Es aterrador que el cambio climático pueda acelerarse por lo que algunos votantes creen que son
Una cinta transportadora mueve carbón a una central térmica en Wyoming (EE UU). JIM URQUHART REUTERS
Virginia Occidental se decantó mayoritariamente por Donald Trump en noviembre (de hecho, este consiguió casi el triple de votos que Hillary Clinton). Y puede que el motivo parezca evidente: este estado es el corazón de las cuencas carboneras, y Trump prometió recuperar los puestos de trabajo de este sector eliminando la normativa medioambiental del Gobierno de Barack Obama. De modo que, a simple vista, las elecciones de 2016 parecen un reajuste político que refleja las diferencias entre los intereses regionales.
Pero esta historia tan sencilla se viene abajo cuando se analiza la realidad de la situación (y no solo porque la protección medioambiental sea un factor secundario en el declive del carbón). El motivo es que la región del carbón ya no es la región del carbón, ni lo ha sido desde hace mucho.
¿Por qué un sector que ya no genera demasiado empleo ni siquiera en Virginia Occidental sigue cautivando tanto a la región y empujando a sus habitantes a votar mayoritariamente en contra de sus propios intereses?
El carbón impulsó la Revolución Industrial y, hace mucho tiempo, sí que daba trabajo a mucha gente. Pero el número de mineros empezó a caer en picado después de la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo a partir de 1980, aunque la producción de carbón siguiese aumentando. Ello se debía principalmente a que las técnicas modernas de extracción —como la voladura de las cimas de las montañas— requerían mucha menos mano de obra que la antigua minería de pico y pala. El declive se aceleró hace aproximadamente una década, cuando el auge de la fracturación hidráulica volvió más competitivo al barato gas natural.
Así que los puestos de trabajo del carbón hace ya mucho que están desapareciendo. Incluso en Virginia Occidental, el estado más orientado hacia el carbón, ha transcurrido ya un cuarto de siglo desde que dichos puestos representaban el 5% del empleo total.
¿A qué se dedican entonces los habitantes de este estado para ganarse la vida hoy en día? Bueno, muchos de ellos trabajan en la sanidad: casi uno de cada seis trabajadores pertenece a la categoría laboral de "asistencia sanitaria y social".
Ah, ¿y de dónde viene el dinero para esos puestos sanitarios? Lo cierto es que una gran parte procede de Washington.
Virginia Occidental tiene una población relativamente mayor, de modo que el 22% de sus habitantes está cubierto por la asistencia médica gratuita a los jubilados (Medicare), frente al 16,7 % de la media nacional. También es un estado que se ha beneficiado muchísimo de la reforma sanitaria del presidente Obama (Obamacare), ya que la población sin seguro médico se ha reducido del 14% en 2013 al 6% en 2015; este avance se ha debido sobre todo a la gran ampliación de la cobertura médica gratuita (Medicaid).
Es cierto que el país en su conjunto financia estos programas sanitarios mediante los impuestos. Pero un estado más envejecido y pobre como Virginia Occidental recibe mucho más de lo que aporta (y no se habría beneficiado de casi ninguna de las rebajas de impuestos que Trumpcare habría prodigado a los ricos).
Ahora piensen en lo que el trumpismo supone para un estado así. La supresión de la normativa medioambiental podría servir para recuperar unos cuantos trabajos en la minería, pero no muchos, y en cualquier caso, la minería no es primordial para la economía. Por otro lado, el Gobierno de Trump y sus aliados acaban de intentar sustituir la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible. De haberlo logrado, las consecuencias habrían sido catastróficas para Virginia Occidental, por el recorte drástico de Medicaid y porque se habrían disparado las primas de los seguros de las personas más mayores y con menos ingresos.
Además, no olviden que Paul Ryan lleva mucho tiempo presionando para que Medicare se convierta en un plan de cupones canjeables infradotado, lo que asestaría otro golpe a los estados con muchos jubilados.
Y aparte del devastador efecto para la cobertura, piensen en lo que supondría el ataque republicano contra Obamacare para ese sector sanitario que da trabajo a tantos habitantes de Virginia Occidental. Casi con seguridad, la pérdida de empleo causada por la contrarreforma (llamémosla Trumpcare) habría superado con creces la posible recuperación de puestos en el sector carbonero.
De modo que Virginia Occidental votó mayoritariamente en contra de sus propios intereses. Y no solo porque sus ciudadanos no fuesen conscientes de las cifras, la realidad de los pros y contras para el empleo en la sanidad y en la minería.
Lo sorprendente, como he dicho, es que el carbón ni siquiera es el sector más importante del estado en la actualidad. Los habitantes de la "región del carbón" no votaron para preservar lo que tienen, o tuvieron hasta hace poco; votaron en nombre de una historia que su región cuenta sobre sí misma, una historia que ya no es cierta desde hace una generación o más.
Sus votos a favor de Trump ni siquiera beneficiaban a la región; tenían que ver con el simbolismo cultural.
Ahora bien, el evocar un pasado desaparecido no es ni mucho menos exclusivo de la región de los Apalaches; piensen en los tejanos paseando con sombrero y botas de vaquero por centros comerciales con aire acondicionado. ¡Y no tiene nada de malo!
Pero cuando hablamos de política energética y medioambiental, ya no se trata de una simple afectación cultural. El retroceso en materia medioambiental enfermará y matará a miles de personas en un futuro cercano; a largo plazo, es muy plausible que, si no se actúa contra el cambio climático, la civilización se derrumbe.
Así que resulta increíble, y aterrador, pensar que estemos a punto de llegar a todo eso porque Donald Trump haya conseguido alimentar la nostalgia cultural por ese pasado desaparecido en el que los hombres eran hombres y los mineros cavaban hondo.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía.
© The New York Times Company, 2017.
Traducción de News Clips.
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