Alejandro Nadal, La Jornada
En 1992, la Organización de las Naciones Unidas organizó una conferencia cumbre sobre desarrollo y medio ambiente en Río de Janeiro. El resultado tangible más importante fue la firma de la Convención marco sobre Cambio Climático (Unfccc, por sus siglas en inglés). Es el tratado internacional más importante sobre cambio climático. La conferencia de las partes que se lleva a cabo en Katowice, en el corazón de la región productora de carbón en Polonia, es el último episodio de lo que cada vez más se parece a una trágica comedia de errores.
Mientras la comunidad científica publica informes cada vez más alarmantes, los gobiernos de los principales países emisores de gases de efecto invernadero (GEI) pretenden mantener negociaciones serias sobre la forma de evitar la catástrofe final. Las conferencias de las partes de la Unfccc se suceden año tras año sin que se tenga un instrumento confiable para la reducción de emisiones de GEI. La COP24 reunida en Katowice se desarrolla ante un telón de fondo ominoso.
De todas las fuentes de energía, el carbón es la que más GEI produce. Y Silesia, en Polonia, es la principal región productora de carbón en ese país. Así que no sorprende que los delegados puedan contemplar en el vestíbulo del centro de convenciones de Katowice pedazos de carbón desplegados como piezas de arte detrás de llamativas vitrinas. También se puede apreciar una exposición de joyería incrustada en carbón y cosméticos a base de hulla. Los asistentes a la COP24 pudieron también disfrutar de un concierto ejecutado por la banda de mineros del carbón. Los organizadores de la conferencia creyeron que era un buen momento para celebrar la cultura del carbón y las emisiones de gases invernadero.
Al mundo industrializado se le ocurrió otra forma de celebración: en los pasados dos años las emisiones de gases de efecto invernadero han vuelto a incrementarse después de cuatro años de haberse estabilizado. Estábamos mal, pero ahora estamos empeorando. Para confirmar lo anterior, en su discurso de apertura de la COP24, el presidente de Polonia, Andrzej Duda, señaló que su país tiene reservas de carbón para dos siglos. Será difícil no utilizarlas, sentenció.
Cuando se firmó la Unfccc en 1992, nadie preguntó si la estructura y dinámica de la economía mundial permitirían reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Estaban comenzando los años de lo que Greenspan, entonces presidente de la Reserva Federal, llamó la gran moderación, anunciando una época de estabilidad macroeconómica y crecimiento. Mientras se consolidaba el neoliberalismo, se cantaban loas a la globalización.
En 1997 se firmó el Protocolo de Kioto, que estableció un mercado de cuotas transferibles de carbono como mecanismo para reducir las emisiones de GEI. Las fuerzas del mercado eran el nuevo dios y la idea implícita era que la globalización neoliberal conduciría a evitar el cambio climático. El tratado terminó en el fracaso, pero inauguró una senda peligrosa de complacencia y de falsas soluciones.
En aquellos años la economía mundial ya mostraba una desigualdad que sería muy difícil revertir. Debajo de la aparente tranquilidad se estaban gestando las tormentas de una nutrida serie de crisis económicas que mostrarían que la inestabilidad del capitalismo era real. Pero el mensaje no sería escuchado. Todo siguió igual en las negociaciones sobre cambio climático y en otras conferencias de Naciones Unidas sobre los objetivos del milenio o respecto de las metas de desarrollo sustentable. Nadie cuestionaba las distorsiones, desequilibrios, desigualdad y el predominio del sector financiero.
En 2012 se llevó a cabo la conferencia en Río de Janeiro sobre desarrollo sustentable. Se suponía sería la celebración de Río+20. En plena debacle financiera global, el documento final ni siquiera menciona la palabra crisis. Hasta propuso que las inversiones necesarias para alcanzar las metas del desarrollo sustentable podrían provenir del sector financiero. En el colmo del engaño, el documento alardeaba estar basado en un modelo matemático de simulación de la economía global, en el cual ni siquiera se mencionaba al sector financiero.
Hace un mes el banco Credit Suisse (www.credit-suisse.com) dio a conocer su informe sobre riqueza y desigualdad en el mundo. Las cifras son aterradoras: 10 por ciento de habitantes del planeta posee 85 por ciento de la riqueza global. Según el texto, la concentración de riqueza y poder económico no tiene paralelo en la historia: uno por ciento de habitantes del planeta concentra 50 por ciento de la riqueza global. Lo más importante no aparece en el informe de este poderoso banco: las fuerzas económicas desatadas bajo el neoliberalismo son las responsables de esta desigualdad y se están encargando de intensificarla. Son las mismas fuerzas que se oponen a la descarbonización de la economía mundial. Su marco de política económica impide la transición energética hacia una economía alejada de los combustibles fósiles.
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