El imperativo de ensanchar el corredor político-cultural crítico no capitalista en la sociedad cubana no implica demonizar las prácticas no estatales.
Del 16 al 19 de abril de 2021 se celebró el 8vo. Congreso del Partido Comunista de Cuba, en un escenario pautado por dos fenómenos negativos de diferente naturaleza, pero interrelacionados: la pandemia de la Covid y la permanencia del bloqueo económico, financiero y comercial de los Estados Unidos contra Cuba, recrudecido por las nuevas medidas restrictivas impuestas por Trump y mantenidas por Biden. La Revolución estaba y está siendo objeto de maniobras contrarrevolucionarias asociadas al llamado “golpe suave.” El escenario estuvo también impactado por la implementación de una estrategia económica con vista a promover el desarrollo económico sostenible, aun en medio de las afectaciones mencionadas.
Dicha estrategia comprende la implementación de nuevas medidas para liberar de trabas burocráticas a la empresa estatal socialista de todo el pueblo, forma de propiedad fundamental que sostiene la meta de construir un socialismo próspero y sostenible. Unido a ello, se argumentó profundamente la legitimidad de las formas de propiedad y gestión no estatales (cooperativa y privada); se legitimó la contribución que debe realizar el llamado trabajo por cuenta propia o autoempleo, así como la micro, pequeña y mediana propiedad privada. El Congreso se pronunció por la superación de estereotipos que estigmatizaban a priori como antisocialistas a estas prácticas.
Al mismo tiempo que se reconoce el papel fundamental de la empresa estatal socialista de todo el pueblo como garantía del proyecto socialista, se convocó a facilitar los encadenamientos productivos entre todas las formas de propiedad y gestión estatales y no estatales en el entendido de que en las condiciones de Cuba todas sostienen la opción patriótica, antimperialista y socialista de la revolución cubana.
Se comprende que la sacralización de la propiedad privada (esa que al decir del joven Marx en los Manuscritos económicos y filosóficos de l844 nos ha hecho tan estúpidos al hacer depender la felicidad humana de la apropiación uso o disfrute individual, personal de los objetos), no es el antídoto adecuado para erradicar el estereotipo antes mencionado. Al contrario, la idealización de la propiedad privada deviene un mito que la ideología neoliberal esgrime para justificar la exigencia de las instituciones financieras del imperialismo, como el FMI, para exigir a los gobiernos latinoamericanos la privatización de la empresa pública. Resulta obvio que en las campañas contra Cuba se coloque en el centro de los ataques del proceso de actualización a la empresa estatal socialista, negándosele a priori su capacidad para lograr eficacia y eficiencia.
El imperativo de ensanchar el corredor político-cultural crítico no capitalista en la sociedad cubana no implica demonizar las prácticas no estatales, incluyendo los tipos de propiedad privada antes mencionados. Es importante también estimular la posible aparición de formas asociativas y de cooperación, comunitarias, que generen modos de intercambio no necesariamente ajustados a las leyes del mercado.
En el Congreso se profundizó sobre la alternativa cubana hacia un socialismo próspero y sostenible, el cual supone la asunción de la visión martiana sobre prosperidad, siempre a partir de las pautas ambientales que deben regir los procesos de desarrollo económico. Miguel Díaz-Canel, Presidente de la República, electo Primer Secretario del Comité Central, retomó en varios momentos la idea de Raúl Castro de que el hecho de tener un sistema político asentado en un partido único de la nación, obliga a que el Partido sea ejemplo de una práctica democrática participativa real. Y si como expreso Díaz-Canel que la labor del Partido era no solo defender sino revolucionar la propia Revolución, se comprende que esa práctica de democracia interna, antiburocrática partidista, se refracte en todas las instancias de la sociedad. Esto es en el gobierno, el estado y las organizaciones de masas que también manteniendo el espíritu fundacional de defensa de la Revolución deben atemperar sus prácticas y discursos al desarrollo político y cultural alcanzado por la sociedad cubana.
Pensar y actuar como país es un objetivo permanente que supone concebir la democratización socialista, no como un acto que se realiza de una vez y para siempre, sino como un proceso continuo de participación y empoderamiento popular en el que todavía tenemos mucho por andar. Pensar y actuar como país implica no separar nunca a Cuba del destino de nuestra América. Haciendo viable la alternativa cubana, contribuimos a descolonizar la subjetividad que padece el movimiento social-popular en América Latina y el Caribe, imponiéndose como única alternativa la variable neoliberal del dominio capitalista.
El perfeccionamiento de la democracia en nuestro país supone concebir la democratización socialista como un proceso ininterrumpido en el que consenso y disentimientoi no necesariamente sean dos polos de una antinomia imposible de armonizar e integrar en un juicio positivo. En no pocas ocasiones, los disentimientos producidos en una época o momento determinado, devienen fundamentos de nuevos consensos bajo otras circunstancias. De manera que existe una dialéctica entre ambos momentos que no debe ser simplificada por un pensamiento binario o dicotómico, que lejos de solucionar tensiones y conflictos, más bien, los perpetúan en el tiempo.
Por supuesto, en el caso del proceso histórico cubano, existe un parteaguas entre disentimientos que expresen una opción antagónica a la asumida por la voluntad mayoritaria del pueblo y otros tipos de disensos que expresen modos y caminos diferentes de arribar a un mismo objetivo.
En relación con los desafíos que tiene para la política revolucionaria el golpe suave, es válido aguzar la sospecha bien fundamentada, como momento necesario y legítimo inherente a la actitud de defensa de la Revolución, siempre y cuando no se erija sobre la base de un único patrón axiológico atemporal para deslindar “lo revolucionario” de “lo no revolucionario”. La diversidad no es un lastre a superar sino un aprendizaje político y humano que debemos articular en función de la hegemonía popular y socialista en nuestra sociedad.
En la sociedad deseada no tiene cabida ningún tipo de racismo ni de discriminación por el color de la piel. La heteronormatividad acendrada en nuestra cultura no debe ser esgrimida como dogma que legitime la discriminación de la diversidad sexo-genérica que nos conforma como sociedad. Estas ideas encontraron también eco en las discusiones del Congreso, quedando claro que el Partido debe ser paradigma de ese tipo de convivencia y unidad no discriminatoria.
De amplio consenso entre los delegados e invitados al evento partidista y en especial en el pueblo que escuchó y vio las intervenciones y debates fue el apoyo a las medidas dictadas por el gobierno para estimular la producción de alimentos, y generalizar buenas prácticas de tipo agroecológico que contribuyan a erradicar la mentalidad importadora de productos agrotóxicos, a la vez que que se garantiza la inocuidad y la elevación del valor nutricional de los alimentos.
Por último, se trata de que las circunstancias adversas que entorpecen el despliegue de ese pensamiento y acción colectivos nos obliguen a asumir el llamado a pensar y actuar como país sin retorizarlo como una frase recurrente en el discurso político actual.
Cada cual tendrá que interpretar y asumir y trabajar de modo distinto, superando vicios burocráticos y formalistas que inhiben la capacidad creadora de nuestro pueblo, y el papel asignado por Díaz-Canel al Partido de revolucionar a la Revolución.
i Ver Rafael Hernández, oncubanews.com
https://www.alainet.org/es/articulo/212828
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