La confianza que la gente tiene en los economistas, tras años turbulentos en esta área, es apenas superior a la que tienen en los políticos.
A menudo se les califica de "distantes", "inexplicables" y "elitistas".
"Los economistas siempre dicen por un lado esto, pero por el otro, todo lo contrario", apunta Esther Duflo, profesora de economía del desarrollo y disminución de la pobreza en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés).
"Esa es la razón de que la gente siempre esté buscando un economista de 'solo un lado'", bromea, citando el reputado comentario del expresidente de Estados Unidos Harry Truman.
Pero Duflo y su esposo y colega del MIT, el profesor Abhijit Banerjee, que recientemente ganaron el premio Nobel de Economía junto con el profesor Michael Kremer de Harvard, ciertamente ponen las cosas claras en un nuevo libro que ataca algunos de los mitos más preciados de los economistas.
En el libro Good Economics for Hard Times ("Buena economía para tiempos duros", en traducción libre), los profesores Duflo y Banerjee abordan algunos de los mayores desafíos del siglo XXI y argumentan que los economistas son más importantes que nunca en el mundo polarizado de hoy.
¿Qué motiva a la gente?
La teoría económica convencional no se centra en lo que realmente le importa a la gente, dicen.
El dinero es importante, pero en realidad la gente está más preocupada por los "objetivos, la pertenencia y la dignidad" que por ganar unos dólares adicionales, incluso cuando los tiempos son difíciles.
Estas tres características tienen un valor para la gente que a menudo los economistas olvidan a la hora de hacer sus modelos.
Este es un "gran punto ciego de la economía", dice Duflo en una conversación con la BBC.
Los economistas, explica, a menudo asumen que la gente responde de manera contundente a los incentivos financieros.
La economía convencional sostiene que "si estás trabajando en una fábrica de ropa en una pequeña ciudad de Estados Unidos y ese trabajo desaparece debido a la competencia de China, empacarás, te mudarás a kilómetros de distancia y tomarás un trabajo vendiendo ropa nueva en una tienda", explica.
Y no se trata solo de economistas.
Otro estudio entre 10.000 estadounidenses realizado por el equipo de Duflo y Banerjee reveló que el 62% de los encuestados piensa que los desempleados deberían mudarse si es necesario para encontrar trabajo, incluso aunque el nuevo puesto esté a 300 kilómetros de distancia.
Sin embargo, cuando a los encuestados se les preguntó si ellos se mudarían para empezar un nuevo trabajo, quienes respondieron que sí fueron el 52%.
De los que estaban desempleados, solo un tercio contestó que estarían dispuestos a cambiar su lugar de residencia.
En realidad, son pocos los que se mudan en busca de empleo.
El dinero juega un papel: la mudanza puede ser demasiado costosa o cualquier aumento de sueldo podría verse erosionado por los altos costos de vida, dice Duflo.
Y la movilidad de los estadounidenses ciertamente está disminuyendo.
Apego a la ciudad natal
En 1985, las cifras del censo mostraron que casi el 20% de los estadounidenses se habían mudado de casa en los 12 meses anteriores, pero para 2018, esta cifra se había reducido a más de la mitad.
Pero hay razones más convincentes para no mudarse, dice ella.
Un estudio de la Reserva Federal de Nueva York muestra que aproximadamente la mitad de los estadounidenses siguen apegados al lugar donde crecieron.
Este grupo "arraigado" es desproporcionadamente blanco, mayor, casado y vive en zonas rurales.
"Cuando llegan malas noticias en forma de una mayor competencia desde el exterior, en lugar de aceptarlo y recolocar los recursos para darles el mejor uso posible, hay una tendencia a mirar hacia otro lado y esperar que el problema desaparezca por sí solo", escriben los profesores Duflo y Banerjee.
"Los trabajadores son despedidos, los jubilados no son reemplazados y los salarios comienzan a descender. Los dueños de negocios ven menguar sus ganancias, los préstamos se renegocian, se hace de todo para preservar lo más posible el statu quo".
¿Es mejor más comercio?
La idea de que más flujos comerciales son buenos está "profundamente arraigada" en muchos economistas, dice Duflo.
Por ejemplo, cuando Estados Unidos impuso miles de aranceles a los bienes en la década de 1930, más de 1.000 economistas escribieron al presidente Hoover pidiéndole que vetara el proyecto de ley.
Incluso hoy la amenaza de los aranceles hace tambalear los mercados bursátiles.
Sin embargo, la premio Nobel cita una investigación de los académicos del MIT Arnaud Costinot y Andrés Rodríguez-Clare que muestra que las ganancias de los flujos comerciales de EE.UU. suponen alrededor del 2,5% del producto interno bruto (PIB).
"Esto realmente no es mucho", dice ella.
"La verdad es que si Estados Unidos dejara de comerciar con otros países sería más pobre. Pero no mucho más pobre".
Pero no todos están de acuerdo.
Douglas Irwin, profesor de Economía en el Dartmouth College, dice que lo que gana Estados Unidos por comerciar con otros países en la investigación de Costinot oscilan entre el 1,8% y el 10,3% del PIB.
"Una cifra como el 10% no es nada trivial", dice el profesor Irwin.
"Diría que la experiencia histórica ha demostrado que las reformas comerciales en los países en desarrollo han mejorado su desempeño económico y han resultado en una reducción significativa de la pobreza", añade Irwin.
La profesora Duflo dice que mientras que países como China se han beneficiado enormemente del comercio, los resultados en otros lugares es variado.
China se ha forjado una reputación como país que puede fabricar de manera barata, rápida y fiable.
Esto dificulta la competencia de países más pequeños como Etiopía o Egipto, incluso pese a que el nivel de vida de los chinos sigue aumentando.
¿Impuestos más altos o más bajos?
Muchos políticos se comprometen a poner en marcha sistemas impositivos "más justos".
A menudo esto hace referencia a que los ricos paguen más impuestos.
Duflo dice que solo gravar más a los ricos no necesariamente generará ingresos adicionales.
"Por ejemplo, si los impuestos sobre las personas que ganan más de US$500.000 al año son muy altos, en primer lugar las compañías no sentirán la necesidad de pagarles esos salarios tan altos, porque de todos modos simplemente irían a las arcas del Tesoro".
Pero recortar impuestos tampoco es la respuesta.
En su libro, los profesores Duflo y Banerjee citan un ejemplo de EE.UU. cuando los líderes republicanos en Kansas aprobaron profundos recortes de impuestos en 2012 con la esperanza de que esto impulsara la economía.
Sucedió lo contrario.
El estado se quedó sin suficiente dinero para pagar los servicios públicos y los funcionarios se vieron obligados a reducir la semana escolar a solo cuatro días.
Duflo dice que las tasas impositivas más altas deben ir acompañadas de mejores servicios o ayuda específica para quienes más lo necesitan.
"Los encargados de formular políticas deben analizar las que ayudarán a la persona que ha perdido su trabajo en una fábrica porque fueron reemplazados por robots o porque el artículo ahora se fabrica en China", afirma.
"A menos que tengamos una respuesta exitosa a esta cuestión, simplemente cobrar impuestos a los ricos no va a ayudar porque no hará que quienes perdieron su trabajo estén menos enfadados".
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