Varias de las 15 provincias cubanas muestran insuficientes registros de precipitaciones, pese a encontrarse en pleno periodo lluvioso.
La Habana, 17 jun.- El agricultor cubano José Antonio Casimiro halló en la ancestral técnica de la siembra de agua una oportunidad para satisfacer en su finca las necesidades del recurso y mitigar los efectos cada vez más visibles del cambio climático.
Desde hace 28 años, Casimiro y su familia aplican un manejo sostenible en las 10 hectáreas pertenecientes a Finca del Medio, ubicada aproximadamente en el centro de la alargada isla de Cuba, con poco más de 1200 kilómetros entre sus extremos occidental y oriental.
En 1993, cuando Casimiro y su esposa, Mileidy Rodríguez, decidieron asentarse definitivamente con sus hijos en la hacienda familiar de los abuelos paternos, el lugar se encontraba en estado de deterioro, en un terreno agreste, con suelos muy erosionados ni cercas perimetrales.
Con el auxilio de herramientas surgidas de la inventiva popular, y no menos voluntad, el núcleo familiar actualmente logra autoabastecerse de arroz, frijoles, distintos tipos de tubérculos, hortalizas, leche, huevos, miel, carne, pescado y más de 30 variedades de frutas que allí se obtienen.
“Hemos personalizado la técnica a nuestra forma y posibilidades. Colocamos la mayor cantidad de barreras posibles al agua para retenerla y que corra lo menos posible en la superficie, que penetre en los lugares que estimamos más convenientes”: José Antonio Casimiro.
Las nuevas generaciones de la familia Casimiro-Rodríguez también se han integrado a la producción de alimentos y han logrado convertir a la finca en un referente relacionado con la agroecología, la permacultura, así como por las acciones de educación y socialización de buenas prácticas agrícolas y medioambientales.
Antes del estallido de la pandemia de covid-19, la granja familiar era visitada por turistas como parte de recorridos guiados en los cuales podían interactuar con los cultivos y los animales, bañarse en el embalse, degustar comidas orgánicas y aprender sobre las dinámicas en una explotación y residencia campestre.
Una de las técnicas aplicadas ha sido la llamada siembra de agua, empleada desde hace cientos de años en comunidades del sur de España y los Andes sudamericanos, con el fin de reducir el escurrimiento de las lluvias hacia ríos y mares, y preservar una parte para actividades humanas, agrícolas y ganaderas.
“Hemos personalizado la técnica a nuestra forma y posibilidades. Colocamos la mayor cantidad de barreras posibles al agua para retenerla y que corra lo menos posible en la superficie, que penetre en los lugares que estimamos más convenientes”, explicó Casimiro a IPS vía WhatsApp desde la Finca del Medio, en el poblado de Siguaney, en el municipio de Taguasco, en la provincia de Sancti Spíritus, a unos 350 kilómetros al este de La Habana.
La estrategia incluye la construcción de zanjas y diques de poca altura que retardan la velocidad con la cual el agua se escurre en el terreno, estimula su infiltración (siembra) en el subsuelo y se canaliza hacia depósitos para después recuperarla.
De acuerdo con Casimiro, en semanas recientes “cayeron unos 200 milímetros de lluvia y todavía el agua no ha salido de la finca. Tenemos un pequeño embalse con una capacidad de 54 000 metros cúbicos de agua y barreras de contención que acumulan otros miles de metros cúbicos y se infiltran lentamente”.
Aseguró que el caudal subterráneo no solo beneficia a su hacienda.
“Un campesino en una finca aledaña no ha tenido que volver a acarrear agua de zonas distantes desde que comenzamos a aplicar esta técnica. Su pozo es fértil todo el año”, detalló.
En la Finca del Medio una parte de la lluvia es colectada para uso doméstico, lavado y limpieza, fundamentalmente. Con el uso de sistemas de bombeo alimentados por paneles solares, sistemas eólicos y arietes hidráulicos el líquido se transporta desde el reservorio hasta las zonas más altas.
“Tenemos más de 100 000 litros de agua en tanques, estanques y otros lugares para llevarla luego por gravedad”, complementó el agricultor.
Casimiro opina que sería muy factible estimular iniciativas para un mayor acopio de las precipitaciones, así como incentivar su ahorro y reutilización.
Convivir con la crisis climática
No se trata de un asunto menor para este país asentado en la mayor isla del Caribe, cuya forma alargada y estrecha determina la presencia de ríos cortos y de escaso caudal dependientes de las lluvias, más abundantes en la estación húmeda, de mayo a octubre, y durante el paso de ciclones tropicales.
De 2014 a 2017 el país enfrentó la mayor sequía de los últimos 115 años, que afectó a 70 por ciento de su territorio.
Con precipitaciones medias anuales de 1330 milímetros, diversos estudios pronostican que el clima de Cuba tenderá a menos precipitaciones, mayores temperaturas y sequías más intensas, y que para 2100 la disponibilidad de agua podría reducirse en más de 35 por ciento.
“La sequía es hoy uno de los extremos climáticos al que nos enfrentamos y tiene una complejidad importante. Requiere de ciencia, seguimiento, innovación y perspectivas de evaluación”, afirmó en abril de 2020 la ministra de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, Elba Rosa Pérez, durante una comparecencia televisiva.
Varias de las 15 provincias cubanas muestran insuficientes registros de precipitaciones, pese a encontrarse en pleno periodo lluvioso.
De diciembre a abril solo cayó 54 por ciento de la precipitación histórica, lo que califica como un periodo “severamente seco”, explicó el 13 de mayo en la televisión Antonio Rodríguez, presidente del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos.
Con alrededor de 25 por ciento de su capacidad de llenado, las represas en situación más crítica se observan en la capital y principal núcleo urbano, donde residen 2,2 millones de los 11,2 millones de habitantes del país, ilustró el directivo.
“La lluvia debiera aprovecharse más. Es un agua muy buena para lavar, fregar, limpiar. Recuerdo que en mi niñez muchas casas tenían canaletas en los tejados para recoger la lluvia, depositarla en aljibes y usarla luego. Eso se ha perdido”, señaló a IPS Asunción Batista, una veterana residente en la ciudad de Holguín, a 685 kilómetros al este de La Habana.
El reto de aprovechar mejor el agua
La isla tiene una capacidad de almacenamiento de más de 9000 millones de metros cúbicos, distribuidas en más de 240 embalses que junto a una red de plantas de tratamiento garantizan el acceso a agua potable a más de 95 por ciento de la población, y abastecen industrias y el riego agrícola.
En los últimos años, y con respaldado de fondos de la colaboración internacional, el gobierno ha buscado ampliar y modernizar la infraestructura hidráulica.
Sobresalen más de una decena de trasvases, estratégicas obras ingenieras para controlar posibles inundaciones y derivar el agua a grandes distancias, a fin de sustentar producciones agropecuarias, además de suministrarla a comunidades y polos turísticos.
No obstante, todavía 42 por ciento del agua bombeada se pierde por fugas y roturas en las envejecidas conductoras, así como en las redes intradomiciliarias, muestran datos oficiales.
“Una política agraria que estimule e incentive la siembra de agua por parte de los productores, pudiera resultar algo positivo para el país y las familias en zonas rurales y semirurales”, argumentó Casimiro.
Enfatizó que “los campesinos son conscientes de las afectaciones del cambio climático, pero el costo de lo que hay que hacer para prepararse muchas veces no está a su alcance. El nivel cultural también falta”, completó el agricultor.
Una estrategia que aporte algunos insumos e incentive una cultura de recolección de las lluvias, así como un uso más racional, pudiera incrementar la disponibilidad del líquido en zonas donde el acceso al agua pudiera verse afectado en un futuro no muy lejano.
El gobierno cubano ha focalizado en el ámbito local uno de los ejes fundamentales de su Plan de desarrollo hasta 2030, mientras considera la producción de alimentos un asunto de seguridad nacional.
Desde 2017 la Ley No.124 de las Aguas Terrestres pauta la gestión integrada y sostenible del recurso.
Además, el país también se comprometió con el cumplimiento de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), adoptados por Naciones Unidas en 2015, el sexto de los cuales proyecta el acceso a agua limpia y saneamiento para toda la población para 2030.
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