Al bloqueo no lo podemos quitar a voluntad, solo podemos resistir sus destructivos embates, pero aun con lo demoledor de su impacto en todos los órdenes de la vida del país, es imperativo encontrar el modo de crecer y desarrollarnos y para ello debemos pensar cómo motivar a los colectivos y a cada trabajador en todos los ámbitos del metabolismo socioeconómico nacional.
¿Socialismo o capitalismo?
Las crecientes dificultades para hacer avanzar más rápidamente la producción y los servicios, y en momentos en que es notable la escasez, hacen que algunos viren los ojos hacia la bases del sistema socioeconómico del país y soslayando las desventajas de partida de una economía golpeada por el bloqueo y su recrudecimiento y los inevitables avatares del aprendizaje, así como tomando como naturales los logros de la revolución, piensen en el fracaso del socialismo y consiguientemente en el capitalismo como solución, los más -muy probablemente- vislumbren un capitalismo que produzca más y distribuya más o menos como el socialismo, o sea, la cuadratura del círculo.
Este razonamiento no tiene en cuenta otros elementos decisivos, entre ellos que el bienestar no radica solamente en cómo se distribuye lo que se produce, lo cual per se es un dilema a resolver, sino que olvida por completo la importancia que tiene cómo se produce lo que se distribuye.
El capitalismo –en particular en su fase neoliberal y altamente depredadora- no tiene interés alguno en la salud de las personas, en la regulación justa del trabajo, en la solidaridad, en las políticas sociales, en el cuidado del medio ambiente, en la preservación de la naturaleza, acelera y ensancha al máximo las diferencias sociales, genera la inseguridad ciudadana, incrementa la criminalidad, instala un mecanismo que cultiva el consumismo y obliga a trabajar largas horas para terminar endeudando y manipulando de ese modo al trabajador, mientras aquel que no tiene trabajo, no lo tiene no por culpa del sistema, sino porque carece de capacidad competitiva, porque es vago, porque no tiene suerte, etc. Esta realidad es visible en la constante lucha entre los derechos del mundo del trabajo y la tendencia a la que está condenado el capitalismo de acumular ganancias a cualquier costo social. En nuestro entorno se ve en Chile, Argentina, Ecuador, Colombia, Brasil…
Las ventajas sociales que se produjeron en la Europa socialdemócrata y que se enarbolan a menudo como la prueba del éxito de un capitalismo bueno, olvida dos circunstancias decisivas: la primera, que el desarrollo de Europa fue financiado en su despegue por la explotación inicua de sus colonias en Asia, África y América; la segunda, que los avances sociales no lo fueron por las bondades del sistema, sino por las luchas obreras unidas a la necesidad del enfrentamiento al socialismo en el Este del continente, avances que han retrocedido abruptamente tras la desaparición del socialismo en esa parte del mundo y la profundización de las fórmulas neoliberales. Quedaron con un mejor blindaje económico algunos países nórdicos, que suelen presentarse como modelos del futuro esperado cuando son solamente excepciones. Mientras, el capitalismo no es el mismo para los países del “centro” y para los de la “periferia”.
Puede ser que en Cuba con una economía capitalista dependiente y a un costo social y ecológico impredecible, las cifras del PIB del país acusen un crecimiento incluso notable. Pero es sabido que el comportamiento del PIB no revela toda la verdad de una economía, ni es posible afirmar que crece el PIB y todo mejora para todos. En cualquier caso, de preguntarse de quién sería ese crecimiento, a quién pertenecería, la respuesta no será la que podemos dar ahora cuando hablamos del producto social de nuestro país: a todos nosotros, sino a un rosario de intereses foráneos y nacionales que no tendrán vocación alguna para redistribuirlo con justicia social mientras lo que hoy nos pertenece a todos a todos estará fragmentado y repartido como propiedad privada entre esos intereses.
Ese crecimiento saldrá del sudor de los trabajadores, de la riqueza de nuestras tierras cultivables, de la gigantesca inversión durante décadas en el sistema hidráulico del país, de la potencialidad del sistema de producción de energía, de las riquezas minerales del subsuelo, pero se repartirá con el criterio que reparte el capitalismo habitualmente. Sí, naturalmente, se llenarían las vidrieras de los más disímiles artículos, tanto necesarios como suntuarios, la publicidad se afanará en hacer necesitar a la gente lo que no les hace falta, y el comercio funcionará para una muy estratificada demanda solvente que irá en una relación piramidal desde el lujo obsceno hasta los que quedarán totalmente marginados. Se trasladarían a nuestra realidad las enormes desigualdades que el capitalismo ha generado en el planeta, ante las cuales las que tenemos hoy en Cuba palidecerían.
Puede argumentarse con razón que el crecimiento del PIB, casi cero el pasado año y esperado muy discreto el presente, demora en verse satisfactoriamente en la mesa del cubano y que no todos pueden acceder a la oferta de mayor calidad que hay en el mercado, pero eso no significa que no haya justicia social en Cuba ni que una economía capitalista dependiente nos asegurará un país mejor para todos.
Lo cierto es que en una hipotética restauración del capitalismo, en la que grandes sectores de la población quedarán sin empleo y desprotegidos, crecerán vertiginosamente las diferencias sociales, cerrarán muchas escuelas y universidades porque al mercado no le interesan tantos graduados, empobrecerán ciudades y las zonas agrícolas que no tengan interés para las ganancias, y las políticas sociales se irán a bolina, el país será finalmente repartido alegremente entre las trasnacionales y los intereses que se hayan creado en Cuba: una historia conocida.
El crecimiento de la desocupación, de la desigualdad, de la pobreza traerá el crecimiento de la delincuencia, la drogadicción, la violencia, la inseguridad ciudadana, que entonces ya no serán explicadas por el mundo simbólico dominado por esos intereses como algo causado por el sistema social, sino por la incapacidad de salir delante de los pobres y por la maldad de la naturaleza humana. Los patrones del modo de vida del capitalismo tardío, el consumismo, la insolidaridad, el individualismo y el egoísmo empobrecerán nuestra cultura. Volverán el pluripartidismo estéril y demagógico, la politiquería, el clientelismo, la corruptela que vivió el país en el pasado pre-revolucionario, que serán glorificados como democracia y libertad. La gran prensa dominada por las trasnacionales de la información hablará maravillas de “la nueva Cuba”, de las libertades conquistadas, de lo mejor que marcha todo, etc.
El cambio que traería el capitalismo no es simplemente económico. Del mismo modo que la revolución socialista produjo una transformación integral que abarcó la economía, la política, la cultura, la comunicación, la ética, las relaciones entre las personas, de las personas con el gobierno, el cuidado de la naturaleza y del medio ambiente, etc., una eventual restauración capitalista retrotraería esas transformaciones hacia el pasado, pero en un presente aún más desastroso para el pueblo cubano, en el que se culparía de todos los males a la “pesada y perversa herencia socialista” escondiendo de ese modo sus propias calamidades, mientras se depredará sistemáticamente al país.
No existirá plan alguno que responda a los intereses del pueblo. Lo que ocurra en materia económica dependerá exclusivamente de la ganancia y de los intereses de quienes invertirán su capital en Cuba. La prensa escrita ampliará sus páginas y reducirá su tirada, ampliará su publicidad y empobrecerá la información. La publicidad comercial invadirá la programación radial y televisiva, el cine y las calles. La agenda la pondrán quienes se apropien de los medios que hoy son de propiedad social. Se glorificará la libertad de prensa pero los comunicadores cobrarán si no se salen de las pautas que pongan los dueños. Los medios dejarán de estar al servicio de la obra común de construcción social y cultural y pasarán al servicio de los intereses corporativos El país se fragmentará, al ciudadano común no le quedará más que refugiarse en el entorno familiar, en el grupo de amigos y en la divina providencia.
Asumir un metabolismo socioeconómico capitalista suponiendo que nuestra pequeña economía podrá resistir los embates del capital foráneo, particularmente los de las transnacionales, bajo el supuesto que la superestructura política que tenemos hoy sustentada en la unidad nacional se logre mantener y resistir sin la base económica del predominio de la propiedad social que es sustento de la planificación en la distribución del producto social, es pura ingenuidad.
Vemos hoy ejemplos de cómo el capital transnacional trata a los países de la “periferia”, la pelea que se puede observar en ellos es una y otra vez el regreso de fórmulas neoliberales subordinantes y esclavizadoras a las que los pueblos se resisten a costa de enormes sacrificios de las grandes mayorías afectadas, constantes luchas sociales y pérdida de vidas humanas. En esa nos veríamos los cubanos de asumir la utopía de una salvación capitalista.
La gran mayoría es consciente
Es precisamente la conciencia del significado del regreso al capitalismo lo que condujo el pasado año a la aprobación notoriamente mayoritaria de la nueva constitución de la República Socialista de Cuba porque implica su no aceptación, a la vez que reconoce la necesidad de lidiar con las relaciones mercantiles para salir del bache económico aun en medio del recrudecido bloqueo económico de los EEUU.
Por ello el proceso revolucionario en esta etapa de reinstitucionalización continúa dando importantes pasos hacia cambios trascendentales en el metabolismo socioeconómico. Hoy tenemos una economía mixta, ha crecido sustancialmente el sector privado y hay una mayor apertura responsable al capital extranjero, mientras se mantienen aun jaqueadas por las carencias materiales las tradicionales políticas sociales de la revolución y en algunos casos, como el de la vivienda acusan un insuficiente aún, pero notable crecimiento. Prueba de la capacidad de lo alcanzado hasta hoy es precisamente que a pesar de la ingente guerra económica de los EEUU contra el país, el pasado año el PIB no decreció y para este se proyecta una situación similar, probablemente algo mejor que el pasado año en materia de crecimiento. Nada para festejar, pero sí para cobrar conciencia de nuestras potencialidades.
Están pendientes otros cambios estructurales, organizativos y normativos de mayor envergadura y cada vez más urgentes que logren sintonizar mejor la interrelación de los diferentes factores que intervienen en el metabolismo socioeconómico. Entre ellos resolver el problema de la doble circulación monetaria instaurada a finales del pasado siglo y ya sobrepasada por la realidad, una más amplia reforma salarial, medidas más eficientes en la seguridad social, la ampliación de las facultades de las empresas que faciliten la creatividad y la iniciativa, alcanzar la eficiencia en la planificación desde abajo.
No se saldrá del enorme desafío socioeconómico sin la mayor disciplina y el mayor rigor en la exigencia del cumplimiento de las leyes que han emanado y emanarán de la nueva Constitución, no se saldrá sin el enfrentamiento decidido a la corrupción ni sin una participación activa en el proceso de transformaciones que hoy tiene lugar en Cuba. Debemos asumirnos no como simples ejecutores en la sociedad socialista que implica y postula nuestra constitución, sino sintiéndonos parte de las soluciones, exigiendo y practicando su participación en las decisiones a las que tenemos pleno derecho, a la vez que desplegando su creatividad e iniciativa en el lugar en el que desempeñamos nuestra vida laboral y social. Eso significa luchar contra las trabas burocráticas, contra la vieja mentalidad de esperar las orientaciones de arriba, contra la corrupción de cualquier tamaño, contra el soborno, contra las justificaciones engañosas, contra la inercia.
Los cambios en curso, dirigidos a empoderar a los municipios, a los colectivos laborales, a las bases de la sociedad implican una mayor responsabilidad y participación de la ciudadanía y que ejerza su derecho a que su opinión y voto se oigan y consideren.
Los desafíos que en el orden económico, institucional y cultural tiene hoy la sociedad cubana en su empeño de avanzar hacia un país mejor exige un ciudadano que no solo esté comprometido con ese futuro, sino que sea un activo participante del proceso, eso significa no solo que sea cabal cumplidor de sus deberes sino también que exija que se respete su papel participativo, que no lo sustituyan en su derecho a decidir, así como a criticar y a vetar lo que considere deba ser criticado o vetado.
Tenemos los mismos derechos, pero no las mismas capacidades
La experiencia histórica de la revolución socialista cubana ha demostrado que en las actuales realidades culturales y psicosociales, el igualitarismo solo es admisible en terrenos indiscutibles como el de la educación, la salud pública y la seguridad social básica, lo que podríamos llamar un igualitarismo positivo, ya que responde a los principios humanistas del socialismo cubano a la vez que asegura el desarrollo sano del conjunto de la población y con ello el aseguramiento de sus potencialidades para el crecimiento y el desarrollo. Esas correctas políticas sociales el socialismo no las ve nunca como un gasto sino como un derecho universal del pueblo, como justicia social y de últimas como una inversión a largo plazo.
Pero hay un igualitarismo negativo, el que desconoce las diferentes capacidades individuales y conduce a la desmotivación.
La aceptación de las relaciones mercantiles expondrá con mayor nitidez –ya lo hace- las diferentes capacidades que revelan los ciudadanos, pero hay una gran diferencia entre la motivación al emprendimiento y el esfuerzo individual en una sociedad con una orientación socialista de la construcción social que privilegia la cooperación, y la motivación que genera el capitalismo, que conduce al egoísmo, al afán de lucro, a la competencia desleal, y que termina con los que más tienen dando las espaldas al país y asociándose con los intereses del capital internacional.
Para que tal cosa no suceda, tiene que existir un Estado al servicio de la sociedad en su conjunto, que base su economía en el predominio de la propiedad social socialista y en la planificación, dotado de leyes que den contención a las proyecciones nocivas del mercado, cuyo sistema político esté el servicio de todo el pueblo trabajador, un Estado nada permisivo con las conductas antisociales, la indisciplina social, cuya exigencia y vigilancia del cumplimiento de las normativas legales represente a toda la sociedad, que dirija su accionar hacia el empoderamiento creciente de la sociedad en todos sus planos. En otras palabras, el Estado que fue codificado en la ley de leyes aprobada el pasado año. Pero también se requiere una ciudadanía proactiva, consciente de sus deberes y derechos.
Está en marcha un proceso general de reordenamiento estructural que procura la articulación eficiente de las actividades socioeconómica, organizativa, jurídico-normativa e ideológica política a partir de la cual se deberá normalizar el metabolismo social. Un proceso que muchos quisieran que se realizara a mayor velocidad, pero que requiere su tiempo y sobre todo la participación activa de toda la ciudadanía.
Este es un año particularmente retador. Abordar el desafío que presenta al país requiere además prever eventuales contingencias climatológicas frecuentes en nuestras latitudes caribeñas. Nunca como hoy la nación cubana necesita mantener la unidad necesaria para garantizar los cambios estructurales estratégicos imprescindibles preservando la independencia, la soberanía nacional y la justicia social.
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