LA HABANA. Desde el triunfo de la Revolución, uno de los objetivos de la política norteamericana fue drenar a Cuba de la fuerza de trabajo calificada que requería el buen funcionamiento de la economía. Decenas de miles de profesionales y técnicos emigraron, en buena medida, alentados por las ventajas excepcionales que les ofrecía esta política, lo que obligó a un esfuerzo educacional monumental para suplirlos.
Paradójicamente, a la vez que este esfuerzo enriqueció el capital humano del país, hasta el punto de convertirlo en uno de sus principales activos económicos, creó bases objetivas para la reproducción constante de los flujos migratorios, que hoy afectan diversos renglones de la vida económica y social de la nación. Aunque la emigración, al menos en los volúmenes y composición actuales, constituye un costo para el país que no puede ser plenamente compensado por otras vías, es innegable que los emigrados contribuyen de diversas maneras a la economía cubana y pudieran hacerlo mucho más si se crean las condiciones adecuadas para ello.
En primer lugar, como ocurre en muchos países emisores de migrantes, lo hacen mediante las remesas. La mayoría de los estimados coinciden en que Cuba recibe unos 3 000 millones de dólares anuales por este concepto, el 68 por ciento procedente de Estados Unidos. Aunque el cálculo de las remesas y su impacto real en la economía siempre es engañoso por la forma en que circula este dinero, no caben dudas de que constituye un ingreso importante de capital fresco, una parte del cual va destinado a la inversión en los negocios privados que se desarrollan en el país.
Por estar destinadas al bienestar de sus familias en Cuba, las remesas tienen un componente moral que trasciende el aspecto económico y reproducen una conexión muy sólida con su país de origen. Las remesas no constituyen una limosna, sino un ingreso legítimo para Cuba, un país que ha aportado como pocos a la preparación de sus migrantes y está en pleno derecho a diseñar políticas, que posibiliten algún nivel de recuperación de esta inversión de toda la sociedad cubana.
A las remesas en efectivo, habría que agregar las que llegan al país en calidad de envíos de mercancías, calculado en otros tres mil millones de dólares anuales, los cuales también sirven en ocasiones para el desarrollo de negocios particulares. Aunque aceptadas a regañadientes por el gobierno cubano, dado que se considera que alteran las reglas establecidas para el funcionamiento del mercado, estas remesas ayudan a satisfacer necesidades de la población, contribuyen de manera directa al presupuesto estatal mediante el cobro de las tarifas aduanales y, en muchos casos, constituyen una violación masiva del bloqueo económico impuesto por Estados Unidos al país.
Otro aporte relevante de los emigrados a la economía cubana es el que se realiza por medio del turismo y las visitas familiares. Según datos del gobierno cubano, en lo que abarca el último quinquenio, más de un millón de emigrados han realizado 4,6 millones de visitas al país. Solo en el año 2019 se produjeron 624 mil visitas, el 70 por ciento procedente de Estados Unidos, lo que convierte a la emigración en el segundo emisor de turistas a Cuba. Esto, a pesar de que el excesivo costo de los pasaportes y otros trámites consulares, limita el incentivo y la posibilidad de un incremento de estos viajes.
Más de 50 000 emigrados han solicitado reasentarse en el país en los últimos años. Por lo general, estas personas no constituyen una carga social, sino que regresan a Cuba con sus ahorros y pensiones, por lo que contribuyen a la economía nacional de diversas maneras, ya sea mediante el consumo personal y familiar o la promoción negocios privados.
El aporte de los emigrados también se concreta muchas veces en el pago de las comunicaciones de personas residentes en Cuba y en el financiamiento de sus visitas al exterior, que en el último quinquenio superó los cuatro millones de viajes, a pesar de que Estados Unidos prácticamente redujo a cero esta posibilidad desde 2017, con la excusa de los cuestionados ataques sónicos a sus funcionarios.
Hasta ahora, no creo haber descubierto algo que no haya sido tratado antes por otras fuentes, en realidad mucho se habla de las ventajas económicas de Cuba en sus relaciones con la emigración. Sin embargo, un aspecto menos difundido es lo que gana la economía norteamericana, en especial ciertos negocios radicados en el sur de la Florida, en su mayoría propiedad de cubanoamericanos, gracias a los vínculos de los emigrados con la sociedad cubana.
Tal parece que nadie quiere enterarse de esto, es un tema escasamente tratado por la prensa norteamericana y apenas existen estudios publicados respecto al impacto del mercado cubano en la estructura económica del sur de la Florida, a pesar de que involucra actividades millonarias, que se desarrollan de manera pública, incluso con altos niveles de publicidad comercial. No obstante, la realidad es tan evidente que no se requiere de muchas averiguaciones para calcular su envergadura.
Con altas y bajas, condicionadas por el estado de las relaciones entre los dos países, estos servicios y operaciones comerciales movilizan miles de millones de dólares y proveen cientos de empleos en un mercado donde están incluidas líneas aéreas, cruceros, agencias para trámites, bancos, abogados, tiendas especializadas para los envíos a Cuba, farmacias, empresas de comunicaciones, incluso funerarias que se encargan de enterrar a un pariente en Cuba.
Cada emigrado que visita Cuba o cada cubano que visita Estados Unidos es un cliente de esta infraestructura. También ahí se queda una parte de las ganancias por el envío de remesas, las mercancías o las llamadas telefónicas. Un emigrado que invierte en un negocio en Cuba no lo hace exclusivamente por caridad, sino porque además le resulta conveniente a sus intereses, y esto pudiera crecer mucho más, si tanto Cuba como Estados Unidos facilitan estas inversiones.
Según la lógica del funcionamiento político en Estados Unidos, esta debiera ser una poderosa base económica para las fuerzas que en el enclave cubanoamericano apoyan un mejoramiento de las relaciones con Cuba, lo que explica que la derecha actúe contra ellos siempre que le es posible. Tampoco este movimiento a favor de las relaciones ha cuajado hasta el punto de aprovechar este potencial, y lo que ocurre en muchos casos es que estos negocios acaban por pagar el chantaje de sus enemigos, con tal de que no los coloquen en el foco de atención de los ataques.
La política llevada a cabo por Donald Trump, bajo el aliento de la extrema derecha cubanoamericana, encaminada a perjudicar a estos negocios, no solo afecta a Cuba, como se argumenta, sino a clientes, empresarios y trabajadores que viven de estas actividades. En última instancia, se ve afectada la economía norteamericana, en especial en el estado de la Florida, cuya complementariedad con el mercado cubano ofrece grandes oportunidades de desarrollo para ambas partes.
Llama la atención que no se observe una reacción más vigorosa por parte de los perjudicados. Uno de los pocos estudios realizados sobre este tema fue llevado a cabo por el profesor Kenneth Lipner, retirado de la Universidad Internacional de La Florida (FIU), en 1999. El Dr. Lipner calculó que eliminar el embargo representaría alrededor de mil millones de dólares al año para la economía del sur de la Florida, junto con 40 mil nuevos empleos. En ese momento, el profesor intentó presentar sus resultados a los comisionados del condado de Miami-Dade, quienes ni siquiera comentaron sobre su trabajo. Más tarde, en 2010, Progreso Semanal informó que la Cámara de Comercio de los Estados Unidos estimaba que “una Cuba sin embargo sería … una bendición para la economía [de Estados Unidos]”. Dijeron que se inyectarían de 1, 2 a 3, 6 mil millones de dólares en la economía del país, junto con miles de nuevos empleos.
Es cierto que las remesas, los viajes y otras formas de contacto de los emigrados con Cuba no pueden ser entendidos como una muestra fehaciente de apoyo al gobierno cubano, pero sí reflejan necesidades e intereses cuya solución pasa por una mejor convivencia entre los dos países. En esto radica el punto de demarcación de las posiciones respecto a Cuba, en el seno de la emigración cubana.
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