Todo ser humano es por definición irrepetible, mas hay hombres como el Comandante Manuel Piñeiro Losada que lo son de modo especial. Quienes tuvimos la suerte de encontrarnos con él en alguna senda de nuestras vidas, tenemos la satisfacción de poder ofrecer testimonios, informaciones y pareceres, con el ánimo de develar facetas y secretos de su legendaria existencia, que tan silenciosamente debió y supo mantener tras el don de su sonrisa.
Se han
exaltado atributos suyos como la entrega plena a los deberes
revolucionarios desde la guerra de liberación y su capacidad para ejecutar con
soltura y eficiencia importantes tareas solidarias de la Revolución, lo que
incluye conocer antes que nadie los detalles del acontecer diario en el campo de sus
responsabilidades.
Coincido
además con quienes destacan que Piñeiro era un hombre con un pensamiento de
largo alcance. Influía sin dictar cátedra, mediante hechos y anécdotas que
narraba con vivacidad y explicando con argumentos sus ideas, sustentadas en valores
revolucionarios, sin ataduras dogmáticas ni compromisos burocráticos.
Las
raíces suyas son auténticamente cubanas y supo injertar en su mente la teoría
marxista y la cultura universal, en
armonía con la savia martiana, fidelista
y guevarista. Fue un marxista auténtico y por eso mismo en él no hicieron mella
los manuales soviéticos, ni ciertas “verdades” abrumadoras procedentes de
aquella fenecida potencia, que algunos dirigentes en Cuba y sobre todo de otros
países, entonces aceptaban acríticamente.
II
Ejemplo de consagración a los quehaceres de la Revolución, asumía el trabajo con fruición, cual si fuese una diversión cotidiana. Estar mejor informado que nadie en su sector de responsabilidad y conocer a fondo otros temas nacionales e internacionales, no era vanidad, afán protagónico o ansia de poder: en ello radicaba una clave para contribuir a la solidaridad con las fuerzas revolucionarias y progresistas, para dirigir mejor a nuestro equipo y, en consecuencia, ser más útil al pueblo y a la dirección del Partido.
Su
complexión ética incluía un formidable sitial para la amistad. Identificaba con
rapidez las cualidades de quienes
conocía y también veía con sagacidad las intenciones ocultas, si estas
existían. Era comprensivo con los subordinados –a veces incluso en exceso–, y a
la vez muy exigente, en especial con los de mayor responsabilidad. Afable y
generoso, a la par no hacía concesiones
a quienes siquiera de modo no deliberado
coquetearan con los enemigos de la Revolución.
Tenía
cientos de afectos en muchos lugares del
orbe, con gente de disímiles colores
políticos, creencias religiosas y posturas ideológicas. Pero distinguía los
signos entre tan variados nexos y no admitía flaquezas éticas o políticas, en
quienes teníamos la responsabilidad de mantener la atención directa de esos
vínculos.
Conversador
versátil y ameno, sabía adecuarse a su contraparte y obtener de ella el máximo,
a la vez que ofrecía de sí todo aquello que consideraba de interés y
pertinente. Escuchaba con humildad y paciencia a sus interlocutores y le
gustaba ejercitar la imaginación, discutir variantes y sopesar alternativas, haciendo énfasis en
identificar las peores opciones para desecharlas –de ser posible– o prepararse
para encarar sus consecuencias, en caso de ocurrir.
Fue
muy cuidadoso en emitir juicios que lo involucraran en los ámbitos internos
de los partidos y organizaciones.
Ofrecía sus criterios sobre temas sensibles cuando se los pedían, siempre con
sumo respeto y tacto para no dañar la unidad
y los ánimos de los luchadores e inculcar aliento. Fue un artífice incansable
del consenso y de la concertación entre
ellos, en cada país y a escala
supranacional.
Defendió
siempre con creatividad y acorde con el momento y la circunstancia de uno u otro país, el criterio de que el
pueblo, las armas y la unidad resultan indispensables para que triunfe una
verdadera revolución. No aceptó jamás
que las derrotas fuesen insuperables, al
contrario, ayudó siempre a extraer de
ellas lecciones para avanzar. Asimismo,
alentó a luchar en todas las situaciones y ámbitos, en la perspectiva
estratégica de conquistar el poder íntegro para
el pueblo.
Siendo
un sincero practicante de la unidad
revolucionaria en Cuba, nunca consideró que dejaría de serlo por expresar de
manera respetuosa sus ideas discrepantes a quien fuere. Actuaba así, persuadido
de que solo de tal modo la unión podía ser
sólida y fértil.
Aunque existieron coyunturas adversas que lo obligaron a introducir adecuaciones, nunca perdió energía en su proceder. Para él no existían situaciones fáciles. Creía que los auténticos revolucionarios deben encarar con entereza aún las más difíciles y buscar cómo hacerlas fructificar, sin subestimar el poderío del imperio y sus sistemas de dominación. Enfatizaba en forma reiterada que ello obliga a forjar sólidas vanguardias y diversas organizaciones sociales de lucha, capaces de generar iniciativas constantes y audaces para acumular fuerzas hacia objetivos mayores, con la mira siempre apuntando hacia la conquista del poder revolucionario.
III
Dentro
de Cuba se opuso con inteligencia y coraje a la copia de ciertos esquemas ideológicos y políticos
tóxicos, importados allende el
Atlántico. La propia existencia del Departamento América, una idea original del Comandante en Jefe
cuando se crearon los departamentos del CC–PCC en 1974, y los conceptos de trabajo y el estilo que Piñeiro le insufló a ese órgano partidista bajo su orientación y la
atención directa de Fidel –como también hiciera en sus anteriores
responsabilidades en el Minint–, representan un legado que lo hará pasar a la
fecunda historia internacionalista de la Revolución Cubana.
En
Piñeiro observo una síntesis de las virtudes de nuestro pueblo, que
forjaron en él una personalidad
imantadora. Por eso hombres emblemáticos de la Revolución y amigos suyos
como Armando Hart, luego de su
inesperada muerte decían que a cada rato necesitaban verlo, para oír sus novedosas informaciones y opiniones, y sonreír con su ingenioso y chispeante humor. A
todos quienes lo admiramos y queremos, Piñeiro nos dejó un vacío afectivo y de
sabiduría irreparable.
También supe que en los días posteriores a su siembra en la historia, estando en su despacho del Consejo de Estado –a donde Barbarroja solía acceder a verlo a menudo– Fidel comentó más de una vez que le parecía que en cualquier momento Piñeiro iba a entrar por la puerta…
IV
Nos
educó en que la fuerza y seguridad de nuestro quehacer solidario, dependía de
esa rigurosa disciplina. Inventaba con cada subordinado un específico sistema
convencional de palabras, un metalenguaje para disfrazar los diálogos
telefónicos y evitar que el enemigo al grabarlos pudiera entender los verdaderos
significados. Lo increíble es que él memorizaba
cientos de sobrenombres de personas e instituciones (no exagero…), casi
siempre inventados por su feraz y simpática imaginación.
Algún
día será útil que puedan sistematizarse sus aportes a las técnicas y
procedimientos de la Inteligencia y a
los métodos conspirativos. Por ahora, rememoro esta máxima suya, que le escuché
más de una vez en su sabio lenguaje
criollo: “Vista larga, paso corto, mucho olfato y no quemar la
fuente. ¿Está claro?”. Con Piñeiro
aprendí el significado cabal del apotegma martiano: “En la política, lo real
es lo que no se ve”…
V
Las
reuniones, en muchas ocasiones extensas y complejas, no disminuían en él la
atención por lo que cada quien decía. Mientras firmaba y leía documentos e
impartía por escrito breves instrucciones en ellos, se levantaba para hablar
por teléfono o realizaba fugaces encuentros con otras personas en una oficina suya contigua, e incluso a veces
en la de su secretaria. ¡Una especie de simultánea de ajedrez!
Algo
muy loable, era el respeto de Piñeiro a los criterios del responsable
directo de la atención de un país, organización, dirigente, personalidad
o asunto determinado. No se dejaba atrapar por formalismos jerárquicos
burocráticos e interactuaba con los subordinados de la base, sin restarle
autoridad a los del nivel medio y siempre lo hacía sin liturgia.
Siempre
fue alérgico a los planes sin sentido
práctico. Recuerdo su burla y rechazo
cuando a principios de los 1980 se nos orientó elaborar un plan de trabajo
directriz hasta el año 2000, que debía anticiparse y descifrar qué estaría
sucediendo en cada país de la región –¡y
del mundo!– veinte años después.
No
desdeñaba el plan por objetivos concretos, en períodos máximos de un año y
desglosados cada mes, aunque se
inclinaba más por entender la coyuntura para tratar de influir en el curso de
los acontecimientos. Y era increíblemente minucioso en cualquier análisis situacional
de un país o circunstancia continental.
En
fin: Más de 35 años de historia contemporánea nuestra americana y de los
Estados Unidos y Canadá.
Esos
“jeroglíficos” y los informes donde Piñeiro los escribía, son evidencias inequívocas de una manera de hacer
política y de practicar el más puro internacionalismo revolucionario que nos
inculcara Fidel, sin excluir insuficiencias
y desatinos nuestros, inherentes a todo quehacer humano.
Siembras,
muchas siembras, cuyas cosechas hasta marzo de 1998 él pudo conocer y disfrutar
–o aprender, las veces que se malograron–, y que en los años siguientes a su
deceso los frutos se hicieron más evidentes, con el inicio de la Revolución Bolivariana y el
avance de fuerzas revolucionarias, antiimperialistas y progresistas en la mayor
parte del continente.
Y
también aprendimos de Piñeiro que las siembras en política se parecen a las
plantaciones: hay que renovarlas y darle atención integral con los métodos que
ya han dado resultados. Y si se adecuan algunos instrumentos y métodos a las
nuevas realidades, o incluso se crean otros, es necesario también mantener la continuidad y
hacer solo las rupturas indispensables, pues las condiciones y prácticas de la
dominación imperial son esencialmente iguales, e incluso exigen mucho más –y
mejor– de lo mismo que movió a los
revolucionarios y los pueblos de esos tiempos.
VII
Al morir el 11 de marzo de 1998 –luego de estrellarse su auto Lada cuando perdió el control por un impasse diabético–, desde hacía siete años no tenía un cargo formal. Sin embargo, en ese lapso no cambió su estilo de vida, ni lo vimos nunca desocupado, ni desanimado. Al contrario. Se movía como nunca antes en nichos habaneros, nos visitaba en las oficinas, y a su casa iban a verlo muchos líderes revolucionarios y otros dirigentes políticos y sociales, al igual que periodistas, teólogos, pensadores, científicos sociales, artistas y diferentes personas. Era referencia imprescindible si queríamos saber qué estaba sucediendo en cualquier rincón de nuestra América, también sobre asuntos cubanos, más allá de la noticia y de las interpretaciones comunes.
Hasta
el Papa Juan Pablo II lo recibió de modo personal en la sede de la Nunciatura,
cuando visitara Cuba en 1998, porque Piñeiro jugó un papel sui géneris en la articulación de esa
presencia.
En mi
percepción, si algo distinguía a
Piñeiro era su alegría de vivir y el
gusto placentero y cotidiano de palpitar
con la Revolución Cubana y sus múltiples peleas y laureles, de contribuir al triunfo de otras y al avance
de los movimientos emancipadores. De
esas fuentes incitadoras, sacó sus inefables energías y devino leyenda.
Murió
sin cargo, pero con los mismos amigos y amigas de siempre y con nuevos afectos que se sumaron de varias
partes del mundo. Siguió siendo nuestro principal consejero e inspirador,
apoyándonos a todos en el trabajo con la humildad del sabio y la delectación de
un artista.
Fue
quizás en ese período final de su vida en el que mejor mostró su entereza y
lealtad a la Revolución y a Fidel, y su
formidable necesidad de ser útil.
¿Acaso ello no despeja el enigma de verlo dirigirse casi todas las
tardes al edificio del Consejo de Estado, donde se encontraba el Despacho de
Fidel? ¿Cuántas veces su jefe entrañable
observó a Piñeiro abrir esa puerta, en aquellos años de supuesto desempleado?
Duro
como un diamante, no perdió la ternura jamás. Combatiente de innúmeras causas
justas, era usual verlo recoger caramelos en una piñata infantil,
compartir momentos festivos o difíciles con familiares y amigos, entregar amor
y educar a sus hijos Manolo y Camila, y amar en dos momentos hermosos de su
vida a Lorna y Marta.
Así
pues, no es extraño que sigamos
recordándolo íntegro y sin enigmas –como he intentado hoy–, pues las raíces
rojas de sus barbas continúan
incandescentes y su pregunta inevitable cuando nos veía, “¿qué hay de nuevo?”,
seguiremos respondiéndola a gusto, para después escuchar sus consejos y seguir
con él tras nuevas victorias, atraídos por el imán de su optimismo.
Quiso
Marta que yo dijera algunas palabras, por ser la Embajada sede del encuentro.
Observar a Piñeiro en esas imágenes tan humanas me estremeció. De tal modo, que
temí no poder decir lo que deseaba a nuestros invitados venezolanos, quienes sentían que él no pudiese disfrutar con ellos la reciente victoria electoral
de Chávez y el pueblo bolivariano el 6 de diciembre, pues consideraban que también era un triunfo de Piñeiro. Por eso, de repente, aquella noche
me senté a escribir las ideas que fluían una tras otra y apenas
dos horas después terminó la erupción.
En
2004 incluí esas palabras en el libro “Cuba desde Venezuela”, y ahora las he
actualizado. Piñeiro es y seguirá siendo el mismo que recordé entonces, aunque
en verdad he sentido que hoy es más inmenso y nos hace aún más falta. En esta
evocación y en varias otras de sus
compañeros de diferentes jornadas, de conjunto se han ido despejando los
enigmas de Barbarroja y las razones por
las que sigue latiente en nosotros y perdura en las nuevas generaciones.
Más
que leyenda o mito, su vida es un legado
pedagógico de ideas, experiencias, estilo de trabajo y emociones para todo el que pretenda hoy o
mañana en la América nuestra, plantearse
y hacer en serio emboscadas y ataques revolucionarios por todos los flancos al
capitalismo y al imperio.
La
Habana, 5 de marzo de 2021
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