Illustration: Liu Rui/GT
El presidente Joe Biden tendrá tres cumbres cruciales del 11 al 16 de junio: 1) con el G-7 en Cornwall (Inglaterra); 2) con la OTAN en Bruselas, y 3) con el zar Vlady Putin en Ginebra. Biden intenta restaurar las alianzas transatlánticas que han sufrido un fuerte golpe a la confianza mutua debido al ciberespionaje de la Agencia de Seguridad Nacional a los mandatarios de Alemania y Francia con la complicidad de Dinamarca.
El G-7 intenta recuperar su relevancia financierista y acaba de realizar un acuerdo histórico para gravar las transacciones digitales en los paraísos fiscales del Big Tech de Silicon Valley (https://bit.ly/34Y75ZS).
Por salud mental dialéctica es importante conocer la antítesis que enuncia Yang Xiyu (YX), investigador del Instituto de Estudios Internacionales de China, en el rotativo oficioso Global Times: Adiós a los días del G-7 en la etapa de la desamericanización(https://bit.ly/3x8ttvK).
YX juzga que ni siquiera vale la pena ver la influencia y poder del G-7: una criatura de la edad pasada, debido a que el centro de gravedad político y económico del mundo ha girado al Este.
A juicio de YX, el ascenso de las economías asiáticas y mecanismos como el G-20 –producto de la grave crisis financierista de 2008– han reducido la influencia del G-7, que antecedió a la crisis petrolera de 1973.
Si la misión del G-7 fue fortalecer la gobernación financiera internacional, pues habrá sido un fracaso absoluto, ya que su peor error fue haber excluido a los países en vías de desarrollo o a otras plataformas para la gobernación multilateral cuando la “política global y las estructuras de seguridad (sic) y el orden financiero y económico internacional se han vuelto cada vez más insostenibles”, mientras un nuevo orden mundial está lejos de ser configurado.
La participación nada desdeñable este año de India, Corea del Sur y Australia tiene como objetivo incrementar el peso de Estados Unidos en las áreas financiera y económica del mundo y “expandir los valores (sic)estadunidenses” para “conformar un bloque democrático global” (sic). El problema subyace en que la influencia de Estados Unidos ha declinado en las áreas financiera y económica del mundo.
YX juzga que EU y los países europeos tienen sustanciales diferentes puntos de vista hacia China cuando “los europeos no apoyan convertir al G-7 en un bloque democráticocontra China.
¿Contempla la dupla anglosajona de EU y Gran Bretaña expandir el G-7 a un G-10 con la incorporación de India, Corea del Sur y Australia, tres miembros del QUAD, el grupo cuatripartita que encabeza EU en la región Indo-Pacífico? El tal bloque democrático global, que subsume el proyectado G-10, va dirigido contra China.
¿Dejó Biden a Rusia fuera para no entorpecer su próxima cumbre en búsqueda de un etéreo G-2 geoestratégico contra China?
Para YX, el G-20 –donde participan China y países en vías de desarrollo– juega un papel más importante en la economía internacional. Al haber sido superado en el ámbito de la competitividad geoeconómica, EU ahora eleva su puja mediante sus cartas geopolíticas: pasa de configuraciones de coalición a abiertas tácticas de supresión.
YX vaticina que se trata de una “viciosa (sic)competencia” cuando el resultado final será una sistemática desamericanización en el mundo: en el largo plazo no será China la que estará aislada en el mundo, sino que será EU el que se aislará del mundo. Concluye que después de todo, EU es un país hegemónico que ha destruido el edificio del orden internacional.
¿Es el G-7, fundado hace 48 años, una reliquia del pasado, de lo que Biden no se da cuenta o simula no percatarse?
Yo matizaría: el G-7 ya no domina financiera ni políticamente al mundo, cuya paroxística influencia la alcanzó con la globalización financierista y el colapso de la ex-URSS cuando China todavía no aparecía en el radar. Pero, en caso de seguir todavía cohesionado, lo cual no está nada garantizado, el G-7 todavía representa más de 45 por ciento del PIB nominal global frente al 18 por ciento de China sola.
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