Los republicanos siempre han pronosticado un desastre con las políticas progresistas y nunca han acertado
El candidato demócrata Joe Biden, durante un mitin en Pennsylvania.ALEX WONG / AFP
Gracias a los gritos y a las continuas mentiras de Donald Trump, el pasado martes no hubo un verdadero debate político. Pero sí escuchamos algunas aseveraciones generales —y como era de esperar, falsas— sobre política económica. Joe Biden declaró que sus planes de gasto y fiscalidad crearían millones de puestos de trabajo y fomentarían el crecimiento económico. Trump afirmó que destruirían la economía.
Pues bien, todo lo que sabemos da a entender que Biden estaba en lo cierto y Trump se equivocaba. Y no soy el único que lo dice. Analistas independientes como Moody’s Analytics y los economistas de Goldman Sachs, a quienes no se puede tachar precisamente de socialistas, están muy entusiasmados con las propuestas de Biden.
Pero antes de entrar en eso, un poco de historia. La percepción generalizada es que a los republicanos se les da mejor gestionar la economía que a los demócratas. Pero eso no es ni mucho menos lo que dicen los archivos. Sí, Ronald Reagan presidió un periodo de expansión económica prolongada; pero también Bill Clinton, y la prosperidad de Clinton fue más duradera y mayor. La economía sumó muchos puestos de trabajo durante el mandato de Trump hasta que golpeó el coronavirus, pero ese aumento no representaba más que la continuación de una expansión que empezó con Barack Obama. Y esos fueron los tramos buenos. Los dos Bush presidieron periodos con unos resultados económicos realmente malos.
Los republicanos llevan también mucho tiempo afirmando que las políticas progresistas conducen al desastre económico. Y se han equivocado siempre. Estaban equivocados respecto a las subidas de impuestos: cuando Clinton los subió en 1993, los republicanos predijeron que se produciría una recesión, pero lo que experimentamos de hecho fue una enorme expansión. Cuando California subió los impuestos durante el mandato de Jerry Brown, la derecha lo tachó de “suicidio económico”; una vez más, la economía creció.
También se equivocaron respecto a los programas sociales. El Partido Republicano insistía en que la ley sanitaria de Obama destruiría millones de puestos de trabajo. Uno entre las docenas de intentos de revocar la Ley de Atención Sanitaria Asequible se llamó de hecho “Revocación de la ley sanitaria que mata el empleo”. Pero en los seis años que siguieron a la plena entrada en vigor de la ley, en enero de 2014, la economía creó casi 15 millones de nuevos puestos de trabajo. Y no olvidemos el otro lado: las muchísimas veces que los republicanos prometieron que rebajando los impuestos a los ricos se produciría un milagro económico, promesas que nunca se cumplieron. Hay una razón para que los conservadores no paren de hablar sobre los tiempos de prosperidad de Reagan, hace tantísimos años; es el único ejemplo que tienen que parece respaldar su ideología económica (no lo hace, pero ese es otro tema).
Ahora bien, una cosa es decir que las políticas progresistas no son el desastre del que hablan los conservadores, y otra, sostener que el plan de Biden fomentaría de hecho el crecimiento. ¿Por qué entusiasman tanto sus propuestas a Moody’s y a Goldman Sachs? ¿Y por qué comparto yo su optimismo? En primer lugar, veamos los antecedentes. Incluso antes del coronavirus, las buenas cifras del empleo podían esconder una debilidad económica subyacente. Desde hace al menos una década, vivimos en un mundo de exceso de ahorro: la cantidad que el sector privado ahorra supera persistentemente a la cantidad que gasta en inversión real. Esta saturación de ahorros se refleja en los bajos tipos de interés, incluso cuando la economía es fuerte.
A su vez, los bajos tipos de interés limitan la capacidad de la Reserva Federal para luchar contra las recesiones, razón por la cual Jerome Powell, el presidente de la Reserva, ha pedido más estímulo fiscal.
En el mundo actual, por lo tanto, lo que queremos de hecho es que el Estado incurra en déficits presupuestarios para dar uso a ese exceso de ahorro. Pero también queremos que esos déficits sean productivos, para potenciar la inversión y fortalecer la economía a largo plazo. La bajada de impuestos de Trump en 2017 no superó esa prueba. Aumentó el déficit presupuestario, pero el principal impulsor de esos números rojos —una enorme rebaja del impuesto de sociedades— fracasó estrepitosamente a la hora de producir el aumento de la inversión empresarial que habían prometido.
El plan de Biden eliminaría ese recorte del impuesto de sociedades, sustituyéndolo por programas de gasto con probabilidades de rendir mucho más por cada dólar invertido. En concreto, buena parte del gasto se dedicaría a infraestructuras y educación, es decir, gastos destinados a fortalecer la economía a largo plazo, además de estimularla en los próximos años. Cuando Moody’s introdujo este programa en su modelo, concluyó que a finales de 2024 el PIB real sería un 4,5% más que si se continuaran las políticas de Trump, y que eso se traduciría en siete millones de puestos de trabajo más.
Ahora bien, un modelo es solo un modelo, y los economistas se equivocan a menudo en sus predicciones (aunque algunos estamos dispuestos a reconocer nuestros errores y a aprender de ellos). Pero si intentan valorar las afirmaciones económicas de los candidatos, deberían saber que las predicciones de Trump sobre el descalabro económico que Biden causaría carecen de credibilidad, no solo porque Trump miente respecto a todo, sino porque los republicanos siempre han predicho que las políticas progresistas causarían un desastre y nunca han acertado. Y deberían saber también que las afirmaciones que hizo Biden acerca de que su plan daría un importante impulso a la economía están bien fundadas en la ciencia económica convencional y respaldadas por análisis independientes y no partidistas. De modo que las afirmaciones económicas de Biden son, efectivamente, creíbles; las de Trump, no.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2020. Traducción de News Clips
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