Jorge Eduardo Navarrete, La Jornada
Los anfitriones hubieran deseado que un ambiente global muy diferente rodease la celebración en su territorio –por fin, después de tantos años– de la cumbre del Grupo de los 20, el llamado foro por excelencia para la cooperación económica y financiera multilateral. Recuérdese que, en su actual encarnación, el G-20 data de 2008, del inicio de la gran recesión, e incorporó las economías emergentes al esfuerzo global, no por completo logrado, de recuperación del crecimiento y el empleo. Ocho años y 10 cumbres después, esa recuperación sigue mostrándose elusiva. Al menos hasta 2013, China hizo quizá la mayor contribución nacional a los objetivos proclamados del grupo; fue el motor que evitó una depresión profunda y generalizada.
El sentimiento que, me parece, prevaleció en Hangzhou, una de las capitales históricas de China, fue, notoriamente, el de los momentos previos a un naufragio: el hundimiento, en este caso, de la modalidad rampante, voraz y desregulada de la globalización financierizada. Los indicios del naufragio estuvieron a la vista de todos: desde la creciente improbabilidad de que se concreten –o, incluso, se negocien– los acuerdos trasnacionales de última generación, que abarcan todo, alrededor del Pacífico o del Atlántico norte, hasta la denuncia generalizada de las múltiples falencias del modelo de (des)orden económico y financiero multilateral vigente. El anfitrión, el presidente Xi Jinping, subrayó la más señalada de ellas: la desigualdad global: Medida por el coeficiente de Gini, ya ha superado el nivel de alarma de 0.6 puntos y ahora se sitúa en 0.7 –dijo en su discurso inicial. Obama también denunció, en alguna de sus intervenciones en Hangzhou, este destructivo avance de la desigualdad.
La explosión de la desigualdad explica buena parte del creciente malestar con la globalización. Éste se manifiesta en múltiples formas y asume dimensiones variadas: lo mismo impulsa a los británicos a abandonar el más acabado de los esfuerzos de integración regional del siglo XX que convence a trabajadores de actividades industriales afectadas en EEUU apoyar propuestas aislacionistas.
Xi había ofrecido, la víspera de la cumbre, una acción positiva y alentadora: junto con su colega estadounidense anunció la ratificación del Acuerdo de París sobre cambio climático por las dos mayores economías y los dos mayores emisores de gases de efecto invernadero del planeta. Nueve meses después de suscrito, ese acuerdo había reunido, según recuento de Le Monde (4 de septiembre), apenas 25 de las 55 ratificaciones necesarias, correspondientes a signatarios responsables de 39 por ciento de las emisiones mundiales de GEI, muy por debajo de la cota de 55 por ciento, que debe alcanzarse para su entrada en vigor. Con China y EEUU se está más cerca de ambos mínimos, en especial del segundo. La ratificación por parte de la Unión Europea, que es uno de los 175 firmantes del acuerdo, casi cubriría los faltantes, con sus 28 miembros y su volumen de emisiones. Se teme, sin embargo, que las turbulencias europeas, tras la salida británica, que por cierto no acaba de materializarse, demore esta urgente ratificación y la crucial vigencia del Acuerdo de París.
De vuelta en Hangzhou, llamaron la atención dos presencias de grisura fantasmal: la de Mariano Rajoy, carente todavía de investidura, y la de Michel Temer, de investidura reciente y, cuando menos, discutible, si no ilegítima. China amplió el diámetro de la mesa redonda para dar cabida a ocho líderes ajenos al grupo, tanto asiáticos como africanos, y a siete dirigentes de organismos internacionales. Todos deben haber disfrutado el espectáculo que siguió a la cena del domingo, reminiscente de una gala olímpica, coreografiado por el cineasta Zhang Yimou.
La declaración de los líderes estuvo disponible primero en el portal de la Universidad de Toronto (www.g20.utoronto.ca) que en el sitio oficial del Grupo (www.g20.org). Su primer párrafo sustantivo deja constancia –si se recuerdan las declaraciones de Antalya15, Brisbane14 y San Petersburgo13– de la notable capacidad de los sherpas o de quienes redactan estos documentos para decir lo mismo con palabras diferentes. Las elegidas para esta ocasión rezan: Nos reunimos en momentos en que progresa la recuperación económica global, ha mejorado la resiliencia de algunas economías y han surgido nuevas fuentes de crecimiento. Pero éste todavía es más débil que el deseable. Los riesgos de deterioro persisten debido al potencial de volatilidad de los mercados financieros, las fluctuaciones de los precios de los productos básicos, la debilidad del comercio y la inversión, y el lento aumento de la productividad y el empleo en algunos países. Los desafíos derivados de factores geopolíticos, las mayores corrientes de refugiados, el terrorismo y los conflictos complican la perspectiva económica global. Cómo conciliar la noción de una recuperación en marcha con el reciente señalamiento del FMI de que el G-20 está quedándose corto en su objetivo colectivo de elevar el PIB en 2 por ciento adicional para 2018; cómo pasar por alto el elogio a la mayor resiliencia de algunas economías, que equivale a exaltar su capacidad para soportar la adversidad, en lugar de evitarla; cuáles son esas nuevas fuentes de crecimiento y en favor de quién operan en una economía global cada vez más desigual.
Como reflejo de la experiencia nacional de desarrollo de China, el comunicado de Hangzhou subraya, más que la estabilidad, la necesidad del crecimiento de la producción. Recomienda adoptar la innovación como elemento clave del esfuerzo de identificar nuevos motores de crecimiento para las economías nacionales y para la mundial en su conjunto. Este énfasis contribuirá también a la creación de puestos de trabajo más productivos y mejor remunerados. Es bienvenida esta mayor insistencia en el fomento de la economía real, olvidada en ocasiones por el G-20 en aras de la muy sobrevalorada estabilidad financiera.
En su gira de despedida por Asia, Barack Obama continuó hacia Laos: un país en el que los niños se siguen tropezando con bombas no detonadas dejadas caer por Estados Unidos durante la guerra de Vietnam, terminada hace casi medio siglo (New York Times, 6/ 9/16). Un acto más de búsqueda de reconciliación. Como se sabe, acudió a la conferencia de la ANSEA en Vientián. Habría en ella un participante incómodo, el señor Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas, émulo del señor Donald Trump en las actitudes y el lenguaje, aunque más letal, hasta el momento. Tras alusiones insultantes en un discurso de Duterte, Obama tuvo el buen juicio de suspender el encuentro bilateral que se había programado. Siempre deseo asegurarme de que las reuniones que celebro sean en verdad productivas, declaró el presidente, según la nota del Times. Lástima que esta reflexión no haya podido ser escuchada una semana antes en Los Pinos.
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