Fuentes: Rebelión
Sobre el tema del clientelismo me han escrito y conversado amigos y colegas. A propósito de estos intercambios considero necesario ahondar -hasta donde mis limitaciones de conocimiento me lo permiten- en la problemática del clientelismo.
Pienso que es un debate que nos debemos hace tiempo a escala político social, y que ahora la imprescindible ofensiva contra la corrupción nos lo recoloca por su importancia en la urgencia.
Resulta desacertado buscar una pretendida asepsia ideológica, ética y/o política con conductas de extremos. Ese “botar el sofá”, como se dice en mi barrio, cuando no es oportunismo peca al menos del absurdo, y perjudica, tensa y divide.
Tendemos a colaborar, ayudar y favorecer a las personas más cercanas, con las que compartimos intereses comunes, responsabilidades, amistad y hasta empatía: familiares, amigos, compañeros de trabajo, vecinos…. Y esperémoslo o no, recibimos en la mayoría de las ocasiones retribuciones, en acciones, y, sobre todo, en gratitud personal. Estas relaciones cimentadas en la idiosincrasia del cubano, en la cultura popular que distingue la cubanía, nunca nos llevaran al clientelismo, enaltecen la solidaridad y forjan identidades colectivas humanistas.
Criticar las confianzas y filiaciones de amistad, “el interés” o la “retribución” desde el respeto y el cariño, nos coloca en la misma postura que negaba con su fina ironía Rubén Martínez Villena, cuando aludiendo a varios compañeros de Partido les señalaba por lo que consideraba “autoflagelaciones morbosas”.
No falta quien hace un obsequio o regalo en tributo de agradecimiento. Con frecuencia maestros y médicos recibimos -más que otros profesionales- tales muestras de estima y agradecimiento. Prohibir este tipo de satisfacciones resulta en uno de esos absurdos que refiero.
La autoridad bien ejercida es una ética de respeto y servicio, una ciencia y también un don. Pero muchas veces se establecen relaciones “de favor”, porque hay jefes que dirigen “de favor en favor”, y existen subordinados que recurren a la reverencia, a la satisfacción personal del jefe, en búsqueda de retribución. Estos tipos de relaciones existen en todas partes, en todas las culturas, independientemente del sistema político. En Cuba a quienes se dedican a la genuflexión, se les llaman desde tiempos de la colonia “guatacas”, a los serviles “tarugos” y más recientemente “chicharrones”. A los jefes que sucumben frente halagos y servilismos, les requerimos por dejarse “engatusar”, y se les critica si recurren al favoritismo y al amiguismo. Este tipo de relaciones pueden devenir en clientelismo, pero no dan la esencia y el carácter del fenómeno.
Normar es un procedimiento de profilaxis y control, lo tienen escrito casi todas las administraciones públicas y las empresas capitalistas en sus códigos “anticorrupción”. Pero no se necesita de un curso, ni de una norma, para percatarse cuando un halago, un premio –y un regalo también-, responden al trabajo y la retribución honesta, cuando vienen “del corazón”, y cuándo son antesala y portadores de un pago clientelar o de un peor proceder.
Algunos especialistas han llamado la atención sobre el peligro de incluir en la definición de clientelismo casi cualquier cosa y acabar con la utilidad explicativa y metodológica del concepto. Afortunadamente ya desde finales del pasado siglo el trabajo de antropólogos, politólogos, sociólogos e historiadores, ha dado como fruto un frágil pero certero consenso con respecto a la descripción de lo que debe entenderse por clientelismo1.
Entre lo mucho que nos falta por aprender, evaluar y socializar, el tema del clientelismo en su vínculo raigal con la corrupción, precisa de una mirada que intente entender qué identifica lo clientelar, cómo crece y funciona. En el combate en que estamos no podemos darnos espacio a las equivocaciones. Menos a las ingenuidades.
¿Dónde crece el clientelismo?
El clientelismo no es el resultado de un proceso espontáneo. Se inscribe en el ámbito de la corrupción, y es una de sus áreas de complejidad2. Tiene factores disparadores comunes con la corrupción, aunque se produce en circunstancias y posee características que lo particularizan.
Cuando se colabora, ayuda y favorece desde posiciones de poder político, estatal, gubernamental, y/o institucional, con el objetivo de establecer vínculos que fortalezcan la dominación de dirigentes sobre dirigidos, de jefes sobre subordinados, a través de la utilización de los recursos públicos que se administran, de decisiones y designaciones que favorecen o privilegian a unos empleados frente a otros; estamos en presencia de las relaciones de desigualdad, irrespeto, manipulación y deshonestidad, en las que crecen la corrupción y el clientelismo.
Los procesos de enajenación de la población trabajadora, vinculados a situaciones de crisis, y males como el desempleo, la precariedad y las inseguridades laborales, bloquean la constitución y desarrollo de la conciencia ética, y de clase en sí y para sí, y crean entre otros, estados de ira, anomia, inseguridad y propensión a buscar protección y seguridad. En tales estados de precariedad existencial, las relaciones clientelares prometen el atractivo de proveer protección y además brindan beneficios y lucro.
Escribía Marc Bloch que buscar un protector o sentirse orgulloso de serlo son aspiraciones que pertenecen a todos los tiempos3. Lo que de modo general puede llamarse “síndrome clientelista” ha estado presente, en mayor o menor medida, en todos los sistemas políticos conocidos en occidente, por lo menos desde la Roma republicana4.
El sujeto clientelar tiene hoy una composición mucho más compleja que en décadas anteriores, porque involucra a personal más calificado, y también altamente calificado: profesionales universitarios, tecnólogos, e intelectuales, quienes son objeto de los nuevos procesos de proletarización, de los cambios espaciales y desreguladores, que ha impulsado el capitalismo transnacional en tiempos de revoluciones científico-técnicas e infocomunicacionales. En tanto en esferas como la tecnocientífica, la educativo-cultural y la académica, se han diversificado los sujetos socio profesionales, los espacios de intercambio clientelar, y las modalidades de beneficios y el lucro, lo que hace más difícil aún penetrar y demostrar el accionar transgresor.
Completa lo que puede ser la triada de principales factores disparadores, el que coincidan los sujetos propensos al mal vivir y hacer, con la existencia de un entramado institucional disfuncional, donde no se solucionen problemas, persistan colisiones entre sus miembros y haya una débil o nula participación en la toma de decisiones. Precisamente, las relaciones clientelares se imponen y crecen en la inexistencia o en la debilidad del entramado institucional y político social.
¿Cómo identificar lo clientelar?
Lo primero para identificar lo clientelar está en saber orientarse en el asunto. Lo clientelar: 1) Se organiza con objetivos bien definidos de beneficio y lucro, dominación y perpetuación de poderes, 2) se organiza desde la llamada «diada», base de cualquier sistema de clientelas: un jefe-patrón que en función de logro de sus objetivos, “pacta” y “contrata” con sus subordinados convertidos en clientes, protección y apoyos que concreta y paga con los recursos públicos -tangibles e intangibles- que tiene bajo su custodia y responsabilidad.
Siempre será muy difícil conocer las ambiciones materiales y espirituales -de poder y reconocimiento social- que anidan en una persona. Cuantifíquese el patrimonio de recursos que posee un cargo directivo, y se tendrá el potencial de ejercicio clientelar. Sígase la ruta de beneficio personalizado de ese potencial, y descubriremos donde están las legitimidades y quienes son los beneficiarios clientelares.
3) La confianza y el apoyo al jefe-patrón es proporcional a la protección, los beneficios y el lucro que obtengan los clientes. Pero el intercambio de bienes y servicios si bien es central y recíproco, no se encontrará -a simple vista- fácilmente. Primero no incluye transacciones momentáneas de beneficio-retribución. Segundo, no existe una gran especialización. Tercero pueden ser cambiados unos efectos por otros; y cuarto, estos intercambios se dan de forma simultánea, individual y también de manera conjunta, y casi siempre extendidos en el tiempo. Búsquese el resultado: qué “gana” cada quien y se entenderá el esquema clientelar.
Aún en los sistemas de dirección centralizados y autoritarios, obsérvese, y siempre constaremos un trato diferente, más permisivo, más paternal con los clientes.
4) Junto al jefe-patrón, a su alrededor, se teje una supra cofradía jerárquica, que no necesariamente reproduce la estructura de la jerarquía de cargos de la organización. Y este grupo de confianza y privilegio en la cercanía del jefe, se convierte en el poder real, que habla y actúa en interés, voluntad y beneplácito del jefe.
5) En la medida en que la organización clientelar crece, se precisa un mecanismo de intermediación y acomodo de la relación. Generalmente las directivas de las asociaciones comunales, locales y sindicales, son cooptadas e incorporadas al esquema clientelar, para que estas organizaciones cumplan esa función mediadora. A los recursos que maneja el jefe-patrón suman entonces los que corresponden a la estructura mediadora: Desde una contratación extra, un premio en metálico, hasta una medalla o diploma de reconocimiento.
6) El carácter instrumental de base de las relaciones clientelares, no impide que se añadan elementos afectivos o emocionales, que median las relaciones de dependencia y opresión. Que tienden a confundir al observador externo. El lenguaje más utilizado subraya el afecto, real o fingido, entre las partes: “amigo” “compañero” han sido los apelativos más utilizados por los componentes de las clientelas políticas para dirigirse unos a otros donde quiera que han existido.
7) Las relaciones clientelares se educan y heredan de un jefe-patrón a otro, y de un cliente a otro, llegan a poseer “una historia” y a ser asumidas como funcionales a la organización. La subjetivación de la “cultura clientelar”, se naturaliza en la cotidianidad institucional -incluso por quienes no se benefician del esquema clientelar- como lo “normal” y “legítimo”.
8) Hay sistemas clientelares que logran cumplir el encargo social de la organización o institución, ya sea en la producción o los servicios, la ciencia o la docencia. Estos “logros” -muchas veces magnificados por una gavilla de clientes especializados en tareas de promoción y propaganda- blindan el sistema. Búsquese cuánto más pudiera hacerse, cuánto freno a las fuerzas productivas, a la inteligencia, la iniciativa y la innovación, realmente existe. Búsquese, además, a qué costos humanos se realizan esos “logros”.
9) Con frecuencia la dirección clientelar no está en condiciones de atender suficientemente las necesidades concretas y los problemas de la entidad, porque el hacer de privilegios y compromisos casi siempre impiden las soluciones de afectaciones colectivas. Y se reiteran los remedios temporales, cuando no la improvisación, manteniendo en latencia lo no resuelto a fondo. Y no dar solución a un problema origina otros. Estemos alertas, porque la necesidad de dar por resuelto lo que no está, “se resuelve” no pocas veces con el engaño, la ocultación u omisión de datos y consecuencias, el fraude y otras ilegalidades.
10) Lo definitivo si de identificar el mal se trata, es que con una u otra vestidura, el clientelismo sustituye el sistema de dirección “oficial” y “legal”, que está dado a regular y hacer funcionar la organización o institución pública, en interés de cumplir su encargo social. Y para ello “acomoda” y viola si ello es necesario, los reglamentos, códigos y preceptos establecidos.
11) Otorga el clientelismo bienes, lucro, privilegios y méritos inmerecidos, y en similar proporción demerita, despoja y maltrata a favor de sus clientes. Sobre el trabajo y el mérito está el “favor”, está el cliente: la tarea mejor remunerada, la misión de rédito económico y mérito, la promoción, no será para el más capaz, para el más preparado y eficiente, si para el mejor cliente.
12) Identifiquemos los recursos públicos -insisto: tangibles e intangibles- que mal se utilizan, desvían y malversan para satisfacer el beneficio y el lucro. Identifiquemos los daños a los bienes de las entidades, a la actividad económica o social. Identifíquense los perjuicios y las injusticias cometidas. Y tendremos un inventario aproximado de los muy altos costos materiales y humanos, económicos, éticos y políticos del clientelismo.
La patrimonialización de las organizaciones
Una de las expresiones laborales más hermosas es la identidad, el sentido de pertenencia, el orgullo por la entidad donde se trabaja y aporta.El clientelismo pervierte y destruye estos sentidos de moralidad y existencia, y los instrumentaliza y cosifica. Precisamente lo más característico para identificar una relación clientelar está en la patrimonialización que se hace de la organización o institución, de sus recursos, resultados y prestigios.Ello ocurre cuando el bien público se asume como propio, en una consideración ilegítima que sustituye el sentido de pertenencia, por el de propiedad.
La patrimonialización identifica al jefe-patrón con la organización o institución. Se considerará que los intereses, objetivos y prioridades de la organización son los mismos que defiende y ejecuta el jefe-patrón. La voluntad del jefe-patrón será el bien, que va a repercutir de una u otra manera en el bienestar “de todos” los miembros de la organización. Y en ese bienestar “de todos” se identifican los intereses y privilegios de los clientes, constituyan o no la mayoría de los miembros de la organización.
La patrimonialización incluye el culto a la personalidad del jefe-patrón: Primero el clientelismo desarrolla la confianza y la lealtad al jefe como disciplina. Segundo, el jefe se reafirma desde sus mecanismos de poder y dominación como el mejor intérprete de los intereses, el objeto social y la misión de la organización o institución. Tercero, en tanto, se motiva el sentir de que el jefe es el velador y el protector de la organización y sus miembros. Cuarto, los resultados son méritos del jefe. Con el paso del tiempo desde estas cuatro claves, se genera en los clientes la capacidad de crear una dimensión simbólica, que es externalizada como admiración y servicio al jefe. Tal visión meritoria y atractiva de quien mal ejerce el poder, proporciona consenso y solidez al sistema clientelar en su conjunto.
Cualquier colisión, objeción, crítica o disidencia que cuestione al Jefe y al sistema clientelar, estará “contra” la organización o institución en su conjunto, contra el cumplimiento “de la misión”, y contra los intereses y prestigios de la organización y sus miembros. Y cualquier objeción o crítica al jefe-patrón, además de ser rechazada por su amenaza al sistema, lo será por “injusta” “irrespetuosa” y cuasi “calumniosa”.
En concepto y hecho la patrimonialización se convierte en un acto de despojo cultural -de violencia simbólica desde el poder y la dominación que ejerce el jefe-patrón-, porque desarraiga los referentes de memoria y de conciencia cívica sobre la propiedad y función del bien público. Tal postura lleva a pensar, decir y actuar con una alta carga de individualismo y desconexión social. Se produce la negación completa de la función de lo público y del estado de derecho que le es funcional, que son reemplazados por la concepción de privatización, de patrón-dueño de “vida y bienes”.
¿Cómo funciona?
Al estar conformado por relaciones informales el clientelismo funciona de muchas formas. No es un fenómeno estático y permanente, sino por el contrario, se transforma y articula con lo formal de diversas maneras, lo cual permite simultáneamente, el ejercicio de poder, el encubrimiento de su existencia y la sobrevivencia. Posee una gran capacidad para diversificar sus procederes de intermediación, con múltiples dimensiones, matices, graduaciones, lo cual le permite estar presente y a la vez ser invisible.
El pacto clientelar directo y personal, entre el jefe-patrón y el cliente es el centro dinamizador de la relación, aun cuando tal relación se establezca a través de un intermediario. La actuación de cada miembro de la clientela se concibe sólo en función de su interacción con el jefe-patrón, y no por sus relaciones horizontales con los otros clientes, propias de los “auténticos” grupos5.
Como en la corrupción las relaciones clientelares tienen un carácter instrumental, pero a diferencia lo clientelar incluye elementos afectivos o emocionales, que median las relaciones de dependencia y opresión. Que tienden a confundir al observador externo. El lenguaje más utilizado subraya el afecto, real o fingido, entre las partes: “amigo” “compañero” han sido los apelativos por los componentes de las clientelas políticas para dirigirse unos a otros donde quiera que han existido.
La movilidad funciona a través de las protecciones, demandas y aspiraciones, que el cliente coloca como contraprestaciones adecuadas. El jefe-patrón responde las demandas y aspiraciones de sus clientes de manera personalizada, estimula así la importancia y eficiencia en los servicios realizados, y a la vez promueve la competitividad y emulación por mejor servirle entre sus clientes.
En tanto existe una correlación pública e institucional de subordinación entre el jefe-patrón y el cliente, la relación clientelar funciona sin necesidad de establecer canales separados de comunicación para cada tipo de relacionamiento, en lo que ha sido denominado intercambio “generalizado”, para diferenciarlo del “específico”, asociado solo a lo que corresponde a las relaciones formales de la entidad. En las tareas de control, atención de demandas y distribución de bienes, premios y favores, auxilia al jefe-patrón la supra cofradía jerárquica que le es afín.
Método recurrente será el lograr que en cada espacio importante: consejos, comisiones, tribunales, equipos de desarrollo, estén presentes -mejor si lideran-clientes con la responsabilidad de controlar y hacer prevalecer los intereses del jefe-patrón, de los clientes y del sistema en su conjunto.
Patronos y clientes, con sus conexiones respectivas, pueden formar y funcionar en redes de intercambio extensas, concebidas con frecuencia como pirámides. El patrón queda convertido en cliente a su vez de otros patronos más poderosos o mejor situados, y funciona como intermediario entre sus clientes y éstos. Se transforma entonces en un mediador entre personas unidas por lazos de interés, “amigos de amigos”, de unas u otras organizaciones e instituciones, que pueden cubrir desde los centros rectores de la sociedad, hasta los lugares más micro localizados. Estas redes constituyen entes paralelos a los sistemas legalmente constituidos, con integrantes unidos entre sí por su relación clientelar común. En tal tejido clientelar la relación dual se expresa entre un patrón “mayor” o “superior” y un cliente colectivo, que puede ser una gran empresa, un pueblo, una región, un país6.
¿Cómo se manifiesta?
Los réditos más significativos se manifiestan en: Designaciones laborales de mejor remuneración y/o mérito, promociones a cargos de mayor importancia y mejor remuneración, premios y distinciones, quedan casi siempre entre los miembros de la supra cofradía jerárquica que encabeza el sistema. La protección devenida en exenciones y permisibilidades, y en apoyos circunstanciales, se constituye en uno de los pagos más recurrentes y consensuales para el conjunto de los clientes.
Un resumen de síntesis de las prerrogativas y acciones clientelares de las que disponen los jefes-patrones, puede ser el siguiente:
- Designaciones laborales de mejor remuneración y/o mérito.
- Promociones a cargos de mayor importancia y mejor remuneración.
- Evaluaciones de excelencia sin méritos suficientes.
- Significaciones públicas personalizadas.
- Otorgamiento de premios y distinciones.
- Exenciones y permisibilidades.
- Satisfacción de demandas circunstanciales.
- Apoyos materiales ante contingencias personales.
- Apoyo en colisiones y tiempos de crisis.
- Cooptación de los directivos sindicales y otras disidencias
- Subordinación de las directivas de las organizaciones sindicales.
- Requerimientos y castigos por incumplimientos
- Represalias y acoso contra los sujetos inconformes, rebeldes o críticos del sistema.
Las clientelas en “reciprocidad”, actúan en defensa de los intereses y la promoción política de su jefe-patrón. El decálogo de un buen cliente tiene entre sus funciones:
- Disciplina de subordinación incondicional al Jefe.
- Lealtad absoluta al jefe.
- Culto a la personalidad del jefe.
- Lealtad a la estructura clientelar.
- Cumplimiento estricto de las tareas asignadas como cliente.
- Vigilancia y reporte sobre transgresiones de las normas y amenazas.
- Defensa del jefe en colisiones y momentos de crisis.
- Acompañamiento en hostilidades y acoso de los sujetos inconformes, rebeldes o críticos del sistema.
Clientelismo y corrupción
No todo lo corrupto es clientelar. Pero todo lo clientelar lleva en sí el germen de la corrupción. En tanto establece una relación de mutualismo institucionalizado, con una asignación de recursos -y meritocracia- significante y paralegal, siempre crea condiciones propiciatorias para la concertación del abuso de poder, la manipulación, el ilícito y el delito en interés de la búsqueda y adjudicación de bienes y lucro.
Generalmente las redes clientelares y las corruptas son las mismas o se superponen, se comunican y benefician unas con otras. La forma más expedita de funcionamiento de un entramado de corrupción en el sector público resulta ser la relación clientelar. Esta se organiza a través de operaciones y acciones en sistema, que incluyen indistintamente o combinadas según el tipo de entidad, manifestaciones de la corrupción administrativa, empresarial y política. Entre las conductas más reiteradas están:Violación de principios éticos y de derechos.
- Violación de los reglamentos, códigos y normas éticas, administrativas y financieras.
- Violación de contratos laborales.
- Extralimitación de funciones administrativas.
- Impunidad de las acciones inmorales, ilegales o delictivas
- Protección corporativa a los miembros del entramado de corrupción
- Obstrucción de la justicia.
- Asociación para delinquir.
- Incumplimiento del deber de denunciar.
- Falsificación de documentos públicos
- Tráfico de influencias
- Encubrimiento.
- Cohecho.
- Fraude
- Actos en perjuicio de la actividad económica o de la contratación
- Incumplimiento del deber de preservar los bienes de entidades económicas.
- Uso indebido de recursos financieros y materiales
- Ocultación u omisión de datos
- Enriquecimiento ilícito
- Malversación
- Soborno a los directivos sindicales y otras disidencias.
- Acoso administrativo, laboral y político, en particular contra los militantes anticorrupción.
En los actos de represalia y castigo contra los activistas anticorrupción, el acoso en su propia tipicidad delictiva, se articula y combina con otros delitos, entre los más recurrentes están:
- Abuso de poder
- Prevaricación
- Imposición indebida de medidas disciplinarias
La criminalización de los activistas anti corrupción, y su judialización en complicidad con los elementos corruptos de los sistemas policiales, fiscales y judiciales capitalistas, son conductas que no aparecen tipificadas en los códigos penales, pero “en hoy por hoy”, están entre los procedimientos de represión y castigo más recurrentes. El sicariato como organización criminal existente en no pocos países, se utiliza como opción para la eliminación física de los militantes anticorrupción.
Martí confirma
Al dar a conocer el clientelismo “por dentro”, colocamos al alcance de los lectores elementos básicos para realizar los imprescindibles ejercicios gnoseológicos de partida. Pero de muy poco valdría este conocimiento, sin fijar la dimensiones ético-axiológica y política que deben sustentar y potenciar la acción. En esta dirección nuestro José Martí (1853-1895) precisa y confirma:
Martí en 1875 afirmaba: “…necio es motejar a una administración porque tiene adeptos, y necio tener a delito la adhesión a los hombres…”7. El Héroe Nacional vivió el drama clientelar del caudillismo en las naciones latinoamericanas, y frente a esta problemática, en 1883 sentenció: para todos los tiempos: “de hombres que no pueden vivir por sí, sino apegados a un caudillo que los favorece, usa y mal usa, no se hacen pueblos respetables y duraderos”8
En 1888, a propósito de la campaña electoral en los Estados Unidos Martí subrayó la honestidad en el servicio público: “…emplear en nuestro beneficio exclusivo lo que no es nuestro, es un robo…Es un ladrón el hombre egoísta. Es un ladrón el político interesado”9
Notas:
1 Javier Moreno Luzon: Teoría del clientelismo y estudio de la política caciquil, Revista de Estudios Políticos (Nueva Época) Núm. 89. Julio-Septiembre 1995, p 1995. Disponible en: https://www.cepc.gob.es/sites/default/files/2021-12/16961repne089190.pdf
2 José Cazorla: Del clientelismo tradicional al clientelismo de partido: evolución y características, Working Paper n.55 Barcelona 1992. Disponible en: file:///E:/28-1-23/Corrupción/INSUMOS/CLIEN TELISMO/Corrupción/16324.pdf;
3 Marc Bloch: La sociedad feudal. La formación de los vínculos de dependencia, México, Uteha, 1979, p. 170
4 Luigi Graziano: «Introduction», en International Political Science Review, vol. 4 (1983), pp. 425- 432, (número monográfico sobre el clientelismo).
5 J. Boissevain: Friends of Friends. Networks, manipulators and coalitions, Oxford, Basil Blackwell, 1974.
6 Horacio Baltazar Robles: El clientelismo político en los análisis del populismo, Universidad Nacional de La Plata, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Terceras Jornadas de Sociología, La Plata 2003. Disponible en: file:///E:/28-1-23/Corrupción /INSUMOS /CLIENTELISMO/Corrupción/El_clientelismo_político_en_los_análisis_del_populismo.6985.pdf-PD FA.pdf; Osmar Gonzales: Los orígenes del populismo latinoamericano: Una mirada diferente, Cuadernos del Cendes, CDC v.24 n.66 Caracas dic. 2007. Disponible en: http://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1012-25082007000300005; Sebastián Giménez: Entre la democracia, el liberalismo, el clientelismo y el populismo: dilemas del peronismo en la Argentina “democrática”, Universidad Nacional de La Plata, Buenos Aires, 2007. Disponible en: https://core.ac.uk/download/pdf/15770345.pdf.
7 José Martí Pérez: “Escenas mexicanas”, Revista Universal, 1875. En: Obras Completas, tomo 6, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p 259.
8 José Martí Pérez:” Escuela de Artes y Oficios”, La América, 1883. En Obras Completas tomo 8, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p 285.
9 José Martí Pérez: “La campaña electoral en los Estados Unidos”, 1888. En Obras Completas, tomo 12, pp. 43-44
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