Por: Mario Valdés Navia, La Joven Cuba
Desde que la manzana dorada de la discordia provocara la cadena de eventos que dio lugar a la Guerra de Troya, esta fruta no causaba un cataclismo tan grande como el que la venta única de 15,000 manzanas de “La Puntilla” puede llegar a provocar en la circulación mercantil cubana. Al menos, eso es lo que parece cuando el Ministerio del Comercio Interior proclama, a pocos días del publicitado caso, que se estudia la reglamentación de la cantidad de productos que se podrán adquirir de una vez en las TRD, a partir de una lista de 48 productos seleccionados.
Confieso que cuando leí esto los axones se me recalentaron. Ahora sí que no entiendo nada. Es que durante muchos años la población se ha visto obligada a comprar en las TRD mercancías de primera necesidad a precios exorbitantes porque se perdían del mercado normal y cuando se acababan no pasaba nada. Hablo, entre otros muchos, de papel higiénico, desodorantes, detergentes, medicinas y alimentos –y no menciono la ropa y los zapatos porque eso cada vez menos van a comprarlos a las TRD-.
En todo este tiempo, a ninguna autoridad se le ocurrió racionarlas y bajarle los precios para que alcanzara a más individuos y familias. La explicación tecnocrática ha sido que las TRD actúan bajo la ley de la oferta y la demanda y que allí los precios se forman libremente. Todo el mundo sabe que precisamente es lo contrario. Las TRD –a quién van a engañar con ese nombre tan transparente− son un mecanismo típico de los monopolios comerciales burocratizados, donde la oferta estatal se impone sobre la demanda en un mercado cautivo.
Aquí el vendedor puede establecer precios monopólicos expoliadores que poco tienen que ver con el libre juego de la oferta y la demanda. Garantía impuesta como única vía para que tales empresas obtengan una ganancia extraordinaria más allá de la eficiencia y la eficacia de su gestión comercial.
Entonces ahora, cuando los consumidores de “La Puntilla” –que no está en el Reparto Obrero, ni en Alamar− se han quedado sin manzanas por culpa de un acaparador incógnito, aparece la propuesta de racionar las ventas en las TRD. El tema está duro de creer y suscita muchas preguntas: ¿estarán las manzanas a la cabeza de los productos seleccionados?; ¿será una lista de productos suntuosos para regular el consumo de los nuevos estratos medios y ricos?; ¿cuando la libreta de los Pánfilos y familia parecía a punto de extinguirse se anuncia otra para los bolsillos emprendedores?
Realmente, una cosa es pretender regular la venta de un producto y otra es poder hacerlo. Si se apela a una tarjeta tendría que ser para un reparto equitativo, por cuotas, y eso no lo creo posible con los deficitarios productos de las TRD. Entonces ¿cómo se haría? Si no hay cupones que marcar aparecerían los coleros furtivos, que darían vuelta impunemente en la noria de las colas hasta que se acabara el producto. Claro, se podría tomarle el número del carné de identidad a los compradores, como en las hamburgueseras del Período Especial.
No creo que para sacarle el dinero a nuestros hombres y mujeres de éxito se apele a mecanismos de ese tipo. ¿Acaso no sería mejor venderle autos del año a precios mundiales, u ofertarle viajes turísticos por el mundo con paquetes atractivos?, o mejor: ¿por qué no abrirles las puertas de la inversión de capitales en la solución de necesidades de su municipio y provincia, y no preocuparnos tanto porque se les acaben las manzanas en su tienda favorita?
¡Ah, un momento! Se me ocurre probar con un método que data de cuando apareció el comercio en el neolítico. A lo mejor si se le vendiera a comerciantes acreditados (estatales, cooperativos o privados), que paguen impuestos al fisco, cantidades al por mayor de productos a precios intermedios, entonces la gente mala no iría a las TRD a comprar tantas manzanas de un golpe –o desodorantes, papel higiénico, detergentes, etc− para después cargarle esos precios minoristas al costo de producción.
De todos modos, hallo que si la libreta de las TRD ya fue mandada a imprimir al por mayor, de nada servirá esta vieja propuesta. La verdad es que esto de dirigir burocráticamente: el plan y el mercado, la riqueza y la propiedad, el CUC y el CUP, el verticalismo y la participación, se está tornando cada vez más difícil.
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