Santiago Sánchez-Pagés 28-01-2019
Ya sea mediante el uso de videos cortos en clase o la proyección de películas, el uso del cine en la enseñanza en economía se está haciendo cada vez más habitual. Seguramente porque la docencia en general, y en nuestra disciplina en particular, se enfrenta a muchos desafíos. Para empezar, los docentes tenemos que competir con el hiperestimulante mundo de ahí fuera. Después porque, como apuntaba Ariel Rubinstein hace unos años, la economía no suele ser una disciplina vocacional; pocos niños y niñas sueñan con ser economistas de mayores (la imagen que proyecta la profesión no ayuda). Finalmente, tenemos que luchar por que nuestro alumnado sienta que los conceptos que intentamos transmitirles le son cercanos y concretos. El cine puede ser muy útil para ello. De hecho, en varias entradas en este mismo blog, Pedro Rey-Biel nos ha contado cómo pueden usarse clips para enseñar teoría de juegos y ciclos de películas para que nuestros alumnos y alumnas comprendan que la economía nos ayuda a entender mejor el mundo. En ocasiones la relación entre cine y economía está muy clara. Un ejemplo en el caso de La gran apuesta, de la que también nos habló Pedro, o el puñado de series y películas protagonizadas por economistas a las que Planet Money, el estupendo podcast que Gerard nos recomendó en esta entrada, ha dedicado varios audios. Pero la relación entre la economía y el audiovisual es insospechadamente dilatada y fructífera.
Para explorar y mostrar esa relación, llevo unos meses inmerso en la escritura de un libro sobre cine y economía titulado Capital y Trabajo: 50 películas esenciales sobre (la) economía, de próxima aparición en estupenda colección Filmografías Esenciales de la Editorial UOC. El propósito del libro es sencillo: reseñar medio centenar de films fundamentales para entender la economía, como realidad social y como ciencia. Y hacerlo de una manera atractiva, tanto para quienes quieren aprender economía, o sobre la economía, a través del cine, como para quienes les interesa el cine con una temática económica.
Como aperitivo, les dejo aquí la reseña de una película que no estará entre las 50 elegidas pero que creo ilustra muy bien lo que será Capital y Trabajo. Se trata de Jack Ryan: Operación Sombra, que tampoco pasará a la historia del cine, pero que sí contiene una buena cantidad de conceptos económicos. También la he elegido porque, como sabrán si siguen la nueva serie de Amazon sobre este personaje creado por Tom Clancy, Jack Ryan es un economista de formación que trabaja para la CIA identificando flujos financieros sospechosos.
Antes de dejarles con la reseña quiero mencionarles que he creado un diario de trabajos en forma de boletín electrónico en el que voy contando lo que queda del proceso de documentación y escritura del libro. Allí voy hablando sobre mis progresos noticias e incluyendo material adicional. Pero también es una forma de recibir comentarios y sugerencias. Si gustan de suscribirse para estar al tanto de las novedades sobre Capital y Trabajo, pueden hacerlo en este enlace. Y ahora, que comience la proyección.
Jack Ryan: Operación sombra (Kenneth Brannagh, 2014)
Tras el 11 de septiembre de 2001, las agencias de inteligencia norteamericanas acordaron que uno de los puntos clave en la lucha contra Al Qaeda era el cierre de sus fuentes de financiación. Ahogar el flujo de dinero limitaría su habilidad para perpetrar ataques tan grandes como el de las Torres Gemelas. Esta lucha, casi siempre invisible a la población, se libra en los bancos de inversión y en los mercados financieros, instancias ya de por sí opacas y propensas a no preguntar por el origen o el destino del dinero. Y es que como dijo el emperador Vespasiano cuando su hijo le recrimino haber impuesto una tasa sobre la orina, “pecunia non olet”: el dinero no huele.
Ese es el punto de partida de Jack Ryan: Operación sombra, reboot de la saga del personaje creado por el novelista Tom Clancy en los 80 y que fue encarnado por Alec Baldwin y Harrison Ford en los 90, y por Ben Affleck en los 2000. En esta ocasión, Ryan es un prometedor joven norteamericano que estudia economía en la prestigiosa London School of Economics mientras suceden los ataques contra Nueva York. El atentado le empuja a convertirse en marine para defender a su país. Ya desplegado en Afganistán, es herido de gravedad cuando su helicóptero es derribado. A punto está de no volver a caminar. Es entonces cuando llama la atención de un oficial militar agente de la CIA, interpretado por Kevin Costner, que le recluta por su talento para la economía. Ryan completa su doctorado y comienza a trabajar en un banco de inversión en Wall Street. Su misión es investigar cuentas que puedan pertenecer a organizaciones terroristas y reportarlas a sus superiores.
Después de estos minutos bastante aburridos, la trama se pone en marcha con una intriga geopolítica muy del gusto de Clancy: Rusia pierde una votación en las Naciones Unidos en la que aprueba la construcción de un gaseoducto a través del Cáucaso, lo que virtualmente pone fin a su monopolio sobre la distribución de gas natural en Europa. Como el gas ahora es más accesible y barato, el precio del petróleo cae irremediablemente. Y es que estas dos fuentes de energía son lo que en economía se llaman bienes sustitutos: los consumidores pueden usar uno u otro, por lo que cuando uno se abarata, la demanda por el otro se reduce. El problema para Rusia es que el petróleo es una de sus fuentes fundamentales de ingresos. El gobierno ruso entiende que la intervención de Estados Unidos en la votación como un acto de guerra económica así que decide tomar represalias.
Lo esperable es que las inversiones rusas se retiren de Estados Unidos y eso haga caer el valor del dólar. Pero ocurre justo lo contrario. Pese a las predicciones de una guerra comercial entre los dos países, huracanes y una marcha discreta de la economía, el dólar se aprecia. Algo muy extraño porque el valor de la moneda de un país refleja la confianza de los inversores en la fortaleza de su economía. Ryan descubre una serie de cuentas sospechosas que pertenecen al magnate ruso Viktor Cherevin, interpretado por el también director del film Kenneth Brannagh. Esas cuentas contienen enormes cantidades de bonos del tesoro estadounidense, es decir, enormes cantidades de dólares. Con estas órdenes de compra, Cherevin está manteniendo el valor del dólar artificialmente alto. Es lo que en la jerga macroeconómica se denomina una esterilización externa. El propósito ultimo de Cherevin es coordinar la venta masiva de dólares en los mercados internacionales con un ataque terrorista en suelo norteamericano. En la crisis financiera resultante (el índice Dow Jones de la Bolsa de Wall Street cayó un 7% tras abrir seis días después del 11-S), el dólar colapsaría hasta reducir la economía estadounidense a cenizas.
Esta conspiración rusa para acabar con la economía norteamericana ya aparecía en La Compañía, la novela de Robert Littell adaptada para la televisión como miniserie en 2007. En Jack Ryan: Operación sombra el ataque terrorista es llevado a cabo por agentes durmientes que posan como una falsa familia de emigrantes rusos, lo que recuerda inevitablemente a la trama de The Americans (2013-18). Y es que el principal problema de este reboot del personaje de Clancy es que, más allá de su formato de tecno thriller económico, es pura fórmula, una mezcolanza blanda y poco memorable de lugares conocidos.
Los rusos, como villanos de la función, son retratados dentro de los más estrechos estereotipos. Antes de partir a Moscú, el jefe de Ryan en el banco le dice “Eso el Salvaje Oeste. Los rusos aún están muy ideologizados. Pero su nueva ideología es el dinero.” No cabe duda de que Brannagh se lo pasó muy bien interpretando al malvado Cherevin, pero su retrato de un doliente, pasional y mujeriego oligarca es puro cliché. También es sangrante el rol al que se relega al personaje de Keira Knightley, que interpreta a la novia de Jack Ryan, que pasa la primera mitad de la película preocupada de que este tenga una amante para pasar a ser una damisela en peligro, un florero con poco más que hacer que gritar y hacer pucheros. Es necesario esforzarse mucho para suspender la incredulidad durante el último acto en el que Ryan y la CIA pugnan por desarticular el ataque y detener al agente responsable. Todo lo que sucede es disparatado e ilógico y para colmo concluye con la típica bomba con reloj en cuenta atrás.
Una de las virtudes que hicieron a Jack Ryan popular en el interregno que discurrió entre el James Bond de finales de los 80 y Jason Bourne en los primeros 2000 fue la de aunar humanidad con estilización. Ryan no era un seductor ni un violento sino más bien un analista y hombre de familia, que sin embargo se movía en las tecnificadas y glamurosas bambalinas del poder. Por no ser demasiado negativo, hay que reconocer que Jack Ryan: Operación Sombra conserva algo de ese poso. Lo mejor de la película es la impresionante escena de la lucha en la habitación de un hotel contra el esbirro enviado a acabar con Ryan a su llegada a Moscú y los naturales remordimientos que el personaje -bien interpretados por Chris Pine- siente después de haberse visto obligado a eliminarlo (con sumo esfuerzo). Todo lo demás es mediocridad disfrazada de excelente factura técnica.
Santiago Sanchez-Pages es profesor de economía en el King's College London. Doctor por la Universitat Autónoma de Barcelona, sus áreas de investigación son muy variadas: desde la economía política y la economía del conflicto a la economía experimental y la economía de género.
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