gasto (y el de los impuestos) no está ni mucho menos asegurado, como ya señalamos anteriormente. Ya vimos las circunstancias que pueden dar lugar a que el del gasto sea reducido, y podemos pensar también en lo que puede ocurrir cuando se aumenta la renta por la vía de bajar los impuestos en una situación de malas expectativas o de gran endeudamiento de las familias y las empresas (como podría ser el momento actual): lo más probable es que una gran parte de la nueva renta no vaya al gasto, sino al ahorro, bien por previsión, o bien para reducir el nivel de deuda.

Por otro lado, hay que señalar que cuando se desea reactivar la economía aumentando la renta (o enfriarla, por el contrario) no sólo existen las alternativas extremas de subir el gasto público o reducir los impuestos, sino que se pueden combinar ambas de forma tal que se logre mayor efecto multiplicador en cada caso. Por ejemplo, reduciendo impuestos a los sujetos con mayor propensión a consumir o realizando el gasto en las actividades que también generen el mayor efecto multiplicador.

En los últimos años, y especialmente en Europa, las corrientes neoliberales proponen algo así como una especie de cuadratura del círculo: reducir el gasto y los impuestos al mismo tiempo para aumentar la actividad y el crecimiento de la economía. Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, decía que «es mejor reducir gasto improductivo y bajar impuestos»,61  y uno de los más brillantes economistas ultraliberales españoles, Juan Ramón Rallo, se sumaba a esta idea pidiendo reducción de impuestos… y de gasto público: «Menos gastos, menos impuestos y menos déficit. Ése es el camino realmente liberal».62

Son propuestas que en realidad responden a una preferencia ideológica, la de reducir la intervención del Estado sea del modo que sea. Pero la experiencia demuestra que así no es verdad que se genere más actividad. La evidencia empírica indica, por el contrario, que los recortes de gasto público y, en general, las llamadas políticas de austeridad «no ayudan a promover crecimiento económico robusto y generador de empleo, ni a mejorar el nivel de vida ni la cohesión social», como aseguran los liberales. Una reciente investigación, realizada a partir de 314 informes del Fondo Monetario Internacional, demuestra que ese tipo de medidas basadas en reducir gasto público e impuestos al mismo tiempo empeoran los resultados económicos, y que, en lugar de ayudar a salir de las crisis, producen nuevas recesiones y mayor desigualdad.63  Y otra investigación muy reciente de Alan Blinder y Mark Zandi demuestra que si en lugar de las medidas de expansión monetaria y fiscal tomadas en Estados Unidos desde 2008 se hubieran aplicado las europeas de austeridad, la caída del PIB en vez del 4 por ciento habría sido del 14 por ciento; la contracción se hubiera alargado más del doble del tiempo; se habrían perdido unos diecisiete millones de puestos de trabajo (el doble del número real), con una tasa máxima de desempleo que habría sido del 16 por ciento; y el déficit presupuestario habría crecido hasta un 20 por ciento del PIB.64

En definitiva, detrás de la radical posición contra cualquier tipo de impuestos de los economistas liberales no hay sino una pura y llana opción ideológica, que puede ser tan legítima como cualquier otra opción política que opte por un modelo social u otro, pero que carece de fundamento científico. Detrás de la existencia de impuestos se encuentra un principio moral: que debemos ser todos los ciudadanos quienes sufraguemos los gastos que realiza el Estado, y que hay impuestos y gastos públicos imprescindibles si  se  quiere  garantizar  un  mínimo  de  eficacia,  de  equidad,  justicia  y estabilidad social. Este principio moral se puede asumir o no, pero no se debería imponer ni en un sentido ni en otro. Y por eso, como en otras tantas ocasiones, a donde lleva el debate sobre la bondad de los impuestos es a la necesidad de que las sociedades modernas, complejas y diversas como las nuestras dispongan de mecanismos de información auténticamente plural, de participación y de debate que permitan que las preferencias de toda la población se revelen en libertad y con democracia. Otra cosa es que los economistas podamos proporcionar, como hace una buena parte de la profesión, criterios técnicos que permitan entrever qué se puede conseguir con unos impuestos o con otros, los efectos que puede tener cada figura impositiva y las consecuencias reales sobre los diferentes grupos sociales derivadas de que se establezcan o no de una u otra forma. Quizá una forma de  evitar la influencia espuria de las diversas posiciones ideológicas, cuando presentan sus propuestas políticas a la población como si fueran verdades científicas y absolutas, sería que existieran organismos auténticamente plurales e independientes que presentasen la información económica a la sociedad tan diversa como en realidad es y con advertencia de los efectos de todo tipo de las medidas derivadas de cada posición ideológica.

Citas

58. La fuente de estos datos y las gráficas elaboradas para demostrar lo que se ha dicho pueden verse en J. Torres López, «Otro mito liberal sobre los impuestos»,  artículo,  2013.  Disponible  en:  <http://bit.ly/2bA6DWL>. [Consulta: 15/09/2016]

59. P. H. Lindert, Growing  Public:  social expending  and economic  growth since the eighteenth century, 2 vols., Cambridge University Press, Cambridge (Massachusetts), vol. 1, 2004, p. 227.

60. Es evidente que la suma de 100 + 80 + 64 + 51,2... tiene que ser forzosamente  mayor que la de 80 + 64 + 51,2... Y por eso decimos que el efecto multiplicador del gasto público es mayor que el de los impuestos.

61. Declaraciones recogidas en diversos medios de comunicación, como, por ejemplo, en El Mundo: «Draghi recomienda a países como España bajar impuestos y el gasto público», 6 de junio de 2013. Sin embargo, a principios de 2016, Draghi ya había cambiado de opinión y reclamaba «más gasto público y menos impuestos para crecer». Véase el artículo de Lalo Agustina en La Vanguardia: «Mario Draghi pide más gasto público y menos impuestos para crecer», 16 de febrero de 2016. Disponible en: <http://bit.ly/29urfMY>. [Consulta: 15/09/2016]

62. J. R. Rallo, «Reduzcamos los impuestos... y el gasto público», Vozpópuli,
23  de  mayo    2013.   Disponible   en:    <http://bit.ly/29TjXGY>.    [Consulta:
15/09/2016]

63. I. Ortiz  y  M.  Cummins,  «The  age  of  austerity:  a  review  of  public expenditures  and  adjustment  measures  in  181  countries»,  documento  de trabajo, Initiative for Policy Dialogue y The South Centre, Nueva York y Ginebra, marzo de 2013.


64. A. Blinder y M. Zandi, «The financia!crisis: lessons for the next one», Center  on  Budget  and  Policy  Priorities  (web),  15  de  octubre  de  2015. Disponible en: <http://bit.ly/1hii8q2>. [Consulta: 15/09/2016]

Continuará



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