Por Mariano Aguirre
Robots ‘Alpha’ que se conectan a los teléfonos móviles en una exposición en China. VCG/Getty Images
Cómo la robotización de nuestras sociedades va a afectar al ámbito laboral es un debate plagado de inquietantes interrogantes.
Hasta hace poco las tiendas de periódicos de los aeropuertos de Londres eran atendidas por trabajadores. Hoy los vendedores han sido sustituidos por máquinas que leen digitalmente el precio y cobran. Una persona ayuda a los clientes, y a las máquinas, a aprender y funcionar. Es previsible que en un futuro próximo esa persona, y el guardia de seguridad que circula entre los pasillos, también sean sustituidos. A partir de entonces todo serán ventajas para la empresa empleadora. Las máquinas no se enferman, no cobran salario, no hay que pagarles seguridad social ni se afilian a sindicatos.
“Un ejército de robots está en marcha”, anuncia el diario Financial Times, y avanza hacia supermercados, fábricas, hospitales, aparcamientos, universidades y todo tipo de actividad productiva, comercial, e incluso hasta empresas donde se estudia cómo integrar robots en el trabajo. “La llegada de los robots, y su potencial efecto devastador sobre el empleo humano, ha sido anunciada por mucho tiempo. Ahora las máquinas salen de los laboratorios”, proseguía el mismo periódico. El mercado de los robots podría alcanzar en 2019 los 135.000 millones de dólares. China y Japón están a la cabeza en la reestructuración de su mercado laboral.
La robótica tiene también dimensión geopolítica, con China y Estados Unidos a la cabeza de la innovación y la competencia, seguidos por Japón y varios europeos. Uno de los laboratorios a la cabeza es el Departamento de Defensa estadounidense. Los avances de la robótica en el campo de la defensa están llevando a serios problemas éticos. Los aviones no tripulados (drones) están guiados por personas, pero expertos temen que los robots puedan llegar a decidir por sí mismos. ¿Quién sería responsable de sus actos? ¿Qué pasaría con las reglas de la guerra y el derecho humanitario?
Sobre algunas tareas no militares que pueden realizar robots surgen también consideraciones éticas. Los doctores Noel y Amanda Sharkey, expertos en inteligencia artificial de la Universidad de Sheffield, consideran que las máquinas para cuidar enfermos y especialmente a ancianos que están ensayándose actualmente no deberían sustituir la presencia humana, inclusive aunque puedan leer e imitar emociones. Igualmente critican los prototipos que imitan tiernas focas blancas como compañía para enfermos mentales. “Engañar a los vulnerables de esta manera, dicen, podría ser una afronta a susdignidades”.
El control del 1%
Ante el envejecimiento acelerado de la población, en Japón está desarrollándose una industria de robots para que cuiden a los mayores. En el futuro medio máquinas podrán levantar a una persona, depositarla en una cama, hacerle masajes, lavarle la cabeza y darle de comer, al igual que conectarle con el médico sin moverse de casa.
El ejemplo más publicitado recientemente es el de los coches sin conductor. Empresas como Google, Ford y Tesla, están a la vanguardia. Se calcula que para el 2035 habrá 54 millones de coches de este tipo operando en el mundo. Esto requerirá cambios urbanísticos, nuevas reglamentaciones y un complejo, y posiblemente peligroso, período de transición en el que vehículos con conductor convivirán con coches totalmente automáticos. ¿Qué pasará con los millones de conductores de taxis, transporte público, transporte de mercancías y chóferes?
Un ya famoso estudio de Carl Benedikt Frey and Michael A. Osborne del Oxford Martin School considera que el 47% de los puestos de trabajo en Estados Unidos se encontrará en riesgo en las próximas dos décadas debido al creciente uso de la computarización. Sectores como el transporte, ocupaciones logísticas, trabajos de oficina y administrativos son los más vulnerables.
Otro estudio del McKinsey Global Institute indica que dos quintos de los empleados en Estados Unidos desarrollan tareas que podrían automatizarse, especialmente vendedores al por menor, cajeros en tiendas y grandes superficies, y servicios de comida. En ese país estas actividades representan alrededor de 2 billones de dólares en salarios. La automatización no afectaría sólo a sectores menos cualificados, sino también a los mejores pagados, como gerentes financieros, médicos, directores y directores generales, cuyas actividades podrían ser parcialmente sustituidas por máquinas. Como anuncia un artículo en diario The New York Times, los robots llegan también a Wall Street.
La investigación en robótica la realizan empresas privadas y no universidades públicas. Esto acentúa el riesgo de que los avances tecnológicos sean controlados por una élite para sus fines económicos y no para el bien común. El denominado 1% más rico de la sociedad global aumentará su poder, acentuando la desigualdad, uno de los mayores problemas del sistema internacional. Michael Bliss, historiador de la Vanderbilt University, alerta en su libro Make Space for the Superhumans sobre tener una “casta” asentada en el poder tecnológico y financiero.
El aprendizaje profundo
Los robots existen desde hace mucho tiempo en las cadenas de montaje. Son máquinas que realizan funciones repetitivas, antes realizadas por personas. Los nuevos robots se diferencian por la flexibilidad para realizar diferentes tareas y responder a estímulos variados gracias a sofisticados sistema de programación. La tecnología permite que lean tal cantidad de signos, que su capacidad se equipara a la visión y sentidos humanos.
La inteligencia artificial (IA) es la capacidad de una computadora digital o un robot controlado por una computadora de realizar tareas normalmente asociadas con la inteligencia humana y sus funciones: percibir, razonar, descubrir significados, resolver problemas, usar un lenguaje, generalizar y aprender de experiencias pasadas. La inteligencia artificial ha avanzado en la técnica que se denomina aprendizaje profundo (deep learning), o sea, la capacidad de los sistemas de aprender y mejorar tomando estímulos diferentes, de forma similar a cómo las neuronas se activan entre sí en el cerebro humano.
El desarrollo de algoritmos permitirá a los robots en el medio plazo interpretar la realidad y responder a ella. Un algoritmo es un grupo finito de operaciones organizadas de manera ordenada y lógica, las cuales permiten hallar la solución a un determinado problema. Este tipo de operaciones han sido hasta ahora realizadas por humanos. Ahora se cuenta con máquinas que tienen la capacidad no sólo de aprender sino de elaborar algoritmos. Un inversor en robótica dice al Financial Times: “No habrá que decirles programáticamente qué deben hacer; ellos lo deducirán”.
Dilemas que estaban confinados a la ciencia-ficción se hacen realidad. En la película Ex Machina, dirigida por Alex Garland, un robot con formas femeninas logra engañar a su creador, un experto en IA, quien se cree un dios que puede controlar las máquinas, y a un científico con dilemas morales. El robot deduce que quiere vivir, como los replicantes en la película Blade Runnerde Ridley Scott, les enfrenta, los elimina (solucionando el problema) y se integra en el mundo de los humanos. ¿Serán las máquinas capaces de pensar por sí mismas, navegar a través de problemas complejos y tener emociones?
Algunos impulsores de la robótica argumentan que en muchos casos los robots no sustituirán a los humanos sino que les ayudarán en sus tareas. Sin embargo, la lógica del beneficio operará en favor de la sustitución. Los estudios de McKinsey indican que la automatización puede aumentar el beneficio entre cuatro a diez veces en relación al coste de inversión. En todo caso, robots con más inteligencia artificial controlarían a otros robots con capacidad de hacer una sola función.
La eliminación masiva de puestos de trabajo humanos tendrá graves consecuencias en economías desarrolladas con estados del bienestar avanzados. Pero el peso sobre los sistemas de protección social será inmenso, especialmente si cada vez menos trabajadores contribuyen para sus futuras pensiones. El impacto será mucho peor en países del sur.
Un estudio del Citi Bank y la Oxford Martin School de la Universidad de Oxford basado en datos del Banco Mundial, indica que más de la mitad de los empleos en Angola, Mauricio, Suráfrica y Nigeria desaparecerán si se introduce la automatización. La mayor parte de esos empleos son de baja cualificación y susceptibles de ser sustituidos por robots. En países como Etiopía hasta el 85% de los empleos humanos desaparecerían. Los datos son también muy graves en cuanto a empleos susceptibles de ser eliminados en otros países: el 77% en China, el 72% en Tailandia, el 67% en Suráfrica, el 35% en el Reino Unido y el 65% en Argentina.
El debate
En 2015 el Premio Nobel Stephen Hawkins y otros 1.000 científicos firmaron una carta alertando sobre los peligros de la IA aplicada al armamento. Hawkins, Bill Gates y otras personalidades han alertado que la AI y la robotización deben estar al servicio de las personas y no lo contrario. Frente a estos críticos, otros expertos indican que también hubo alarmas en previas revoluciones tecnológicas sin que se produjesen catástrofes laborales. El argumento es que la nueva tecnología generará nuevas oportunidades de empleo, tiene inmensas aplicaciones útiles para la humanidad y cuestiona la gravedad de las cifras. Sin embargo, otro estudio indica que la nueva alta tecnología sólo ha incorporado en Estados Unidos a 0,5% de los nuevos trabajadores desde 2000.
La publicación británica The Economist considera que la alarma es exagerada, pero admite que la transición puede ser larga y dura, y que tanto empresarios como políticos deben ayudar a los trabajadores a adquirir nuevas capacidades laborales, y preparar a las futuras generaciones para convivir con sitios de trabajo llenos de máquinas dotadas con inteligencia artificial. Los editores de esta revista proponen un nuevo e idílico tipo de pacto social, un mundo feliz al estilo Aldous Huxley. Los trabajadores aceptarían cambiar de oficio con flexibilidad y recibir formación tecnológica permanente. Al mismo tiempo, el Estado debería garantizar un salario básico y las prestaciones sociales fundamentales (pensiones, salud). Por su lado, las empresas tendrían libertad para formar, contratar y despedir según sus necesidades.
Loek Groot, de la Escuela de Economía de la Universidad de Utrecht, considera que una renta básica sería una medida justa a la vez que eficaz para equilibrar la desigualdad y la falta de empleo. Sin embargo, la idea de una renta básica a escala global aparece, por el momento, lejana de las tendencias que siguen los Estados y el sector privado.
Pero los saltos tecnológicos que tuvieron anteriores revoluciones industriales son diferentes de los posibles impactos de la actual. Las innovaciones se multiplican y expanden con una rapidez hasta hace pocas décadas imprevisible. Otro informe de McKinsey Global Institute indica que la transformación de la sociedad gracias a la Inteligencia Artificial ocurrirá “10 veces más rápido y a 300 veces la escala, o aproximadamente 3.000 veces el impacto que tuvo la revolución industrial”. Cuando se produjeron anteriores saltos tecnológicos, los trabajadores y empresas afectados podían moverse hacia otros sectores y no debían competir con robots que trabajan más rápido y con más eficiencia. La competitividad obligará a dotarse de medios más avanzados para poder seguir existiendo. O sea, se estrechará el espacio del empleo.
En efecto, la revolución industrial actual tiene unas dimensiones antes desconocidas. El escritor John Lanchester recuerda que la compañía más productiva en 1960 era la General Motors. Generaba 7.600 millones de dólares anuales después de pagar sueldos e impuestos, y empleaba a 600.000 personas. Hoy la compañía másproductiva del mundo es Apple y genera 89.000 millones de dólares y emplea tan solo a 92.000 trabajadores.
En general los defensores de la IA basan sus argumentos en suposiciones y expresiones de deseo. Joel Mokyr, un historiador económico de la Northwestern University, dice que “no podemos predecir qué trabajos se crearán en el futuro, pero siempre ha sido así. Hay trabajos hoy que nadie habría podido predecir en el pasado”. En otros casos, se presenta un futuro color de rosa en el que las máquinas se ocuparán de hacer múltiples trabajos y “la gente tendrá más tiempo para consumir bienes y servicios, incrementando la demanda en la economía”, sin tener en consideración lo que se pregunta Martin Ford, el autor de Rise of the robots: “en un mundo con menos empleos, ¿quién tendrá los ingresos y la confianza para comprar los productos y servicios producidos por el sistema económico? ¿De dónde vendrá la demanda?” El futuro estaría marcado por una robotización con desempleo masivo y deflación.
El historiador israelí Yuval Noah Harari plantea en su reciente libro, Homo Deus, que la humanidad dejará de ser la entidad con mayor capacidad de inteligencia y creatividad. Maquinas con eficientes algoritmos electrónicos nos superarán. Las computadoras sabrán mejor que nosotros qué hacer. Harari considera que los avances tecnológicos permitirán a la humanidad extender su longevidad y solucionar muchos de los problemas que todavía le acosan, como pandemias o hambrunas. Pero cree que se puede cometer el error de dar tanto poder a los robots que perdamos nuestra capacidad de decisión y organización del futuro frente a ellos.
Por su parte, Michael Bess, tras analizar los avances en bioelectrónica, genética, nanotecnología, inteligencia artificial, robótica y biología sintética, considera que se abren posibilidades extraordinarias en la medicina y otros campos. Pero afirma que corremos el riesgo de fusionarnos con las máquinas hasta un nivel que será difícil diferenciarnos de ellas. Al comentar las películas Her, de Spike Jones, y Ex Machina, el ensayista Daniel Mendelsohn, se pregunta si no estaremos ante un cambio evolutivo en nuestras vidas y “ante el peligro de perder nuestra humanidad, y devenir indistinguibles de nuestros aparatos”.
Mientras crece este debate emerge la realidad más inmediata del desempleo estructural. Las cifras de la Organización Mundial del Trabajo muestran que en el mundo no se crea empleo suficiente para absorber la masa de jóvenes que cada año buscan incorporarse a un mercado que se empequeñece. Esto no se debe a la crisis económica actual. En verdad, la crisis se ha convertido en una situación permanente, y la precariedad se ha vuelto una forma de vida. Los millones de refugiados que huyen de situaciones extremas, guerra y falta de oportunidades mínimas para tener una vida digna son la expresión más fehaciente. Los robots, el 1%, los jóvenes en armas en Siria o Nigeria, las muertes por epidemias y la mayor longevidad son partes del mismo mundo, aunque estén, y vayan a estar todavía más, tan alejados entre sí.
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