Henry Ford, el más notable de los fabricantes de automóviles, revolucionó esa industria. La más importante de sus innovaciones fue no introducir ninguna que no fuera funcional. El modelo “T”, su auto insignia, no solo era una máquina perfecta para la época, sino que carecía de elementos superfluos. Su elegante diseño es todavía una evidencia de la sobriedad industrial y una prueba de que es posible lograr un producto bello, barato y funcional. Su credo lo llevó a renunciar a la diversidad de colores. “Los Ford “T” decía: pueden ser de cualquier color, siempre que sean negros.
Henry Ford no inventó el automóvil, ni la cadena de montaje, pero introdujo innovaciones que facilitaron la producción en masa de autos y promovieron la cultura automovilística, en lo cual el “Ford T”, el modelo estadounidense que durante más años se fabricó (1908-1927), y el único producto industrial que, veinte años después, costaba menos que el primer día. El precio original de 825 dólares en 1908 era de 260 en 1925. En ese período, Ford produjo más de 15 millones de coches.
Si bien Ford introdujo mejoras técnicas trascendentales, como el volante a la izquierda, la posición de los pedales de embrague, acelerador y freno, la suspensión mediante ballestas y otras, lo más importante fue el impulso al cambio de mentalidad respecto al significado de poseer un auto, lo cual resolvió creando condiciones para ello, mediante la elevación de la productividad del trabajo, la racionalización de las operaciones, el ahorro de materiales y tiempo, promoviendo además una reforma salarial que cambió el mundo laboral americano. En 1914 cuando el salario promedio en las industrias afines era de dos o tres dólares, Ford comenzó a pagar cinco.
¿Por qué “T”?
La denominación “T” del modelo obedece a que en su fabricación se adoptaron algunas fórmulas de organización del trabajo recomendadas por Frederick Taylor en Principles of Scientific Management, vinculadas a la producción en cadena, la división del procesos industrial en etapas y operaciones, cronometrando cada una de ellas, eliminando los movimiento innecesarios, simplificando los traslados de piezas y partes. El primer auto demandaba unos 1 500 pasos, el último sólo 84, ensamblar el primero tardó 12 horas, el último 24 segundos.
El taylorismo, perfeccionado por el “fordismo, expresión introducida por Antonio Gramsci, en su ensayo Americanismo y fordismo, perfeccionó la interacción de los humanos con las máquinas, suprimió las prácticas artesanales en la industria y eliminó la posibilidad de que los operarios decidieran el tiempo que dedicaban a producir determinadas piezas, introduciendo el cronómetro, la supervisión y los incentivos por la eficiencia.
Una idea realizada por Ford fue, en lugar de exportar autos con los consiguientes costos, exportar las fábricas y ceder las patentes, cosa que benefició la industria automotriz de México, Canadá, Inglaterra, Argentina Francia, España, Dinamarca, Alemania, Austria Sudáfrica y Australia. El Modelo “T”, primer auto fabricado en África, se vendió en los cinco continentes. En 2008, centenario del modelo, todavía rodaban en el mundo unos 60.000 de ellos, cincuenta en México y unos
diez en Cuba. En 1999, 126 expertos de 32 países designaron al modelo “T” como el coche del Siglo XX.
Al amparo del boom económico de posguerra, los fabricantes de autos introdujeron la práctica de cambiar el modelo cada año, aberración tecnológica emulada por los inventores de la “obsolescencia programada” que dilapidan tantas riquezas como las que crean.
De hecho, toda innovación debe ser racional y ninguna idea racional necesita ser impuesta. La eficiencia casi nunca requiere de la propaganda. Según cuentan, Ford no gastó ni un centavo en publicidad para vender el Modelo “T” que llegó a copar el 60% del mercado mundial del automóvil. Allá nos vemos.
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