Víctor M. Toledo, La Jornada
¿Cuál es la diferencia entre un testigo de Jehová, una familia fanática del islam, un grupo de jaredíes (judíos ultraortodoxos) y un premio Nobel? Después del 30 de junio pasado la respuesta podría ser… ninguna. Con la carta en que 110 laureados con el Premio Nobel denostaron a Greenpeace, acusándola de criminal, y defendieron a las gigantescas corporaciones que producen los alimentos transgénicos, se firmó un testamento que confirma el carácter intolerante y dogmático de amplios sectores de la academia, o su complicidad con los intereses corporativos. Nunca un conjunto de especialistas connotados, formados en las exigentes normas de la investigación científica, habían patinado tan bajo y mostrado tal nivel de fanatismo en nombre de la ciencia.
La carta, claro está, fue promovida por dos conocidos genetistas galardonados con el Nobel que, además, son empresarios biotecnológicos: Richard Roberts y Phillipe Sharp. Fue firmada mayoritariamente por premiados en medicina, química y física, algunos economistas, y extrañamente por la escritora austriaca Elfriede Jelinek, aguerrida feminista y anarcocomunista. Entre los firmantes destacan James Watson, codescubridor del ADN, quien fue defenestrado por su instituto por sus ideas racistas, y el mexicano Mario Molina, asesor de Coca-Cola y otras empresas. La carta se basa en tesis y argumentos falsos o sesgados agrupables en seis grandes temas:
1) ¿Por qué Greenpeace? Sorprende que la misiva esté dirigida contra la más importante organización ambientalista del orbe, no obstante que han sido cientos de científicos, individualmente o en grupo, los que han cuestionado la tecnología de los organismos genéticamente modificados, u ofrecido pros y contras de manera objetiva. Por ejemplo los 400 investigadores convocados por Naciones Unidas, la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS) de México, los 300 científicos de la Red Europea de Ciencia con Responsabilidad Social y Ambiental, un grupo de destacados investigadores de la Royal Society de Inglaterra y otras. La carta hace ver tramposamente que se trata de una batalla entre creyentes (científicos consagrados) y herejes (ambientalistas emotivos). Ver respuesta de Greenpeace.
2) ¿Transgénicos contra el hambre? Una vez más se utiliza la idea falsa de que los cultivos transgénicos han sido diseñados para abatir la falta de alimentos suficientes, es decir, que son un medio de salvación contra el hambre. Ésta ha sido una afirmación utilizada en la propaganda de las corporaciones. Este dogma se rebate porque ni el arroz, soya o maíz transgénicos incrementan los rendimientos. Por otra parte, las estadísticas sobre la producción alimentaria en el mundo muestran que existen alimentos suficientes para alimentar a la población humana; lo que sucede es que, contra toda lógica, 75 por ciento de la superficie agrícola del planeta, y notablemente los transgénicos, se dedica a producir forrajes para reses y pollos o biocombustibles para los autos, es decir, para la fracción pudiente de la humanidad. 3) Las dudosas virtudes del arroz transgénico. Como escribió en estas páginas Silvia Ribeiro, sigue en duda la efectividad del Golden Rice (GR), propiedad de la compañía Syngenta, pues es necesario comer kilos y kilos de este variedad transgénica para alcanzar las dosis diarias de vitamina A que requiere un individuo. Resulta mejor comer zanahorias, espinacas o quelites. Por otra parte, la provitamina del GR se oxida fácilmente, lo que disminuye sustancialmente (hasta 90 por ciento) su riqueza vitamínica (ver: M. Hansen, 2013).
4) Transgénicos, deforestación y calentamiento global. Hacia 2014 un total de 180 millones de hectáreas estaban sembradas con cultivos transgénicos en el mundo. De ese total destacan las 40 millones de hectáreas sembradas de soya transgénica en Sudamérica, superficie algo mayor a Alemania y algo menor a España, en la cual fueron arrasadas selvas, bosques, matorrales con alta biodiversidad para dejar una sola especie. Se trata de la mayor deforestación en el menor tiempo conocida en la historia. Los transgénicos, sembrados, cosechados, transportados y transformados de manera agroindustrial (petroagricultura) contribuyen además al calentamiento global.
5) El glifosato como cancerígeno. Tras décadas de denuncias, finalmente el 20 de marzo de 2015 la Organización Mundial de la Salud (OMS) aceptó que el glifosato, el herbicida estrella de Monsanto que acompaña a los transgénicos, es cancerígeno para animales de laboratorio y con pruebas de carcinogenicidad en humanos. Existen cientos de casos documentados de cáncer, abortos espontáneos o malformaciones en poblaciones cercanas a la soya y el maíz transgénico en Sudamérica.
6) Lo que significa comer maíz transgénico. Finalmente no pueden pasarse por alto los experimentos realizados por el científico francés Gilles E. Séralini y su equipo, quien demostró que ratas de laboratorio alimentados por dos años con maíz transgénico NK603 y glifosato generaron tumores cancerosos.
¿Quienes son entonces los criminales? Como Gregorio Samsa, que en la novela de Kafka se convirtió súbitamente en cucaracha, así los 110 premiados firmantes de la carta se transformaron en obispos, porque se declararon mediante un acto de fe, no a partir de una decisión fincada en evidencias científicas, por la defensa de una tecnología perversa. Esta vez no fue el Papa, sino el mercado el que los hizo adherirse en nombre de un dogma. ¡Que Dios los reciba confesados!
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