Foto: Lilibeth Valdés
15 febrero, 2016 2 comentarios
Cuando era muchacho, en mi pueblo, Santiago de las Vegas, todos lo niños íbamos a comprar papalotes a la Casa de Govín. Un día, por allá por los años sesenta, los papalotes de la casa de Govín se fueron a bolina, junto con el negocio familiar y una parte de nuestra imaginación.
La estatalización de la economía cubana alcanzó su punto culminante en 1968. Decenas de miles de pequeños negocios fueron estatizados ese año, como resultado inmediato de lo que se denominó “Ofensiva Revolucionaria”. Desde entonces y hasta hace apenas unos años, lo no estatal, en términos de tamaño del sector y de su rol en la economía, se constriñó a algunos servicios de transportación y a una parte de la explotación agrícola.
La historia del sector no estatal, o de los pequeños negocios no estatales, es también una parte indisoluble de la historia moderna de nuestro país y está estrechamente asociada a las condiciones en las cuales tuvimos que sobrevivir y a la manera en que entendimos debía hacerse el socialismo. Esa concepción tuvo una influencia decisiva del enfoque soviético y fue presionada por la guerra económica abierta desde Estados Unidos.
La historia de la relación Estado-negocios no estatales en los últimos 50 años ha sido definitivamente pendular, entre el amor y el odio. Desde prácticamente intentar extirparlo de aquel modelo de economía socialista, en el cual las cooperativas agropecuarias gozaban de un cierto estado de excepción, pasando por su tolerancia a partir de los años ochenta, hasta su aceptación marginada a partir de los noventa como “un mal necesario” y su reimplantación en 2007.
Ese año la situación cambió como consecuencia de la aprobación de los Lineamientos y de aquel discurso del Presidente Raúl Castro donde llamó a “facilitar su gestión [de los cuentapropistas] y no generar estigmas ni prejuicios hacia ellos y menos aún demonizarlos” al tiempo que afirmaba que “esta vez no habrá retroceso”.
Ese llamado se ha cumplido, aunque todavía existan incomprensiones, aprehensiones, resistencias, culturas heredadas, intereses dañados… y sobre todo en un contexto en que todavía nos faltan instituciones adecuadas para regular mejor a estos nuevos actores, conforme a la idea de que se involucren en un proceso de construcción de un socialismo posible, sostenible y próspero.
¿Cómo entender el sector no estatal nacional en Cuba? Visto a grandes trazos, está formado por un sector privado (cuentapropistas y pequeños agricultores junto a los usufructuarios de tierras) y un gran sector cooperativo (cooperativas agrícolas, y las nuevas, de servicios, construcción…).
Este es, a mi juicio, un sector muy diferente en sí mismo tanto por su origen como por el impacto sobre la economía nacional que logran, la propiedad sobre los bienes que utilizan, el empleo que generan, sus relaciones con el sector estatal, los grados de libertad que a cada uno se les ha concedido, y otras razones.
Lo que es común a todos es que son por lo general negocios de dimensiones pequeñas o medianas y también que su grado de protagonismo en temas decisivos es muy variado.
En el sector agropecuario, por ejemplo, las entidades no estatales son determinantes, no solo por su peso en la propiedad o en la gestión de la tierra sino también por generar la mayor parte de la producción de alimentos en el país.
En el sector turístico, lo “no estatal” ha ido ganando tal relevancia que hemos asistido a un proceso de “cambio de mentalidad” casi radical. Allí se ha pasado de considerar a los restaurantes y arrendadores privados cuasi “enemigos” del sector estatal –recordemos aquella disposición que sancionaba a los choferes de ómnibus turísticos que llevaran turistas a un restaurante privado– hasta reconocerlos hoy como aliados y socios en el desarrollo del turismo.
Ese cambio de mentalidad ha redundado en beneficios netos para el sector y para la economía nacional, no solo asociado a los ingresos derivados de la actividad, sino también porque ha contribuido a una mayor diversidad y calidad del producto turístico cubano, con costos (de inversión, por ejemplo) muy bajos para el país y con ganancias incuestionables a escala local.
Gilberto Smith prepara una langosta al café en la cocina de su restaurante Pizza Nella / Foto: Alain L. Gutiérrez Almeida
Sin embargo, la permanencia de restricciones y prejuicios heredados de etapas anteriores impide todavía un aprovechamiento pleno de las potencialidades reales que tenemos en el ámbito de los negocios no estatales.
Un primer ejemplo podría ser la producción de calzado, que hoy sobrevive detrás la fachada de una pequeña producción artesanal, lo cual limita su escalamiento, obstaculiza sus mejoras tecnológicas y le impide su expansión y mejora cualitativa, a pesar de ser un sector que puede contribuir a la sustitución de importaciones e incluso a la exportación.
Lo mismo ocurre con la industria del mueble. La Feria Internacional de Artesanía, FIART, es el mejor ejemplo de cuánto se ha desperdiciado el potencial productivo en este sector; de cuánto es posible hacer en la sustitución de importaciones y de cómo, correctamente incentivados, podrían convertirse muebles cubanos también en fuentes de ingresos por exportaciones. Su trabajo con la industria turística es la mejor carta a su favor.
En la construcción, el éxito de los cooperativas es también incuestionable. Hoteles como el Victoria, en La Habana, han sido testigos y contribuyen a probar cuán positivas han sido las cooperativas de construcción.
Sin embargo, otros ámbitos o profesiones no han tenido la oportunidad de demostrar sus potencialidades en el sector no estatal. Por ejemplo, el de las tecnologías de la información y las telecomunicaciones (TICs), donde, a pesar de las barreras, todos los días algún cubano innovador nos sorprende. No fomentar la creación de pequeñas y medianas empresas no estatales en este sector, donde muchos jóvenes ingenieros formados en Cuba puedan realizarse como profesionales dentro de Cuba, está equivaliendo a incurrir en costos económicos y sociales de gran magnitud.
La apuesta al “Proyecto Futuro”, lo que conocemos hoy como Universidad de las Ciencias Informáticas (UCI) se concretó en varios centros que han formado más de 40 mil jóvenes ingenieros en diferentes especialidades; una parte de los cuales hoy no encuentran el empleo realmente adecuado en el sector estatal.
Mantener restricciones para su asociación en microempresas privadas o cooperativas conduce a que todos perdamos: el país, ellos y su familia, y la pérdida es mayor cuando una parte de esos jóvenes decide emigrar y probar suerte en otros países.
El costo de no tener una política productiva suficientemente coherente hacia la pequeña y mediana empresa no estatal nacional ha sido muy alto, aun cuando no existan cifras calculadas.
Su ausencia es paradójica, sobre todo porque mantenemos una política de apertura hacia la inversión extranjera directa y hacia empresas comerciales extranjeras en el país (una parte de ellas, pequeñas y medianas) que han crecido y se han consolidado en Cuba gracias a la calificación de la fuerza de trabajo nacional y a que sus potenciales competidoras no estatales cubanas han estado “apartadas” de aquellas posibilidades.
¿Son acaso mejores, en término de habilidades gerenciales y capacidad para convertir oportunidades en buenos negocios los empresarios privados extranjeros que nuestros empresarios, privados y estatales? No lo creo.
¿Por qué no promover nuevas formas de propiedad y gestión donde el empresario no estatal nacional, el Estado y empresarios internacionales compartan su participación en nuevos negocios?
Si queremos que nuestro país sea un país próspero, necesitamos que ese conjunto de personas emprendedoras y calificadas que es el producto del esfuerzo de todo el pueblo de Cuba durante todos estos años, encuentre en su país los incentivos suficientes para realizarse y crecer.
Después de cinco años de implementación de los Lineamientos, los resultados en las actividades aprobadas para el ejercicio no estatal avalan el experimento y argumentan la necesidad de su extensión hacia otros segmentos productivos de mayor complejidad y calificación.
Nos hace falta aquella cuchilla que cortó las amarras del papalote de la canción de Silvio, pero esta vez para cortar las ataduras a la inteligencia, la imaginación y las ganas de hacer de miles de cubanos nacidos y crecidos después de la Revolución.
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