LA HABANA. En el último año ha reaparecido, luego de un largo olvido, uno de los temas esenciales en cualquier debate serio sobre desarrollo económico: los encadenamientos productivos. Una de las características históricas de la economía cubana ha sido su débil integración interna. Precisamente, uno de los factores explicativos de la alta dependencia importadora y el bajo aprovechamiento de las capacidades instaladas es la debilidad de las cadenas productivas domésticas. Es bien sabido que la salud de una economía depende en gran medida de la densidad y complejidad de los eslabonamientos que conforman el tejido productivo.
Los obstáculos que se verifican en el contexto cubano son complejos, y tienen que ver tanto con aspectos de la estructura económica tradicional como con las propias características del sistema de planificación central. Se pueden prever tres áreas en las que se puede proyectar con mayor empeño las políticas públicas.
Un primer problema tiene que ver con las características de los sectores que han liderado el crecimiento económico en décadas recientes. Aunque era una actividad primaria, el complejo azucarero logró desarrollar una densa red de encadenamientos con otras ramas, llegando a convertirse en la única cadena productiva hasta 1989. Ni el turismo, la fabricación de medicamentos, el níquel o los servicios médicos han logrado crear arrastres que rivalicen con la industria del dulce. Por un lado, en ello han incidido las propias carencias de las políticas domésticas, generalmente más enfocadas en controlar el ingreso que en desarrollar las actividades conexas. Ahora se retoma la experiencia de FINATUR, lo más cercano a un banco de desarrollo que tuvo Cuba en la década de los noventa. Nadie puede explicar por qué se abandonó entonces. Por otro, parece claro que el envío de profesionales al exterior no brinda muchas oportunidades para conectar a otras industrias del país.
La densidad de los encadenamientos productivos también depende del marco normativo que regula los diversos tipos de relaciones que se establecen entre entidades (compra-venta, cooperación, asociación comercial, inversión conjunta). El modelo cubano se ha caracterizado por la sustitución de relaciones monetario-mercantiles por otras de tipo administrativo, jerárquicas y verticales. En estos contextos, las relaciones horizontales se debilitan y responden en gran medida a la estructura institucional, determinada por un número de ministerios e institutos centrales y sus respectivas representaciones territoriales. Todo ello se acompaña de la escasa autonomía en que se desenvuelve la toma de decisiones en las empresas y la débil integración de las diferentes formas de propiedad, lo que da cuenta de la desarticulación interna de la economía.
Otro grupo de obstáculos se origina en los límites para el establecimiento de vínculos entre empresas de diferente tipo de propiedad, forma de gestión, radicación, entre otros. Un elemento de particular importancia desde principios de la década de los noventa reside en el efecto que tiene la dualidad monetaria y cambiaria en la segmentación del mercado interno, a través de la existencia de barreras a la compra de bienes y servicios entre entidades que operan en monedas diferentes. Solo recientemente se han dado algunos pasos hacia la eliminación de algunas trabas que impiden que el sector privado o cooperativo se “encadene” con las empresas estatales o mixtas.
La operatoria del sistema de dualidad monetaria y multiplicidad cambiaria hace su parte también. La desconexión entre los precios externos e internos impide una evaluación efectiva de las alternativas de sustitución que pueden verificarse en el mercado doméstico. Los precios internos pueden manipularse, pero no los externos. No resulta extraño que todos los llamados a avanzar en la sustitución de importaciones hayan sido bastante estériles. Lo que resulta bastante increíble es que esto haya sido cierto incluso para aquellas actividades en las que Cuba tiene una ventaja competitiva clara, como en la producción de un amplio surtido de alimentos. Tampoco se trata de actividades especialmente complejas. Todo ello da una idea de la grave paralización que padece nuestro sistema productivo.
Por último, el estado de la infraestructura, en tanto soporte material sobre el que transcurren los flujos más importantes de una economía (trabajo, capital, bienes, insumos, información, datos y conocimiento), es básico para entender las relaciones que pueden establecerse entre los distintos actores en una economía. Aunque el componente digital gana peso en las economías contemporáneas, una parte mayoritaria de los flujos continúan siendo físicos, y por tanto dependen de las redes tradicionales: carreteras, ferrocarriles, puertos y aeropuertos.
Incluso en una economía de servicios, se incrementa notablemente el desplazamiento de las personas, en tanto son ellas mismas los clientes y proveedores. Si esas redes acusan retraso o son ineficientes, se inhiben las relaciones entre los agentes. Resulta común pensar que las redes de la información y datos reemplazan a las tradicionales, aunque en realidad las complementan. Por ello, la informatización no resuelve por sí misma los problemas intrínsecos de ineficiencia que llegan de épocas anteriores. Este es un aspecto a tener en cuenta en los momentos actuales, donde prima cierta “euforia” sobre las posibilidades de Internet y las aplicaciones informáticas para resolver defectos clásicos de nuestra economía.
El punto de partida de cualquier política de desarrollo en Cuba tiene que reconocer que las barreras que segmentan la economía doméstica en base a los criterios esbozados anteriormente conducen inevitablemente a un bajo nivel de eficiencia general, pobre aprovechamiento de los factores productivos internos, baja utilización de las capacidades instaladas y, sobre todo, una sobre ponderación de los factores e insumos importados en relación a los propios. Son antológicos tanto el bajo aprovechamiento de la tierra en un país que es importador neto de alimentos; como la coexistencia de demanda insatisfecha, capacidades productivas inutilizadas y una presión incesante para el incremento de las importaciones.
En ese razonamiento, deben ser revaluados con seriedad los principios de subsidiaridad de unas formas de propiedad en relación a otras, y la extrema segmentación a que se ha sometido al sistema económico en su conjunto. Es muy posible que las pérdidas de eficiencia de este arreglo sean muy superiores a cualquier ganancia redistributiva a la que, lamentablemente se continúa apelando.
Un sensato proceso de unificación monetaria y cambiaria es un paso necesario en el desmontaje de las barreras antes discutidas. Pero no es suficiente. Es preciso una profunda restructuración empresarial que cambie radicalmente la regulación de las empresas, y las dote de capacidad real para establecer relaciones horizontales con sus contrapartes de cualquier categoría. Deshacer la administración vertical de la economía sería otro paso en esa dirección. Se podría, por ejemplo, desconectar a las empresas de los ministerios.
La mejoría en la disponibilidad de datos para acometer análisis más robustos es otra necesidad. La tabla insumo-producto, que es la herramienta analítica por excelencia, está ausente de nuestro panorama estadístico. Eso tendrá que cambiar, como muchas otras desviaciones.
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