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"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

sábado, 19 de junio de 2021

La nueva alianza de Yellen contra los duendes

El acuerdo del G-7 para fijar un mínimo al impuesto de sociedades es un paso clave hacia un mundo más justo



La secretaria del Tesoro de EE UU, Janet Yellen, atiende a los medios tras la reunión del G7 el 5 de junio del G7.POOL / REUTERS

Hace dos fines de semana, en gran medida a instancias de Jenet Yellen, secretaria del Tesoro estadounidense, los ministros de economía del G-7 —las principales economías avanzadas— acordaron establecer un tipo impositivo mínimo del 15% sobre los beneficios obtenidos por las filiales extranjeras de las multinacionales. A lo mejor se preguntan de qué va esto o por qué debería importarles. Por eso, permítanme que les cuente algo sobre Apple y los duendes. La empresa tiene un enorme alcance mundial. Sus productos se venden prácticamente en todas partes; posee filiales en muchos países. Y por supuesto, también es inmensamente rentable.

¿Pero dónde se obtienen esos beneficios? Apple fabrica muy pocas cosas y básicamente contrata la producción a otras empresas, principalmente chinas. Sus beneficios provienen en buena medida de derechos de licencia que reflejan los activos intangibles de la empresa: sus patentes, marcas registradas, servicios y secretos comerciales. ¿Y dónde se ubican dichos activos? Desde un punto de vista económico, esa cuestión ni siquiera es importante.

Sin embargo, a efectos fiscales, Apple debe declarar sus beneficios en alguna parte. Ahora mismo eso significa que la propia empresa decide declarar dónde gana su dinero, y lo que hace, lógicamente, es afirmar que sus beneficios corresponden a filiales situadas en países con bajos impuestos sobre sociedades, Irlanda en particular.

De hecho, hasta 2014, iba incluso más allá: una gran parte de sus beneficios mundiales los asignaba a Apple Sales International, que estaba registrada en Irlanda, pero que a efectos fiscales no estaba situada en ningún lugar. En 2015, sin embargo, la suma de la presión ejercida por la Comisión Europea y los cambios en las leyes tributarias irlandesas indujo a Apple a reasignar muchos de sus activos intangibles a su filial regular en Irlanda.

¿Qué importancia tenía esta decisión? Sobre el papel, el PIB de Irlanda aumentó de repente un 25%, a pesar de que no había cambiado nada real, un fenómeno que yo denominé, en una expresión que ha calado, “la economía de los duendes”. La cosa es que Apple dista mucho de ser la única que aprovecha su categoría de multinacional para evadir impuestos, e Irlanda dista mucho de ser el paraíso fiscal más insigne, ni siquiera en Europa. Según cifras del FMI, Luxemburgo —que tiene aproximadamente la misma población que Vermont— ha atraído más de tres billones de dólares en inversión empresarial extranjera, comparable a la recibida en total por Estados Unidos. ¿A qué se debe eso? No existe prácticamente ninguna inversión real, sino que el diminuto ducado ha ofrecido a muchas empresas acuerdos que les permiten declarar allí sus beneficios casi sin pagar impuestos.

¿Qué nos enseñan estas historias? Primero, que el actual sistema tributario internacional ofrece a las grandes empresas un amplio margen para la evasión fiscal. Segundo, nos enteramos de que cuando los países intentan competir unos con otros reduciendo el impuesto sobre sociedades —lo que se ha dado en llamar carrera hacia el abismo— no están luchando realmente por quién se va a quedar con inversiones que ofrezcan creación de empleo y aumento de la productividad. Hay muy pocas pruebas de que la reducción del impuesto de sociedades anima de hecho a las multinacionales a construir fábricas y expandir el empleo.

No, por lo que luchan realmente es por definir dónde se declararán los beneficios, y por consiguiente, dónde se gravarán. Y la consecuencia de la bajada de los tipos impositivos y el aumento de la evasión fiscal es que los ingresos fiscales siguen cayendo.

En la década de 1960, los ingresos federales correspondientes al impuesto sobre sociedades equivalían, de media, al 3,5% del PIB, mientras que ahora esa media ronda el 1%. Eso supone una pérdida de ingresos de más de 500.000 millones de dólares al año, suficiente para pagar muchas infraestructuras, cuidados infantiles y más. Lo cual nos lleva al acuerdo del G-7. ¿Cómo funcionaría el tipo mínimo del 15%? Así es como lo resume Gabriel Zucman, quien probablemente ha hecho más por resaltar la importancia de la evasión de impuestos internacional que ninguna otra persona: “Tomemos una multinacional alemana que declara sus ingresos en Irlanda, gravados con un tipo efectivo del 5%. Alemania cobrará ahora otro 10%, para llegar a un tipo del 15%; y lo mismo ocurriría con los beneficios declarados por las multinacionales alemanas en Bermudas, Singapur, etcétera”.

Evidentemente, esto recortaría de inmediato la cantidad de impuestos que las multinacionales podrían evadir trasladando la declaración de beneficios a paraísos fiscales. Y también reduciría el incentivo para que los países ejercieran de paraísos fiscales. Ah, y si piensan que las multinacionales pueden evitar todo esto simplemente trasladando su sede social a, pongamos por caso, Bermudas, las grandes economías pueden hacer que les resulte difícil.

Por poner todo esto en un contexto más amplio, lo que vemos aquí es el comienzo de un intento de corregir un sistema que funciona en detrimento de los trabajadores y a favor del capital. Los trabajadores tienen pocas formas de evadir los impuestos sobre la renta de las personas físicas, los impuestos sobre las rentas del trabajo y los impuestos sobre el valor añadido, si no es trasladándose de hecho a otro país. Las empresas multinacionales, que, en definitiva, son en gran parte propiedad de una pequeña minoría acaudalada, pueden buscar jurisdicciones con bajos impuestos sin hacer nada real, aparte de contratar contables expertos. El plan del G-7 dificultaría esa práctica.

Es cierto que, de momento, todo lo que tenemos es un acuerdo entre ministros de economía, y los detalles importantes están aún sin definir. No será fácil convertirlo en leyes: las multinacionales pueden contratar grupos de presión además de contables.Pero sigue siendo un gran acuerdo, un paso importante hacia un mundo más justo.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía © The New York Times, 2021. Traducción de News Clips

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