Alejandro Nadal, La Jornada
Durante años las autoridades monetarias y los organismos financieros internacionales impulsaron una política monetaria dirigida a controlar la inflación. El gasto público tuvo que subordinarse a ese imperativo central que era la estabilidad de precios. La política de tasas de interés respondía a la necesidad de enfriar la economía cuando el calentamiento llevara riesgos inflacionarios. Y la política de ingresos también estuvo sometida a la exigencia de contener la demanda agregada. De ahí sale la contención del crecimiento de los salarios. Pero ahora las cosas han cambiado y con la crisis económica global descubrimos que en Europa, Estados Unidos, Japón e incluso China, el verdadero enemigo es la deflación.
Pero ¿por qué es mala la deflación? Hay varias razones. Primero, una reducción sostenida del nivel general de precios hace que los agentes económicos estén menos dispuestos a realizar gastos. Cuando los precios caen los consumidores tienen expectativas de que seguirán reduciéndose y prefieren esperar a que caigan todavía más. La demanda agregada se reduce, la actividad económica se frena y el desempleo aumenta.
Segundo, los agentes económicos no están dispuestos a tomar préstamos porque cuando tengan que repagar sus deudas, lo harán en una moneda que valdrá más que la que recibieron cuando aceptaron el crédito. Es decir, la deflación perjudica a los deudores y beneficia a los acreedores. Ésta es la imagen espejo del mundo en el que la inflación es el enemigo de los acreedores. Aceptar un crédito cuando los precios están cayendo no es bueno para el deudor porque el peso de su deuda se incrementará en términos reales. Y eso incluye a los empresarios que les gustaría embarcarse en una operación productiva.
Tercero, desde el punto de vista de la oferta hay que señalar que los inversionistas no tienen ningún interés en embarcarse en nuevas aventuras productivas cuando observan que los precios están reduciéndose. Es cierto que tampoco les gusta un escenario de fuerte inflación, pero un incremento moderado de precios, digamos de 5 o 7 por ciento no les hace sentir que están en la hiperinflación de la república de Weimar o en Zimbabue. En cambio detrás del problema de la deflación se esconde el espectro de un mundo en el que se estará produciendo con pérdidas.
En conjunto, estas tres razones pueden conducir a una severa contracción económica en la que las fuerzas que se desencadenan se retroalimentan y hacen muy difícil salir de una recesión. Eso es precisamente lo que estamos presenciando en casi todos los centros motores de la economía mundial, desde Europa y Estados Unidos hasta Japón. Varios indicadores muestran que la economía en China podría irse dirigiendo a un escenario similar. Esto es lo que alimenta la idea del estancamiento secular.
¿Qué pueden hacer las autoridades económicas frente a la deflación? Pues la verdad es que bastante poco. Hoy vemos que los bancos centrales han llevado sus tasas de interés al límite inferior más bajo, a cero por ciento, pero el impacto sobre el consumo y la inversión, es decir, sobre la demanda agregada, es muy débil. Eso se debe a que a pesar de que los precios están cayendo, los consumidores no tienden a incrementar su gasto porque también tienen expectativas negativas debido a que el peso de sus deudas se está incrementando en términos reales. O sea que el efecto positivo del descenso en los precios se contrarresta por el endeudamiento. Y hay que recordar que en los últimos dos decenios el endeudamiento de casi todos los agentes económicos (familias y empresas) ha sido el impulsor del crecimiento. Hoy el sobreendeudamiento hace que el consumidor no responda a la caída en los precios porque todavía prevalece el efecto de la orgía de sobrendeudamiento y los agentes buscan por todos los medios posibles reducir la carga de deudas.
Este fenómeno es especialmente severo en China, así que no tiene mucho sentido apostar a que su economía pueda volverse motor del crecimiento mundial. En los últimos veinte años, mientras la maquinaria de propaganda del neoliberalismo hacía que todo el mundo se maravillara por las altas tasas de crecimiento en China, los bancos daban créditos a quien quisiera construir rascacielos transparentes, ciudades fantasmas o carreteras que no iban a ninguna parte. Y ahora que el banco central chino relaja al extremo su política monetaria, recortando el nivel de reservas que los bancos comerciales o semi-privados deben mantener en el instituto monetario, ningún analista espera que esta medida pueda acelerar el crecimiento.
Los bancos centrales en el mundo capitalista desarrollado buscan regresar a niveles de inflación moderados. Por ejemplo, en Estados Unidos y en Suecia, la Reserva federal y la Riksbank buscan regresar a una tasa de crecimiento con una inflación de 2 por ciento. Quizás la Fed tenga que seguir el ejemplo de los suecos e instaurar tasas de interés negativas. De todos modos, el impacto sobre la demanda agregada ha sido casi despreciable en Suecia. Decididamente, algo está cambiando en el capitalismo contemporáneo.
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