Por Tirso.W.Saenz
CAPÍTULO 3
LA
INDUSTRIA CUBANA ANTES DE LA REVOLUCION[1]
El
análisis de la concepción, la estrategia y las medidas relativas al desarrollo
industrial tomadas en el Ministerio de Industrias, estrechamente vinculadas al
desarrollo político, económico, social, científico y tecnológico de la sociedad
cubana, debe realizarse teniendo en cuenta un conjunto de factores presentes
antes del triunfo de la Revolución e inmediatamente después de ella. Esto
permite poder apreciar mejor y comprender la labor del Che en su participación
protagónica en la construcción de una nueva sociedad en Cuba.
La
contribución del Che en el Ministerio de Industrias se fundamentaba en el
criterio de recuperar el débil parque productivo cubano y construir nuevas
bases productivas, sustentando todo sobre bases ideológicas para el desarrollo
de un nuevo país, de una nueva sociedad.
Para
que el lector pueda comprender bien ese proceso, es necesario presentar el
panorama de la economía y de la industria cubana antes de la Revolución.
La
economía cubana en 1959 se caracterizaba por los rasgos negativos impuestos por
su pasado colonial y neocolonial entre ellas, un carácter marcadamente
estático, ya que las tasas de crecimiento del ingreso nacional y de la
población eran similares. Su estructura económica y sus características más
definitorias radicaban en su condición de país agrícola, monoproductor y
monoexportador. En este sentido la industria azucarera, la cual, desde
principios de siglo hasta 1958, producía entre el 25% y el 40% del ingreso
nacional,
Esto
se debía a la existencia de intereses disímiles y contradictorios entre los
cuales predominaban el de los grupos financieros extranjeros, principalmente
norteamericanos, que no estaban interesados de manera alguna en un desarrollo armónico
cubano y que controlaban los sectores claves de la economía: azúcar, energía,
servicios telefónicos, níquel y tabaco entre otros[2].
Debido
básicamente a estos factores, la economía de Cuba, en los años comprendidos
entre 1950 y 1959, dadas sus características estructurales, se encontraba a las
puertas de una larga, severa y profunda crisis.
El
bajo nivel de desarrollo de la industria se evidenciaba no sólo en su bajo
nivel de participación en la creación del ingreso nacional, sino también en la
reducción de su participación al 13%, excluida la industria azucarera.
El
grado de explotación de la capacidad instalada era sumamente bajo. Era
relevante la casi inexistencia de la industria mecánica y el insuficiente
desarrollo de la industria química.
Por otra
parte, la escasísima investigación que se llevaba a efecto en las universidades
era producto del esfuerzo personal de determinados profesores y no se
encontraba en general, vinculada con temas referidos a la economía, sino con
los intereses académicos de sus ejecutantes.
Entre
las condiciones y factores que conformaban la situación industrial de Cuba en
aquella época y que pudieran considerarse como un punto de partida para el
abordaje de problemas a ser enfrentados por el Ministerio de Industria, se destacan:
Ø
El elevado grado de
dependencia de las industrias con respecto a Estados Unidos con respecto al
suministro de materias primas, equipos y tecnologías.
Ø
El frágil parque industrial
cubano, formado por número relativamente reducido de industrias con actividades
heterogéneas, de las cuales una elevada proporción eran centros manufactureros
de carácter artesanal. Por otra parte, las pocas industrias existentes, el 75%
de las no azucareras se concentraban en la antigua provincia de la Habana.
Ø
La falta de industrias en el
interior del país, agravaba los serios problemas de desempleo en esas regiones
Ø
La falta de una base propia de
materias primas.
Ø
La débil, casi inexistente,
capacidad nacional de producción de piezas de repuesto y equipamientos.
Ø
El escaso número, en general,
de personal técnico calificado para abordar planes futuros de
industrialización. Esta situación se agravó casi inmediatamente por la fuga de
cerebros promovida por el gobierno norteamericano.
Ø
El insuficiente nivel técnico
y cultural de los trabajadores.
Ø
La falta de capacidades
propias de investigación y desarrollo tecnológico.
Ø La
falta de planes formalizados de desarrollo económico y social[3].
·
La dependencia respecto a
Estados Unidos[4].
El
gobierno de Estados Unidos, mediante el Banco Internacional de Reconstrucción y
Fomento, envió a Cuba una delegación de especialistas a Cuba, conocida como
Misión Truslow, la que trabajó desde julio de 1950 hasta junio de 1951, la cual
realizó un voluminoso y pormenorizado análisis de la situación económica y
social del país. En sus comentarios iniciales la Misión señalaba:
El actual nivel de vida del
cubano... depende principalmente de una industria que hace muchos años dejó de
crecer. Algunas actividades se han expandido... pero en relación con la necesidad
de empleo de la población actual y futura, el crecimiento de las empresas ha
sido desalentadoramente bajo[5].
Este
grado de dependencia tecnológica con respecto a Estados Unidos en relación a
los sectores claves de la economía: azúcar, energía, servicios telefónicos y
níquel, entre otros, así como de las industrias más importantes y complejas,
era uno de los factores más relevantes que tenía que enfrentar la Revolución
desde un punto de vista industrial. Como resultado del crecimiento de la
industria azucarera hasta 1927 - año en que se construyó en aquella época el
último central azucarero[6]
- se produjo una intensa transferencia de tecnología asociada al desarrollo de
esa industria. Esa transferencia era totalmente controlada por los grupos
financieros monopolistas más importantes de Estados Unidos y servía
exclusivamente a sus intereses. Los molinos de las mayores fábricas de azúcar
provenían de la Farrel Company o de la Fulton Iron Works; los turbo-generadores
de la General Electric y las locomotoras de la Baldwin Locomotive Works. En el
sector de la construcción, buena parte del cemento, las vigas, las planchas de
acero y hasta los clavos y tornillos se importaban de los Estados Unidos. Por
ejemplo, la industria de refinación de petróleo, en cuanto a materiales,
equipos, piezas de repuesto y tecnología, era totalmente dependiente de los
Estados Unidos.
El
auge sin precedentes de las fuerzas productivas en Cuba después de la Primera
Guerra Mundial – originado por una rápida, aunque efímera bonanza, en la
industria azucarera - dependió, en una medida casi absoluta, de la
transferencia de tecnología de Estados Unidos[7]
Como
decía el Departamento de Comercio de Estados Unidos, el negocio había llegado a
un punto de “saturación”; por otro lado, se programaron inversiones en la
industria eléctrica, la refinación de petróleo, la minería y las manufacturas.
A este movimiento estratégico del capital estadounidense trató de dársele la
categoría de “proceso de industrialización del país”.
Uno de
los rasgos más definitorios de esta situación era una acentuada dependencia
tecnológica, en la cual, a la ausencia de facilidades experimentales y de
investigación, que impedía una asimilación activa de la tecnología que se
transfería, se unía la debilidad de la industria mecánica y el bajo potencial
de proyectos de ingeniería y de bases de construcción y montaje industrial.
Todo ello era consecuencia directa de la falta de una estrategia nacional en
cuanto a las inversiones.
La
dependencia tecnológica no sólo era de importaciones intelectuales en su forma
materializada, como la importación de tecnología, el sistema de normas
técnicas, de patentes y licencias, sino también en su forma “viva”, bajo la
forma de importación de capital humano: expertos y asesores.
La
generación de tecnología fue – salvo en momentos muy contados - prácticamente
inexistente. Sólo la industria azucarera presentaba, dentro de un contexto
general poco viable, algunos ejemplos de innovaciones tecnológicas. Aunque en
la década del 40, pese a todos los factores adversos, existía un mínimo de
recursos humanos capaces – quienes construyeron más de 30 destilerías durante
la Segunda Guerra Mundial[8] -
las innovaciones tecnológicas de mayor envergadura se realizaban fuera del
país, sin la participación de técnicos cubanos. Este fue el caso de las
tecnologías específicas para procesar los minerales lateríticos[9],
materializadas en las grandes plantas de Nicaro y Moa, en la parte nororiental
del país.
Al
mismo tiempo, el llamado proceso de industrialización acentuó la dependencia de
materias primas y portadores energéticos importados, sin que se desarrollara un
esfuerzo científico y tecnológico integral para determinar y establecer una
base propia en esta esfera.
·
Las características de la industria cubana
En
1959, la industria cubana presentaba una situación de dualismo tecnológico; la
producción artesanal coexistía con la producción mecanizada – aunque obsoleta
en muchos casos - y con la tecnología moderna. Las instalaciones industriales
de tecnologías más modernas – verdaderos enclaves - pertenecían en su casi
totalidad a empresas transnacionales, las cuales, a su vez, ejercían una gran
influencia sobre los gobiernos de etapas anteriores.
Existían
alrededor de ocho fábricas de cigarros y veinte de tabaco torcido a mano, donde
casi no se había introducido la mecanización.
La
industria también estaba concentrada geográficamente. El 70% de la producción
industrial no azucarera se localizaba en un radio de 70 km. alrededor de la
ciudad de La Habana; por su puerto se realizaba entre el 80 y el 90% de las
importaciones; se generaba el 85% de
la energía eléctrica; y se
encontraba el 87% de los teléfonos. La antigua provincia de La Habana absorbía
el 80% de las construcciones.
Entre
las industrias iniciadas y/o en construidas en este periodo fueron la planta
metalúrgica Antillana de Acero, la planta química de Sulfometales en Pinar del
Río. La planta de fertilizantes Cubanitro en Matanzas, la planta extractora de
aceite de soya ubicada en Regla y las plantas de cemento de Santiago de Cuba y
Artemisa.
Entre
1950 y 1958, como ya expresamos anteriormente, las inversiones norteamericanas
crecieron en un 52. Las principales inversiones fueron:
Ø
en la industria del níquel: la
ampliación de la planta de Nicaro, propiedad del gobierno de los Estados
Unidos, la que inició sus operaciones durante la Segunda Guerra Mundial, debido
a las necesidades de la industria bélica norteamericana; y el inicio de la
construcción de una nueva planta en Moa, propiedad de la Freeport Sulphur Co.
Ø
las refinerías de petróleo de
la Standard Oil y la Shell en La Habana y la de la Texas Oil en Santiago de
Cuba.
Ø
la generación de electricidad
estaba en manos de la Electric Bond and Share, la que construyó, en la década
de los 50s, la planta termoeléctrica de Regla, en La Habana.
Ø
las comunicaciones telefónicas
eran propiedad de la International Telephone and Telegraph (ITT);
Ø
la planta de rayón en
Matanzas. Este fue un típico negocio sucio de la época. Su dueño, el
norteamericano Burke Hedges, al aducir que la planta producía pérdidas, la
vendió al gobierno de Fulgencio Batista a un precio elevadísimo. Poco tiempo
después, Mr. Hedges la volvió a comprar al gobierno cubano, a un precio muy
bajo.
Ø
tres instalaciones de
neumáticos (Goodridge, Firestone, U.S. Royal);
Ø
la primera fábrica de envases
de vidrio, propiedad de la Owen Illinois;
Ø
las fábricas de envases
metálicos, de la Continental Can Corporation y los de aluminio, de la Reynolds
Aluminum Co.;
Ø
la totalidad de la producción
de detergentes y una elevada proporción de la de jabones estaban controlados
por la Colgate Palmolive y la Procter and Gamble.
Ø
una fundición de tuberías de
hierro;
Ø
tres fábricas de pintura pertenecientes a
Sherwin-Williams, Glidden y Dupont.
Algunas
industrias nacionales fueron creadas con el criterio de sustitución de
importaciones:
Ø
La planta “Antillana de Acero”
en San José de las Lajas, actual provincia de La Habana, para la producción de
acero a base de chatarra y arrabio importado.
Ø
La planta de Sulfometales en
Santa Lucía. Pinar del Río, para la producción de ácido sulfúrico a partir de
minerales cubanos de pirita[10].
Ø
La planta Cubanitro en
Matanzas, para la producción de fertilizantes nitrogenados.
Ø
Las plantas de cemento de
Santiago de Cuba y de Artemisa. Anteriormente existía una planta mayor en
Mariel, La Habana.
Ø
La planta extractora de aceite
de soya en Regla, La Habana.
La
característica, en general, de las inversiones industriales realizadas en Cuba
en ese período consistía en su baja eficiencia económica. Así tenemos que la siderúrgica
Antillana de Acero y la extractora de aceite de soya constituían desechos de la
industria norteamericana, vendidas a título de tecnología actualizada; la
planta Cubanitro sólo tenía capacidad para 30.000 toneladas de amoniaco y
estaba también provista de una tecnología atrasada; la planta de Sulfometales
nunca pudo conseguir su capacidad de diseño (30-40%) debido a que su proceso no
se adaptaba a las características de las materias primas. A esto se añadía la
localización irracional y antieconómica de muchas de las plantas industriales
en esta época.
El
crecimiento industrial que Cuba experimentó después de la Segunda Guerra
Mundial, no estaba dirigido a producir un verdadero desarrollo económico
nacional. Este proceso de transnacionalización en industrias agrupadas
fundamentalmente alrededor de La Habana, estaba dirigido, en buena medida, a
satisfacer el consumo suntuario de las capas de más altos ingresos, que,
lógicamente para aquellos tiempos, se concentraba en la capital. Así, el
esquema de producción de las refinerías de petróleo era para incrementar la
producción de gasolina para automóviles y de gas licuado mediante la
instalación de una moderna planta de craqueo catalítico. En este mismo sentido
las fábricas de neumáticos satisfacían las crecientes demandas de los dueños de
automóviles. En Cuba, después de la Segunda Guerra Mundial, se importaban más
automóviles que tractores[11]
Un
informe de la Electric Bond and Share de finales de los años 50 señalaba que el
crecimiento de la generación de electricidad se basaría casi exclusivamente en
el incremento de consumos de climatizadores, refrigeradores y cocinas
eléctricas, a cuyos fines se elaboró y ejecutó una intensa campaña
publicitaria.
Sin
embargo, afines de los años 50s, todo parece indicar que, en lo referente a las
inversiones norteamericanas en Cuba, se gestionaba un cambio en la estructura
por sectores.
Todo
lo anterior era un reflejo del modo de producción, de las relaciones de
producción y de la estructura dependiente de la economía y la sociedad cubanas[12].
Ø
Materias primas y recursos
naturales propios
Salvo
el azúcar para una parte de la industria alimenticia; tabaco para la producción
nacional y la exportación; escasas cantidades de sebo vacuno – menos del 20%
del requerimiento de la industria - para la producción de jabones;
reducidísimas producciones de fertilizantes, las cuales a su vez requerían de
insumos de importación: azufre, amoniaco, etc., entre otras pocas, todo lo
demás se importaba principalmente de Estados Unidos. Según un tristemente dicho
jocoso de la época, Cuba era un país de sobremesa:” azúcar, café, tabaco y ron”.
Al
mismo tiempo, el llamado proceso de industrialización desarrollado en la década
de 1950 acentuó la dependencia de materias primas y portadores energéticos
importados, sin un esfuerzo científico y tecnológico para establecer una base
propia, endógena, capaz de apoyar el desarrollo del sector.
Desde
antes de 1898 ya existían empresas norteamericanas que explotaban los recursos
naturales de Cuba; sin embargo, con la primera intervención de Estados Unidos
(1898-1902), su actividad en este sector aumentó considerablemente. A petición
del general Leonard Wood, interventor norteamericano en el país, el Gobierno de
Estados Unidos envió a Cuba, en 1901, una comisión de especialistas del US
Geological Survey con el fin de evaluar la cuantía de los recursos minerales de
la isla.
En
última instancia, los objetivos de esta misión no eran científicos, sino de
saqueo económico: determinar las posibilidades de explotación de los minerales
cubanos por parte de los Estados Unidos. El resultado de ese verdadero
espionaje, publicado en 1901 en inglés, no se tradujo al español y se dio a la
publicidad en Cuba hasta 16 años después. Estaba casi integralmente volcado al
estudio, sobre la base de datos que la misión extrajo de las publicaciones
disponibles hasta esos momentos, de los yacimientos minerales ya conocidos.
Los
intereses norteamericanos sólo explotarían sus denuncios mineros en una pequeña
proporción consideradas en su totalidad, pero se asegurarían su control. En
1958, una parte de los yacimientos de lateritas – Cuba tiene una de las mayores
reservas del mundo - era propiedad del Estado norteamericano y la otra, de una
empresa privada, también norteamericana.
No
obstante, un número relativamente
alto de diversos estudios geológicos realizados, en las primeras décadas del
siglo XX, por algunos especialistas cubanos y un nutrido número de extranjeros,
no tuvo la unidad y el propósito, planificado, necesarios para lograr un cabal
conocimiento científico que permitiera aprovecharlos en todos sentidos para el
desarrollo económico de la nación[13].
Para
integrar las informaciones existentes en el ámbito geológico, en la década del
40 se iniciaron las labores de la Comisión del Mapa Geológico de Cuba, la cual
aunque contó con precarios recursos para practicar los trabajos de campo
necesarios y afrontó repetidas crisis por falta de apoyo oficial, realizó una
meritoria labor que tuvo como resultado la impresión y publicación en 1946 de
un croquis geológico a escala 1:1 000 000 y otro minero, a igual escala, que
constituyeron modestas contribuciones cubanas al estudio geológico de nuestro
país[14].
Ø Piezas
de repuesto y equipamientos
Al triunfo
de la Revolución, sólo existían algunos talleres para reparaciones, sobre todo
en los centrales azucareros, en la industria del petróleo, en la del níquel y
otras pocas más; sin embargo, muchas de las piezas de repuesto necesarias para
las industrias más avanzadas eran de tal complejidad tecnológica, que no podían
ser fabricadas por los mismos. El país carecía de una industria mecánica que le
permitiera resolver los graves problemas que le presentaba el bloqueo. Salvo
los mencionados anteriormente, los pequeñísimos talleres existentes eran
incapaces de producir piezas o equipos. Ni su base material lo permitía, pues
eran máquinas herramientas obsoletas y de escasa precisión, ni los operarios
tenían la calificación suficiente.
Por
otra parte, como escribiera José Altshuler:
...los estudios de
ingeniería estaban mucho menos orientados hacia la construcción de nuevos
equipos y hacia la creación de nuevas tecnologías que hacia la ingeniería de
sistemas de equipos, dispositivos y métodos ya conocidos. Esta tendencia
reflejaba el grado de dependencia económica en que se desarrolló nuestro país
durante largo tiempo[15].
Los
“ingenieros de catálogos”, según Altshuler[16],
no escaseaban en nuestro país. Sin necesidad de apoyarse en un trabajo
experimental o de desarrollo técnico; sin necesidad de preocuparse mucho – a la
hora de encargar un equipo - por
saber cómo se efectuaba, por ejemplo, el revestimiento especial para los
trópicos, o qué aleación precisa debía utilizarse en las partes expuestas a
corrosión o desgaste, o cómo pudiera construirse determinada pieza de repuesto
o aditamento para el mismo, simplemente leía en los prospectos los datos
técnicos y confeccionaba una relación de lo necesitado; en situaciones más o
menos complicadas consultaba al representante de la firma vendedora.[17]
Esta
ausencia de base material, de recursos humanos calificados y, consecuentemente,
de tradición en la fabricación de piezas de repuesto y maquinarias constituyó
una dificultad de primer orden que hubo que encarar.
Ø Los
recursos humanos
En
vísperas de la Revolución en 1958, había en Cuba casi un millón de analfabetos
y sólo recibían educación primaria 717 mil alumnos; la mitad de los niños en
edad de asistir a la escuela no lo hacían[18].
La educación técnica de nivel medio era muy escasa; se concentraba en las
llamadas escuelas de Artes y Oficios. La educación superior no estaba preparada
para satisfacer las demandas que reclamaba el desarrollo, tanto en el orden de
la cantidad de especialistas que se debían formar, como en el de los perfiles
necesarios y la calidad requerida. En la estructura de la matrícula, las
humanidades alcanzaban un 23% y la tecnología sólo un 11%. La formación se caracterizaba
por ser en gran parte teórica, alejada de la práctica y muy desvinculada de las
realidades del país.
Ø Investigación
y desarrollo tecnológico
En
Cuba, en el período anterior a 1959, la subordinación económica y política a
Estados Unidos frenó el desarrollo científico y tecnológico y tuvo como
resultado una virtualmente nula capacidad resolutiva del país en esta esfera.
Incluso allí, donde, por diferentes motivos, surgió un mínimo potencial
científico y tecnológico, el intrínsecamente contradictorio proceso económico y
social dificultaba o impedía su alineación en función de objetivos válidos a
todo lo ancho de la sociedad.
En
1950, la misión enviada a Cuba por el Banco Internacional de Reconstrucción y
Fomento (IBRD en inglés), conocida como la Misión Truslow, no encontró - en su
opinión - ningún laboratorio adecuado de investigación aplicada, público o
privado, aunque en este último sector existían algunos pequeños laboratorios,
prácticamente dedicados todos al control de la calidad o al ajuste de las
características externas y más superficiales de los productos a las necesidades
del consumo. En Cuba - se lee en el
informe rendido por la Misión -, raras
veces se interesa un ingeniero o un químico en realizar investigaciones
aplicadas, y en cambio, prefiere el trabajo operativo[19].
Hasta
1958, las actividades del Instituto Cubano de Investigaciones Tecnológicas
(ICIT) – creado en 1955 como organismo autónomo del Estado, a imagen y
semejanza de la institución de investigaciones propuesta por la Misión -
constituían un muestrario de débiles e inconexos esfuerzos. Un somero examen de
sus publicaciones permite afirmar que en la práctica no contribuyeron al
desarrollo tecnológico del país. Las nuevas inversiones llegaron demasiado
tarde; y, sobre todo insertado a bombo y platillo en el simulacro de
diversificación industrial que, ante la asfixiante situación del mercado
azucarero capitalista, organizó Fulgencio Batista durante su dictadura.
El
financiamiento de la investigación azucarera, el renglón fundamental de la
economía, era exiguo; en la década del 50, la cifra oscilaba entre los 60 000 y
los 80 000 pesos[20]
anuales, obtenidos por la Asociación de Hacendados como contribución voluntaria
de los centrales azucareros. Las contribuciones se hacían a la Sugar Research
Foundation en Nueva York, sobre todo para la realización de investigaciones de
carácter básico y no aplicado. Esta institución no investigaba acerca de la
producción en sí, sino los posibles usos del azúcar.
El
único esfuerzo de investigación aplicada que llegó a materializarse en una
instalación industrial de cierta envergadura, se relacionaba con el proceso
llamado La Roza para la utilización de pulpa química de bagazo en la producción
de papel periódico. A la luz del conocimiento adquirido acerca de las
características del bagazo y con la experiencia ganada en éste y otros
intentos, en la actualidad resultan evidentes las insuficiencias técnicas y
económicas del proceso desarrollado. Al iniciar la fábrica su operación, se
desplegó una extraordinaria propaganda, que formaba parte de la misma
estrategia de la tiranía batistiana para constituir una fachada de desarrollo
económico del país mediante una supuesta diversificación industrial que dio
origen al ICIT. Pero el 31 de diciembre de 1958, la totalidad de la producción
de siete meses, se encontraba almacenada[21].
La
escasísima investigación que se llevaba a efecto en las universidades – como
expresáramos anteriormente - era producto del esfuerzo personal de determinados
profesores y no se encontraba, por lo general, vinculada con los temas
requeridos por la economía nacional, sino por los intereses académicos de sus
ejecutantes.
No
podía, en estas condiciones, hablarse de la ciencia como institución social en
la nación. A ello se unían, como fenómenos derivados de esa subordinación, un
alto índice de analfabetismo, una baja escolaridad de la población en general y
muy bajos niveles de formación de técnicos y especialistas.
La
dependencia externa de toda la economía cubana tendría como consecuencia, en
aquellas condiciones, que la incorporación real de tecnología se produjera sólo
cuando resultaba favorable a intereses foráneos. El sector industrial no
azucarero sometido en definitiva a las decisiones de los grupos oligárquicos
dominantes, era débil y carecía de estrategia. La corrupción administrativa
excluía, por otra parte, la preocupación por el nivel tecnológico apropiado de
aquellas pocas industrias promovidas con capital del Estado.
Esta
fue una época de agudos contrastes técnicos y sociales. Por ejemplo,
coexistiendo con rudimentarios sistemas de comunicación telefónica y la falta
de extensión de esa red, se introdujo y se verificó en Cuba uno de los
principales sistemas conocidos en el mundo basado en el principio de
propagación troposférica para la comunicación telefónica y de televisión a
altas frecuencias sobre el horizonte. Junto a los 200 000 bohíos y chozas, a
las 400 000 familias del campo y la ciudad que vivían hacinadas en barracones y
otras habitaciones precarias, sin las condiciones de salud e higiene más
elementales, se desarrolló, hasta un grado considerable, el cálculo de
complejas estructuras de hormigón, para ello, en Cuba se desarrollaban los
modelos matemáticos y se resolvían en Estados Unidos las ecuaciones
correspondientes por medio de computadoras electrónicas totalmente inexistentes
en el país..
Todas
estas contradicciones, claras expresiones de un desarrollo dependiente extremo
y que provocaron una atroz deformación estructural de la sociedad cubana,
fueron sintetizadas de manera lapidaria por Fidel Castro, cuando en La Historia me absolverá, afirmó que:
Salvo
unas cuantas industrias alimenticias, madereras y textiles, Cuba sigue siendo
una factoría productora de materia prima. Se exporta azúcar para importar
caramelos, se exportan cueros para importar zapatos, se exporta hierro para
importar arados (...) Todo el mundo está de acuerdo en que la necesidad de
industrializar el país es urgente, que hacen falta industrias metalúrgicas,
industrias de papel, industrias químicas, que hay que mejorar las crías, los
cultivos, las técnicas y elaboración de nuestras industrias alimenticias para
que puedan resistir la competencia ruinosa que hacen las industrias europeas
del queso, leche condensada, licores y aceites y las de conservas
norteamericanas; que necesitamos barcos mercantes, que el turismo podría ser
una enorme fuente de riqueza; pero los poseedores del capital exigen que los
obreros pasen bajo las horcas caudinas, el estado se cruza de brazos y la
industrialización espera por las calendas griegas[22].
[1] Una parte importante de este capítulo está
basada en el capítulo ‘Ciencia y técnica en la república neocolonial” en Sáenz
y García Capote, 1980, en Sáenz y García Capote, 1980. 1981, 1989 y 1997; y
Acosta 73.
[2]
Para un análisis detallado del control de la economía cubana por el capital
norteamericano, ver Pino Santos, 1973a y 1973b.
[3]
Sáenz y García Capote, 1980, pp 47-57.
[4]
Para un análisis detallado del control de la economía cubana por el capital
norteamericano, ver Pino Santos, 1973 a y b.
[5]
IBRD 1951, p.145.
[6]
El central Algodonal, luego Salvador Rosales, en la actual provincia de
Santiago de Cuba. Desactivado en el año 2002
[7]
Pino Santos, 1973b p. 54.
[8] Torras, 1984, p.9.
[9]
Minerales ricos en contenido de níquel y cobalto, además de hierro y cromo.
[10] Mineral constituido
principalmente por sulfuro de hierro.
[11]
Pino Santos, op. cit., p.87
[12] Para un
análisis más detenido de las características del sector industrial en Cuba en
1959, ver “El desarrollo industrial de
Cuba, 1966.
[13]
Calvache 1965, p. 16.
[14] Sobre el tema ver Albear 1968,
[15] Ver Altshuler 1962.
[16] ibidem
[17] ibidem
[18] Ver Fernández 1975, p.27.
[19] IBRD, op. cit. pp. 223-228.
[20]
En aquellos momentos el peso cubano se tasaba a la par con el dólar
estadounidense.
[21] Sobre
el tema ver Molina, 1973,
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